XI

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La Conversación con Demetrius

El día había caído, Damián, cansado del peso de su matrimonio y las responsabilidades impuestas por su familia, decidió acudir a la manción de su hermano mayor, Demetrius. Aunque las oportunidades de conversar se habían vuelto raras, esta vez Damián necesitaba desahogarse sobre lo que llevaba cargando desde que asumió su nuevo rol dentro de la familia.

Sentados en la biblioteca, la tenue luz de las lámparas apenas iluminaba el lugar, y la atmósfera estaba cargada de una tensión que solo entre hermanos se podía sentir. Demetrius, siempre calmado y observador, fue el primero en romper el silencio.

—Damián, sé que algo te está perturbando —dijo Demetrius, cruzando los brazos—. ¿Qué ocurre?

Damián dejó escapar un suspiro profundo. Era el momento de ser sincero.

—No entiendo lo que nuestro padre está haciendo —empezó a decir, bajando la mirada al suelo—. Estoy harto de verlo manipular todo a su alrededor, de ser parte de su maquinaria. No quiero seguir en este juego. Debemos encontrar una forma de escapar, de romper con esto de una vez por todas.

Demetrius lo miró en silencio durante unos instantes. Luego, sus ojos oscurecieron con una expresión de preocupación que pocas veces dejaba entrever.

—Créeme, Damián. Yo mismo he intentado ver una salida, pero no hay ninguna. Nuestro padre... es más poderoso y peligroso de lo que imaginas. Lo controla todo y a todos. —Se inclinó hacia adelante, buscando conectar más con su hermano—. Pero hay algo que al menos tienes, algo que yo no tuve... Al menos no desde un inicio, te casaste con la persona que amas.

Damián, quien ya estaba a punto de estallar por la frustración, se quedó momentáneamente paralizado por las palabras de su hermano. Su rostro se volvió de un rojo intenso, y casi sin darse cuenta, negó con la cabeza.

—¡Eso no es cierto! —replicó bruscamente, pero no pudo evitar que un torrente de recuerdos le invadiera la mente.

Imágenes de su juventud junto a Anya comenzaron a aparecer: el primer día en la Academia Eden cuando ella lo golpeó, el momento en que se disculpó de forma torpe, el día en que sus manos se tocaron durante una competencia de parejas, y la vez que se perdieron juntos en el bosque durante una excursión y su cálida sonrisa al verlo. No podía negar que esos momentos estaban grabados en lo más profundo de su memoria.

Demetrius sonrió con picardía al ver el rostro sonrojado de Damián.

—No eres muy bueno mintiendo, hermano —bromeó, lanzándole una mirada de complicidad—. Tu cara lo dice todo. Y dime, ¿cómo te fue con tu esposa en tu primera noche juntos?

El rostro de Damián se puso aún más rojo mientras balbuceaba una respuesta, claramente incómodo.

—¡Ni siquiera me atrevo a tocarla! —dijo al fin, apretando los puños—. Ella es... es... demasiada... pura para mí.

Demetrius soltó una carcajada, divertidísimo con la situación de su hermano menor.

—Bueno, parece que tendré que esperar un poco más para convertirme en tío —comentó, riéndose—. Aunque me muero de ansias de ver a tus pequeños

Damián aprovechó el cambio de tema para retomar el control de la conversación.

—Este año ya seré tío —dijo, intentando mantener la compostura.
Demetrius comenta —Lauret está embarazada, ¿recuerdas? Al parecer nacerán a finales de año.
—Traeré a Anya para que haga compañía a tu esposa.

Demetrius asintió, complacido por la noticia. Conversaron durante un rato más, recordando viejos tiempos y compartiendo risas como en su infancia. Pero poco a poco, el tema principal volvió a surgir: el poder y la influencia de su padre.

—Damián —dijo Demetrius con voz firme—, no podemos hacer nada en este momento. Si intentamos enfrentarnos a nuestro padre ahora, fracasaremos. Es un hombre que no perdona ni olvida. Tenemos que ser inteligentes, no impulsivos.

Damián escuchaba con atención, sabiendo que su hermano tenía razón. Pero en su interior, una chispa de rebelión se encendía. Sabía que no podría quedarse quieto para siempre. La sensación de estar atrapado en una red de secretos y manipulaciones le revolvía el estómago, pero debía ser paciente.

—Tienes razón —murmuró Damián, mirando hacia la ventana y perdiéndose en la oscuridad de la noche—. Pero de alguna manera, vamos a detenerlo. No permitiré que nuestro padre siga controlando nuestras vidas para siempre.

Demetrius lo miró con una mezcla de respeto y resignación.

—Cuando llegue el momento, Damián, estaré a tu lado —le prometió, con una leve sonrisa que reflejaba la complicidad fraternal.

Ambos sabían que el camino por delante no sería fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, Damián sintió que tenía una esperanza. La rebelión contra su padre estaba comenzando a gestarse en el corazón de ambos.

Promesa De PazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora