Capítulo 1: Dos Mundos, Un Destino

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En un universo donde la luz y la oscuridad eran más que simples ciclos del día, existían dos reinos que no podían coexistir. El Reino del Sol, gobernado por el imponente Rey Helios, era un lugar de vida, energía y calor. Los vastos campos dorados de trigo y los cielos permanentemente despejados hablaban de la constante abundancia. Las montañas brillaban bajo el sol eterno, reflejando la grandeza del imperio, mientras sus habitantes, siempre llenos de energía, vivían en constante actividad. En contraste, el Reino de la Luna, bajo el mando de la misteriosa Reina Selene, era un territorio de calma, serenidad y sombras. Sus bosques oscuros y mares tranquilos eran un refugio para quienes buscaban descanso. Las estrellas iluminaban suavemente los paisajes nocturnos, y los vientos fríos soplaban sobre sus suaves colinas, creando una atmósfera de paz y contemplación.

Aunque ambos reinos eran necesarios para el equilibrio del cosmos, una enemistad profunda los separaba. Nadie recordaba cómo comenzó, pero las palabras "nunca podrás acercarte a la oscuridad" resonaban en la mente de todos los habitantes del Sol. Por otro lado, en el Reino de la Luna se susurraba "la luz nos destruye". La historia de estos dos mundos, aunque ligados por el destino, se encontraba marcada por el miedo a lo desconocido y la prohibición de unirlos.

Astra, la hija del Rey Helios, era la encarnación viva del día. Su cabello dorado, que caía en suaves ondas hasta su cintura, parecía hecho de rayos de sol, brillante y reluciente en todo momento. Su piel, suave y cálida, irradiaba una energía vital que contagiaba a todo aquel que se cruzara con ella. Sus ojos, de un azul intenso, recordaban los cielos despejados de su reino, siempre reflejando su curiosidad por el mundo. Aunque su sonrisa iluminaba a quienes la rodeaban, había en ella una melancolía secreta. Su risa era contagiosa, pero en sus momentos de soledad, su mirada se perdía en el horizonte, deseando algo que no sabía describir. Había sido criada con el deber de mantener la luz, pero una inquietud la consumía. Siempre había oído hablar del Reino de la Luna como un lugar de peligro, frío y distante. Sin embargo, en lo profundo de su corazón, algo inexplicable la atraía hacia ese mundo desconocido. Astra era valiente y decidida, pero también sensible, con un corazón lleno de sueños por descubrir.

Por otro lado, Noctis, el hijo de la Reina Selene, era el príncipe del Reino de la Luna. Su cabello negro como la noche caía en mechones desordenados, dándole una apariencia misteriosa y a la vez imponente. Sus ojos, de un gris profundo, parecían contener el brillo de todas las estrellas del cielo, reflejando una sabiduría más allá de su edad. Su piel pálida, en contraste con la oscuridad que lo rodeaba, emitía una luz suave, como el resplandor tenue de la luna llena. Noctis era alto y esbelto, moviéndose con una gracia silenciosa que le permitía pasar desapercibido entre las sombras. Aunque su apariencia podía parecer fría y distante, aquellos que llegaban a conocerlo descubrían en él un alma reflexiva y profunda.

A diferencia de la energía vibrante de Astra, Noctis era tranquilo, sereno, y prefería el silencio. Sus palabras eran pocas, pero cuando hablaba, lo hacía con una precisión que revelaba un gran entendimiento de su entorno. La oscuridad de su reino le ofrecía consuelo, un lugar donde podía perderse en sus pensamientos y encontrar paz en la soledad. Sin embargo, a pesar de esta aparente satisfacción, Noctis sentía una extraña sensación de vacío. Su mundo era perfecto a su manera, pero en lo más profundo de su ser, deseaba algo más, algo que el Reino de la Luna no podía ofrecerle. Se encontraba soñando con la luz, algo que nunca había experimentado plenamente, pero que su intuición le decía que necesitaba.

Ambos príncipes sabían que sus caminos jamás debían cruzarse. Astra, con su cabello dorado y su espíritu resplandeciente, y Noctis, con su melena oscura y su alma introspectiva, representaban dos extremos de una misma realidad. Eran dos caras de una moneda, opuestos por naturaleza, pero ligados por el destino. Mientras ambos reinos seguían sus cursos separados, el universo conspiraba silenciosamente para unirlos, pues en lo profundo del cosmos, luz y oscuridad eran partes inseparables del todo.

Los Reinos en EquilibrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora