Única

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Tzuyu siempre fue consciente de que no encajaba en los estereotipos femeninos convencionales. Era alta, con un porte imponente que a veces intimidaba a los demás. Pero más que su altura, lo que realmente llamaba la atención eran sus manos. Eran grandes, fuertes, y aunque las escondía cada vez que podía, no podía evitar que los ojos de las personas se fijaran en ellas.

A lo largo de los años, se acostumbró a los comentarios, algunos amables y otros burlones. Pero había una persona en particular que siempre parecía interesada en ellas de una manera que la hacía sentirse vulnerable: Mina.

Mina era delicada en todos los sentidos. Caminaba con una gracia natural, hablaba en un tono suave que hacía que cada conversación pareciera un secreto, y cada vez que sonreía, lo hacía como si el mundo fuera algo pequeño y manejable. Para Tzuyu, Mina era todo lo que ella no era: refinada, delicada, perfecta.

Tzuyu la había admirado desde lejos, incluso cuando se convirtieron en amigas cercanas. Sin embargo, había algo más en esa admiración, algo que ardía dentro de ella cada vez que sus miradas se cruzaban. Algo que había intentado ignorar, pero que no podía reprimir.

Una tarde, después de un largo día de ensayos, el grupo decidió quedarse en el estudio. Las demás chicas comenzaron a retirarse, pero Mina se quedó, sentada en un rincón con una taza de té entre las manos, observando el atardecer desde la ventana.

Tzuyu, por alguna razón, decidió quedarse también. El silencio entre ellas era cómodo, pero estaba cargado de algo más. Mina rompió el silencio de repente.

—Siempre he pensado que tus manos son hermosas —dijo, sin apartar la vista de la ventana.

Tzuyu sintió que el corazón le daba un vuelco. Era la primera vez que Mina mencionaba algo sobre sus manos. Su primer instinto fue esconderlas, pero en lugar de eso, las miró y trató de ver lo que Mina veía en ellas.

—¿Lo dices en serio? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y nerviosismo.

Mina asintió, esta vez girándose para mirarla directamente.

—Sí. Son fuertes... —Se levantó y caminó hacia Tzuyu, parándose justo frente a ella—. Pero también son cuidadosas, como tú.

Tzuyu sintió el calor subir por su rostro. Nadie había hablado de ella de esa manera antes, y mucho menos Mina. Las palabras de Mina se sintieron como una revelación, algo que Tzuyu había necesitado escuchar desde hacía mucho tiempo.

—No lo sé... —respondió Tzuyu, casi susurrando, mientras bajaba la mirada.

Mina dio un paso más hacia ella, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Lentamente, tomó una de las manos de Tzuyu entre las suyas. Era un contraste evidente: las manos pequeñas de Mina sosteniendo la grande de Tzuyu. Pero en lugar de sentir vergüenza, Tzuyu sintió una extraña sensación de paz.

—A veces, lo que creemos que es una debilidad, los demás lo ven como una fortaleza —murmuró Mina, acariciando suavemente los dedos de Tzuyu—. A mí siempre me han gustado tus manos.

El silencio entre ellas se volvió pesado, pero no incómodo. Había algo indescriptible en el aire, una tensión que las rodeaba, empujándolas a acercarse más.

Sin pensarlo dos veces, Tzuyu tomó la otra mano de Mina, esta vez con firmeza. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el tiempo pareció detenerse. Los labios de Mina se curvaron en una pequeña sonrisa, una que hacía que el corazón de Tzuyu latiera aún más rápido.

—¿Por qué nunca me lo dijiste antes? —preguntó Tzuyu, su voz baja y temblorosa.

—Porque pensé que ya lo sabías —respondió Mina, inclinándose un poco más cerca.

Tzuyu sintió que el espacio entre ellas se desvanecía. Podía sentir la respiración de Mina, el calor de su piel tan cerca de la suya. No necesitaban palabras en ese momento. Todo lo que sentían, todo lo que habían querido decir durante tanto tiempo, estaba presente en el aire.

Lentamente, Tzuyu se inclinó, sus labios rozando suavemente los de Mina. Fue un beso tímido al principio, un roce delicado que pronto se convirtió en algo más profundo. Las manos de Tzuyu, esas manos grandes que siempre había intentado esconder, ahora se aferraban a Mina con fuerza, como si tuviera miedo de perderla. Y Mina, con su suavidad característica, respondió con la misma intensidad, sus dedos entrelazándose con los de Tzuyu.

Cuando finalmente se separaron, ambas estaban sin aliento, pero había una sonrisa en los labios de Mina que hacía que todo valiera la pena.

—Siempre he querido esto —susurró Mina, apoyando su frente contra la de Tzuyu—. Tú y tus grandes manos.

Tzuyu rió suavemente, sintiendo cómo toda la inseguridad que alguna vez había sentido se desvanecía en ese momento. Mina la aceptaba tal como era, incluso con lo que ella consideraba defectos. Y eso, más que cualquier otra cosa, era suficiente para hacer que el corazón de Tzuyu se llenara de gratitud.

—Yo también lo he querido —admitió Tzuyu, acariciando la mejilla de Mina con una de sus manos.

El sol finalmente se puso, pero dentro de esa habitación, todo brillaba con una nueva luz. Una que ambas sabían que nunca se apagaría.

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⏰ Última actualización: Sep 18, 2024 ⏰

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