La sonrisa de Ana, radiante como el sol de la mañana, se estrellaba contra la pared de confusión que había construido a mi alrededor. Las palabras "somos enamorados" resonaban en mis oídos como un eco lejano, un eco que no encontraba eco en mi corazón.
Mi cabeza palpitaba, un dolor sordo que se extendía como una niebla espesa, nublando mis pensamientos. Intentaba aferrarme a la realidad, a la lógica, pero la imagen de Ana, con sus ojos húmedos y su voz llena de angustia, me arrastraba hacia un abismo de incertidumbre.
Ella me miraba con una mezcla de esperanza y desesperación, como si su mundo dependiera de mi respuesta. Yo, atrapado en un laberinto de emociones, no encontraba las palabras para expresar lo que sentía.
—No siento atracción por ti —murmuré, sintiendo que las palabras se convertían en ceniza en mi boca.
Ana, con un gesto de dolor, se aferró a mi brazo, como si temiera que me desvaneciera en el aire. Sus dedos se clavaron en mi piel, un recordatorio tangible de la conexión que yo no podía comprender.
—Yo no tengo la culpa —susurró Ana, su voz llena de un dolor que me desgarraba.
Me alejé, necesitaba espacio, tiempo para procesar la avalancha de emociones que me inundaban. La imagen de Ana, con su rostro empapado de lágrimas, me soltó una frase —¡Yo no tengo la culpa! ¡¿Por qué no piensas en mi?!
De pronto, un destello, un rayo de luz que iluminaba un rincón oscuro de mi mente. Un recuerdo fugaz, una frase, una sensación de familiaridad que se esfumó con la misma rapidez con la que había llegado.
El dolor se intensificó, un torbellino de angustia que me envolvió por completo, era imposible no gritar.
Ana, con un grito de desesperación, se aferró a mí, sus ojos llenos de miedo y angustia.
El mundo se desvaneció, dejándome caer en un abismo oscuro y sin fondo.
El hospital, un laberinto de paredes blancas y olores a medicamentos, me recibió con una sensación de familiaridad inquietante. El doctor, con su rostro impasible, me habló de la posibilidad de recuperar mi memoria, pero las palabras se perdían en un mar de confusión.
La idea de revivir el pasado, de enfrentar los fragmentos de una vida que no recordaba, me producía un escalofrío de miedo.
Ana, con su rostro empapado de lágrimas, me abrazaba con fuerza. El calor de su cuerpo, el aroma de su perfume, me transmitían una extraña sensación de familiaridad. ¿Era real? ¿O solo una ilusión?
Me alejé de ella, necesitaba espacio para procesar la avalancha de emociones que me invadían. La mirada de Ana, llena de dolor y esperanza, me desgarraba. ¿Cómo podía decirle que no sentía lo mismo por ella? ¿Cómo podía negarle la posibilidad de un futuro juntos?
El silencio del hospital era opresivo, la sensación de estar atrapado en un laberinto sin salida me ahogaba.
En ese momento, comprendí que el camino hacia la recuperación de mi memoria no sería fácil. Me enfrentaba a un viaje lleno de dolor, confusión y decisiones difíciles. Y la sombra de Ana, con su amor incondicional, me acompañaría en cada paso, así que,por qué no intentarlo.
Mi cuarto, un espacio pequeño y vacío, me recibió con un silencio sepulcral. Mi cabeza latía con fuerza, un dolor constante que me recordaba la fragilidad de mi memoria.¿Qué era lo que había recordado? ¿Por qué ese recuerdo me había causado tanto dolor?
Las preguntas se agolpaban en mi mente, un torbellino de confusión que me dejaba exhausto.
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La libertad de no recordar
RomanceIan, un joven con un pasado oscuro, se enfrenta a una nueva realidad: la pérdida de su memoria. Atrapado en un vacío de recuerdos, busca una vida tranquila, libre de las sombras que lo atormentan. Pero dos chicas, con sus secretos y sus historias...