El libro de Ilyena

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A la mañana siguiente, ella se despertó de golpe a las 7:00 am, un escalofrío recorrió su cuerpo. Quería seguir durmiendo, hundirse en la comodidad de las sábanas, pero un extraño impulso la obligaba a abrir los ojos. Suspiró profundamente, parpadeando varias veces para enfocar la vista.

De pronto, un recuerdo la invadió, una imagen nítida que la hizo cambiar de expresión por completo. La caja del ático. El libro, las fotos, el diario de Ilyena junto a la daga con su nombre inscrito.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, una mezcla de miedo y excitación. Tenía que verla de nuevo, tocarla, sentir su frío metal contra su piel.

Rápidamente se levantó de la cama, con un movimiento ágil y silencioso. Sus padres aún dormían, así que aprovechando esa ocasión salió al pasillo, con una sonrisa maliciosa en su rostro. Se dirigió al ático, pegando un gran salto para agarrar el hilo que lo conectaba con el piso de arriba.

Alena mente: Espero que no se despierten estos dos....

Se dijo así misma estando algo nerviosa mientras con cuidado, subió lentamente las escaleras. Al llegar arriba, se dirigió a la caja, con la mirada fija en ella. La tomó con mucho cuidado, sintiendo su peso en sus manos.

Alena: Por fin.

Dijo murmurando para luego sonreír muy macabramente mientras con cuidado, bajaba las escaleras, sin hacer ningún ruido. Al estar ya abajo, levantó las escaleras cerrando así la entrada del ático y con la caja en sus manos se dirigió a su habitación.

Al entrar, cerró la puerta con llave. Se sentó en la cama y abrió la caja sacando todas las cosas que estaban ahí: El libro, las fotos, los diarios. Ella ya lo había visto todo, pero quería echarle un nuevo vistazo a cada una de las cosas.

Las fotos la fascinaban. Ilyena, su bisabuela, la asesina psicópata, era una joven hermosa, con unos ojos oscuros y penetrantes. Alena se veía realmente reflejada en ella, sintiendo como si de verdad se estuviera mirando a sí misma. Una risa siniestra sale de ella para luego decir:

Alena: En serio que somos iguales...

Otra sonrisa sale de su rostro mientras continúa viendo otras fotos. Una que le llamó poderosamente la atención, era una que la mostraba a Ilyena con la daga en la mano. Ilyena estaba en una habitación oscura, con una sonrisa perturbadora en su rostro. Sus dedos sostenían la daga con seguridad de la punta y el mango.

Alena sintió aún más impresión recorrer su cuerpo. Era la misma sonrisa que ella ponía cuando pensaba y asesinaba a sus víctimas. La misma sonrisa que sentía cuando imaginaba y veía el dolor de sus víctimas.

Alena: Somos iguales... Somos iguales.

Luego de decir eso, dejó las fotos a un costado y tomó la daga de la caja y la sostuvo en sus manos, sintiendo su peso y frío metal contra su piel. La daga le parecía hermosa, con su respectiva hoja afilada y la empuñadura de color marrón oscuro, gustándole lo adornada que estaba con los detalles en plata junto a las letras inscritas. El mango hecho de un material que parece ser cuero, y los detalles en plata son intrincados, pareciéndole muy elegante.

Se imaginó a sí misma, con la daga en la mano, atacando a sus próximas víctimas. La sangre, la carne crujiendo, el miedo, los gritos. Su sonrisa cruel se extiende nuevamente por su rostro llegandole de oreja a oreja para luego decir:

Alena: Soy Ilyena, soy Ilyena...

Al decir eso, soltó una carcajada, una risa seca y escalofriante, que resonó en la habitación. La daga se sentía como una extensión de su propia mano. Con los dedos, recorrió el filo, sintiendo la dureza del metal.

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