Prólogo

507 49 10
                                    

El cielo parecía más oscuro de lo habitual. Desde lo alto del edificio abandonado, Hiroki Mori miraba la ciudad con una indiferencia fría, como si todo lo que sucedía a su alrededor careciera de importancia. Sentía el viento helado golpeando su rostro, pero ni eso lo hacía reaccionar. Era como si su cuerpo ya no pudiera percibir el mundo de la misma manera.

Alguna vez, el mundo había sido diferente. Lo recordaba con dolor, una herida abierta que nunca terminaba de sanar. Kaede, su madre, siempre le decía que la vida era dura, pero también le sonreía, diciéndole que él siempre sería su pequeño héroe. Kanako, su hermana, se burlaba de él cuando fallaba en algo, pero siempre estaba ahí para defenderlo cuando las cosas se ponían serias. Nao, su novia, lo miraba con esa mezcla de cariño y picardía que lo hacía sentir especial. Y Ayumu, su mejor amiga, le hacía creer que siempre tendría a alguien en quien confiar.

"Idiota" pensó Hiroki mientras una mueca amarga se dibujaba en su rostro. "Nunca fueron lo que parecían."

El día en que todo se derrumbó, aún podía sentirlo como si hubiera sido ayer. Kokujin, el nuevo estudiante de intercambio, había llegado a sus vidas como un huracán. Al principio, nadie lo veía como una amenaza, pero Hiroki empezó a notar la manera en que sus ojos observaban cada detalle. No pasó mucho tiempo antes de que todo lo que Hiroki valoraba comenzara a desmoronarse.

Una risa baja escapó de sus labios al recordar la escena: Kaede, su madre, sucumbiendo ante las promesas de poder y prestigio de Kokujin, sin importar lo que eso significaba para su hijo. Kanako, su hermana, enamorándose de ese bastardo y olvidando que alguna vez había jurado proteger a Hiroki. Nao, su novia, corrompida por las mentiras, lo abandonó, traicionándolo sin mirar atrás. Y Ayumu, su mejor amiga, lo dejó solo cuando más la necesitaba, entregándose también a las promesas vacías de Kokujin.

"Todo fue una mentira... siempre lo fue" murmuró Hiroki, su voz resonando débilmente en la inmensidad del tejado.

Pero ahora todo era diferente. Después de que la traición lo rompiera, Hiroki había desaparecido. Se había ocultado en las sombras, observando, esperando. Durante meses, había dejado de ser el joven confiado que alguna vez fue. El odio creció en su corazón como un fuego insaciable, y en ese proceso, algo en él cambió. El dolor ya no era una carga; ahora era una fuente de poder.

Bajó la mirada hacia sus manos, notando cómo un fino hilo brillaba en la oscuridad. Lo había encontrado por accidente, o tal vez el destino lo había elegido. No importaba. Esos hilos místicos, como los había llamado, le dieron el control que siempre había deseado. Con solo mover sus dedos, podía controlar los cuerpos, las mentes y los corazones de las personas. Ya no era Hiroki el traicionado. Ahora, él tiraba de los hilos.

Con una sonrisa amarga, recordó cómo había empezado a practicar. Primero fueron desconocidos, personas sin importancia. Un mendigo aquí, una mujer solitaria allá. No importaban, solo eran sujetos de prueba. Con el tiempo, perfeccionó su arte. El poder de los hilos le permitía hacer cosas inimaginables. Manipular a alguien para que traicionara a su mejor amigo. Hacer que una madre abandonara a su hijo. Sembrar el odio y la desconfianza con un simple movimiento.

"Todos son marionetas" pensó, mirando hacia el horizonte. "Y yo soy el titiritero."

Pero el verdadero desafío llegó cuando decidió regresar. Kokujin y las mujeres que lo traicionaron aún no sabían lo que se avecinaba. Hiroki no era el tipo de persona que simplemente buscaría venganza directa. No, eso sería demasiado simple. Quería que ellos sufrieran, que sintieran lo que él había sentido. Pero, más que eso, quería controlarlos.

—Así que aquí estás —una voz familiar lo sacó de sus pensamientos. Era Nao.

Hiroki no se volteó de inmediato. En su lugar, dejó que el silencio se alargara. Sabía que ella estaba nerviosa, que no esperaba encontrarlo ahí. Finalmente, se giró lentamente, mirando a la mujer que una vez creyó amar. Ahora, sus ojos no mostraban nada más que desprecio.

—¿Qué quieres? —su voz fue baja, cargada de una calma inquietante.

Nao vaciló, buscando palabras que no encontraba. Parecía que quería disculparse, pero Hiroki podía ver en sus ojos que no era sincera. Todo lo que alguna vez creyó en ella era una ilusión, una máscara que se había derrumbado con el tiempo.

—Yo... no sabía... —balbuceó Nao, intentando acercarse.

—No sabías nada, y eso es lo único cierto que has dicho —respondió Hiroki con una sonrisa burlona— Pero ahora, ¿qué importa? Lo que querías ya lo obtuviste, ¿verdad?

Nao intentó alcanzarlo con su mano, pero Hiroki levantó la suya, y en ese instante, los hilos invisibles atraparon su muñeca. Ella se detuvo, incapaz de moverse, sus ojos llenos de confusión.

—¿Qué... qué estás haciendo? —susurró con temor.

—Mostrándote lo que realmente significa ser un juguete —Hiroki dio un paso hacia ella, sus ojos fríos y calculadores—. Durante todo este tiempo, creíste que podías controlarme, que yo haría todo lo que tú quisieras. Pero ahora, el juego ha cambiado, Nao. Ahora, tú eres la marioneta, y yo soy quien tira de los hilos.

La sonrisa de Hiroki se ensanchó mientras los hilos brillaban con una luz tenue. Nao cayó de rodillas, incapaz de resistir el control que él ejercía sobre su cuerpo. Podía sentir cómo cada movimiento no le pertenecía, como si su voluntad hubiera sido arrancada de ella. El miedo en sus ojos solo alimentó la satisfacción de Hiroki.

—¿Te duele? —preguntó con fingida compasión—. ¿Es terrible saber que no tienes el control? Imagínate vivir así todos los días, sin saber cuándo alguien va a tirar de los hilos para hacerte bailar.

Nao intentó hablar, pero los hilos también silenciaron sus palabras. Hiroki observó su lucha con indiferencia, disfrutando del espectáculo. Cada segundo que pasaba bajo su control era una victoria, una prueba de que ya no era el joven débil que todos despreciaban.

—Esto es solo el comienzo —susurró Hiroki, inclinándose sobre ella—. Voy a hacer que todos los que me traicionaron se arrodillen ante mí. Y tú, Nao... serás la primera en experimentar mi nueva realidad.

Sin esperar respuesta, soltó los hilos, dejando que Nao cayera al suelo, temblando y jadeando por el esfuerzo. La miró por última vez antes de girarse y caminar hacia el borde del tejado. La ciudad seguía siendo la misma de siempre, pero para Hiroki, todo había cambiado. Ya no era una víctima. Ahora, era el maestro del destino de todos los que se cruzaran en su camino.

Y lo mejor de todo era que nadie lo veía venir.







Continuará...

El Titiritero del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora