Capítulo 1: Los Hilos del Odio

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La ciudad dormía bajo un manto de oscuridad, iluminada solo por las luces de las calles vacías. Las sombras se extendían como brazos espectrales, proyectadas por los edificios que parecían vigilar cada movimiento con ojos invisibles. Pero no era la ciudad lo que preocupaba a Hiroki. De pie, en el mismo lugar donde todo había comenzado a desmoronarse, observaba el horizonte con los ojos entrecerrados, perdido en pensamientos que lo arrastraban hacia el abismo.

Hacía tiempo que no había vuelto a este lugar, una vieja bodega al borde del distrito industrial, un sitio que solía usar como refugio cuando necesitaba escapar. Solo que ahora no estaba escapando de nada, porque ya no había nada de lo que escapar. El dolor había sido su maestro, y la traición, su amiga.

—Qué irónico —murmuró con una sonrisa amarga, cruzando los brazos sobre su pecho—. En el lugar donde solía sentirme seguro, ahora solo quedan ruinas de lo que una vez fui.

El aire estaba cargado de humedad, y cada vez que Hiroki inhalaba, el olor del metal oxidado y la madera podrida le recordaba lo lejos que había llegado. Pero no en el sentido positivo. Ahora, su vida no era más que una danza macabra de traiciones, de promesas rotas y engaños que habían dejado cicatrices profundas.

Kaede Mori, su madre, lo había abandonado emocionalmente mucho antes de que lo hiciera físicamente. El día en que lo miró y decidió que ya no era su hijo, sino una simple carga, algo de Hiroki había muerto.

Kanako, su hermana mayor, lo había ignorado completamente, arrastrada por la seducción del poder que ofrecía Kokujin. Siempre había sido la más fuerte de los dos, y aun así, la primera en traicionarlo.

Nao, la chica que juró 'amarlo', lo había dejado sin siquiera pensarlo dos veces, seducida por los juegos de manipulación de aquel extranjero, mientras Hiroki observaba impotente.

Ayumu, la mejor amiga que alguna vez fue su refugio, se había ido también, seducida por la mentira de que la fuerza residía en el poder de los demás.

—Todos ellos… —Hiroki cerró los ojos, sintiendo una punzada de odio crecer en su pecho—. Todos ellos pagarán!

Con un simple movimiento de su mano, los hilos invisibles que ahora formaban parte de su ser se materializaron brevemente en la oscuridad. Pocos eran conscientes de lo que Hiroki era capaz, y él mismo aún no comprendía completamente el alcance de su poder. Pero sabía una cosa: podía controlarlos a todos. Podía hacer que cada uno de ellos sufriera de la manera más cruel, más lenta.

No se trataba solo de venganza. Se trataba de demostrar que él no era una simple víctima de las circunstancias, sino el maestro de su propio destino. Y de los destinos de los demás.

—Primero será Nao—

La elección no fue aleatoria. De todos los que lo traicionaron, ella fue la que más lo hirió. En su mente, ella representaba todo lo que estaba mal en el mundo. Su dulzura falsa, su capacidad para mentir con una sonrisa inocente, y la manera en que siempre lo había manipulado para su propio beneficio.

Hiroki cerró los ojos, concentrándose. Los hilos comenzaron a moverse, extendiéndose a través de las calles, invisibles para el ojo común. Era como si fueran parte de él, como si pudieran sentir lo que él sentía. No tardaron en encontrarla.

Nao estaba en su apartamento, en la zona más moderna de la ciudad. Mientras Hiroki controlaba los hilos, podía ver a través de ellos, como si sus ojos estuvieran allí, observando cada detalle. Ella estaba sola, sentada en su sofá, con una copa de vino en la mano y su teléfono en la otra.

—Disfrutando de la vida, ¿eh? —murmuró Hiroki con desprecio.

Con un simple movimiento de sus dedos, los hilos se apretaron alrededor de ella. Al principio, no lo notó. Pero entonces, la presión comenzó a ser insoportable. Nao dejó caer la copa al suelo, sus ojos abriéndose de par en par mientras intentaba moverse, pero su cuerpo no respondía.

El Titiritero del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora