LA TRAMPA DE LA MENTE

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¿Cómo acabé así?
La pregunta se repetía en mi mente como un eco constante, una melodía melancólica que no encontraba su fin.  Yo, que alguna vez fui un niño alegre, un niño que encontraba la risa en cualquier situación, ahora me sentía atrapado en un laberinto de pensamientos oscuros.

La vida, en su cruel ironía, me había mostrado su lado más sombrío.  Las cosas malas que antes solo veía en las películas ahora se habían convertido en una realidad tangible, una realidad que me atormentaba.  A mis once años, la inseguridad se apoderó de mí, como una sombra que se extendía por mi alma.  No podía socializar. La simple idea de hablar con alguien me llenaba de un miedo paralizante.  Las chicas, con sus risas y sus miradas, se habían convertido en un fantasma que evitaba a toda costa.

Suponía que era normal, que muchos niños pasaban por lo mismo.  Pero, en el fondo, sabía que algo no andaba bien.  Mi deseo de hacer reír a la gente, de ser el centro de atención, era más fuerte que cualquier miedo.  A mis doce años, en mi nueva escuela, me convertí en un torbellino de ocurrencias, un comediante improvisado que buscaba la aprobación de los demás.  Encontré un amigo y un enemigo, pero el enemigo, con el tiempo, se convirtió en uno de mis mejores amigos.

La escuela fue un crisol de experiencias, un torbellino de emociones que dejó una huella imborrable en mi memoria.  Ahí viví uno de mis mejores años, un año que ahora se había convertido en un recuerdo borroso, un fantasma que se desvanecía con el paso del tiempo.  Después de la escuela, la vida me regaló otro año memorable.  Una chica, con sus mensajes y sus llamadas, llenó mis días de una esperanza que ahora se sentía tan lejana como las estrellas.

Pero la sombra de la duda nunca se fue.  La mente, esa herramienta tan poderosa, se había convertido en mi peor enemigo.  Las horas se convertían en eternidades mientras me sumergía en un mar de pensamientos.  Ya no dormía, la vida se había convertido en una pesadilla que no tenía fin.  Me aburría la existencia, la veía como un ciclo sin sentido, una cadena de dolor y sufrimiento que se extendía hasta el infinito.  Dos amistades, dos chicas que alguna vez fueron importantes, se habían convertido en víctimas de mis pensamientos obsesivos.

"Deja de pensar", me decía la gente.  Pero, ¿Cómo podía hacerlo?  ¿Cómo podía apagar la maquinaria de mi mente?

Ahora me encontraba en un estado de desesperación, con un deseo profundo de escapar de esta vida.  Siempre había dicho que nunca me suicidaría, que le tenía miedo a la muerte.  ¿Qué había después de la muerte?  ¿Un cielo?  ¿Un infierno?  ¿O la nada absoluta?

Cualquier posibilidad me llenaba de terror.  Pero en los últimos días, la idea de morir ya no me aterraba tanto.  Morir significaba dejar atrás el dolor, el sufrimiento, la angustia que me consumía.

La mente, esa arma tan poderosa, se había vuelto en mi contra.  No se lo recomendaría a nadie.

¡Por eso ahora quería acabar con todo!  Solo que... no sabía cómo.  ¿Me tiraría de un puente?  ¿Esperaría a que me cayera un rayo?  ¿Me prendería en llamas?  Ay, no, qué dolor.  ¿Y qué tal si hacía la de Kurt Cobain?  No, mejor no, quería que me enterraran con todo y rostro.  Además, ¿de dónde sacaría un arma?

Había tantas maneras de que sucediera.  En fin, ya me mataría en otro momento.  Por mientras, iré a casa con la medicina del abuelo, porque si no, él sería el muerto.

El celular vibró en mi bolsillo.  "¿A qué hora salimos hoy?", decía el mensaje.  Ah, era Félix.  Le diré que a las siete.  Me había olvidado que hoy saldría con mis ami...

Caminar distraído viendo el celular en la calle es muy peligroso, y mucho peor si estás cruzando la carretera, ya que puede costarte la vida.  O... La pérdida de memoria.
 

La libertad de no recordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora