El Nacimiento de una Asesina

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Mientras los días pasaban en la rutina monótona de la escuela, Alena finalmente tomó la decisión de convertirse en una asesina serial, ya teniendo en mente a sus dos víctimas. Ella se sumergía más y más en sus planos siniestros. Observaba con meticulosa atención cada uno de los movimientos de Sheila y Brisa, memorizando sus horarios y hábitos. Sabía dónde estaban en cada momento del día. Nada escapó a su cuidadosa vigilancia.

Durante los recesos, Alena las siguió a distancia, manteniéndose al margen pero absorta en cada uno de sus gestos. Las veía reír y charlar con sus compañeros, ajenas a la mirada penetrante que las acechaba. Su superficialidad y despreocupación sólo alimentaban el sadismo que Alena albergaba ahora en su interior. Ellas parecían tenerlo todo: Popularidad, belleza, una vida sin preocupaciones. Mientras tanto, Alena se encargaría de arrebatarles todo mientras se hundía en sus propios pensamientos oscuros, consumida por la obsesión de convertirse en una asesina como su bisabuela y Neve Lawton.

Cuando terminaban las clases, Alena se dirigió al vestuario femenino, estudiando los rincones y las salidas. Memorizaba cada detalle, anticipando el momento en que llevaría a cabo su plan. Analizaba las rutas de escape, los posibles testigos, e incluso la disposición de los lockers. Nada podía dejarse al azar.

Una tarde, mientras se cambiaba después de la clase de educación física, Alena notó que Sheila y Brisa solían quedarse unos minutos extras, retocando su maquillaje antes de irse. Esa oportunidad parecía perfecta. Observó cuidadosamente cómo se movían, cómo se agrupaban frente a los espejos, riendo y charlando despreocupadamente. La escena la fascinaba. Esas chicas superficiales e ignorantes serán sus víctimas.

Alena comenzó a planificar el asesinato con meticulosa precisión. Repasaba cada paso en su mente una y otra vez, anticipando posibles imprevistos. Nada podía salir mal. Debía ser todo perfecto para evitar ir a prisión.

Decidió que el martes de la siguiente semana sería el día. Ese día, Sheila y Brisa volverían a quedarse unos minutos más en el vestuario que las demás. Sería su oportunidad.

Alena preparó cuidadosamente su "kit de asesinato". En su mochila, guardó un afilado cuchillo de cocina que había robado de la casa, guantes de látex y un cambio de ropa limpia. También aseguró una ruta de escape a través de la ventana del vestuario, que notó que era fácil de abrir.

Conforme se acercaba el martes fatídico, la tensión en Alena iba en aumento. Sus manos temblaban ligeramente mientras repasaba mentalmente cada paso de su plan. Sabía que no podía permitir el error más mínimo. Debía salir todo perfecto.

La mañana del martes, Alena se despertó con una sensación de excitación y anticipación. Hoy era el día. Revisó una vez más su mochila, asegurándose de tener todo lo necesario. Luego, se dirigió a la escuela con su habitual expresión serena, ocultando la tormenta que se desataba en su interior.

Durante las clases hasta la última de gimnasia, Alena apenas pudo concentrarse. Sus ojos se desviaban constantemente hacia su reloj, contando los minutos que faltaban para la última hora. Finalmente, la campana sonó y Alena esperó ha que todos se fueran y luego se dirigió rápidamente al vestuario, terminando que iba a cambiarse para ir a casa.

Al entrar, el corazón de Alena latía con fuerza. Allí estaban Sheila y Brisa, despreocupadas y ajenas a su destino. Alena las observaba en silencio, memorizando cada uno de sus movimientos. Respiró hondo, tratando de controlar el temblor de sus manos, y lentamente se acercó a ellas, actuando con naturalidad.

Alena: Hola, chicas... ¿Terminaron ya de cambiarse?

Dijo Alena con una sonrisa tranquila.

Sheila y Brisa se volvieron hacia ella, mirándola con neutralidad y leve rechazo para luego volver a la mirada al espejo y responder:

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