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Lisa llevaba alrededor de tres semanas yendo a la biblioteca.

Todos los días, a la misma hora.

¿La razón?

Aquella linda chica de ojos claros con forma de gatito, gafas, pecas y sonrisa cálida. 

Todos esos días, el único contacto que tenían, era sonrisas y contacto visual, ninguna de las dos se habían atrevido a hablarle a la otra.

Lisa había desarrollado una rutina en esas tres semanas. Cada día, después de clases, se dirigía directamente a la biblioteca, siempre con la esperanza de ver a esa chica que la había cautivado desde el primer momento. A pesar de sus intentos de concentrarse en su tarea, su mente siempre regresaba a ella.

No era capaz de explicarlo, pero había algo en aquella chica que la hacía sentir diferente. Las pecas en sus mejillas, los pequeños gestos mientras leía su libro, y la suave sonrisa que siempre le dirigía antes de volver a su lectura.

Sin embargo, ninguna de las dos había reunido el valor para dar el primer paso. Se limitaban a intercambiar miradas y sonrisas tímidas, como si compartieran un lenguaje silencioso que solo ellas entendían. Lisa se encontraba frustrada consigo misma por no atreverse a hablarle, pero al mismo tiempo, esas pequeñas interacciones le hacían el día.

Cada vez que entraba a la biblioteca, sus ojos buscaban instintivamente a la chica, y cuando la encontraba, sentía cómo su corazón daba un pequeño vuelco. Sabía que algo tan simple como un saludo podía romper el hielo, pero el miedo al rechazo, o incluso a parecer extraña, la frenaba.

Sabía a que horas llegaba y sabía cual era el libro que leía, también sabía cual era el sitio especial donde lo guardaba. 

Y... tenía una idea, una bastante particular.

Lisa llevaba días dándole vueltas a su idea. No era del todo convencional, pero sentía que era la oportunidad perfecta para finalmente romper ese silencio que tanto la frustraba.

Sabía que la chica siempre llegaba alrededor de las cuatro de la tarde, ocupaba una mesa en la esquina cerca de la ventana, y su libro favorito, uno de tapa dura con detalles dorados, siempre descansaba en la misma estantería. Lo había observado tantas veces que ya se lo sabía de memoria.

Esa tarde, Lisa decidió llegar un poco antes. Su corazón latía más rápido de lo habitual, sus manos sudaban, pero estaba decidida. Entró a la biblioteca a las tres de la tarde, se aseguró que la chica de ojos bonitos no estaba y luego rápidamente, agarró con cuidado el libro del sitio donde lo dejaba.

Agarró una nota adhesiva, abrió el libro y se se encontró con un separador de un tiburón. Escribió rápidamente algo en la nota, la pegó en la página del libro y dejó el libro nuevamente en su lugar.

Lisa tomó aire profundamente al dejar el libro en su lugar, sintiendo que su corazón latía más rápido de lo que podía soportar. Se sentó a hacer tareas, a penas pudiéndose concentrar por los nervios.

Lisa intentó concentrarse en sus tareas, pero su mente no dejaba de divagar. Cada vez que intentaba leer un párrafo, sus pensamientos volvían a la chica de los ojos de gatito, a la nota que había dejado en el libro y a lo que podría suceder después. Se preguntaba si su plan funcionaría, si la chica la vería como una extraña o si tal vez, solo tal vez, se sentiría igual de intrigada.

El reloj marcaba las cuatro de la tarde y el corazón de Lisa comenzó a latir con más fuerza. Fingió estar absorta en sus apuntes, aunque sus ojos se desviaban constantemente hacia la entrada de la biblioteca. Y ahí estaba, como siempre, puntualmente.

Jennie—Lisa no conocía su nombre, pero lo había imaginado tantas veces—entró con su andar tranquilo, cargando su mochila. Se dirigió directamente a la estantería, sin percatarse de Lisa aún, y tomó su libro favorito. Lisa tragó saliva mientras observaba cómo Jennie se sentaba en su lugar habitual. Logró ver a Lisa y le sonrió mientras le susurraba un dulce saludo.

La chica abrió el libro en la parte del separador, sus ojos se hicieron más pequeños al ver la nota y la leyó:

''Hola. Soy Lisa. Ayer te veías muy bonita c:''

Terminó de leer la nota y se sonrojó, mirando rápidamente a Lisa y volviendo a mirar la nota con una sonrisa gomosa y tímida en el rostro.

Jennie levantó la vista de la nota y sus ojos buscaron a Lisa nuevamente. Esta vez, su sonrisa era más cálida, casi juguetona, como si la pequeña confesión en la nota hubiera roto la barrera invisible que las había mantenido en silencio durante tanto tiempo.

Lisa, por su parte, se sintió como si el mundo se hubiera detenido. Su corazón latía con fuerza, pero no de nerviosismo, sino de emoción. Sabía que había arriesgado mucho dejando esa nota, pero ver la sonrisa de Jennie, verla sonrojarse, hizo que todo valiera la pena.

Jennie volvió a bajar la mirada, como si quisiera asegurarse de que había leído bien las palabras. Luego, con movimientos lentos pero decididos, sacó su propio bolígrafo y escribió algo en la parte de atrás de la nota.

Lisa observaba cada gesto, tratando de mantener la compostura mientras su mente intentaba descifrar qué estaría escribiendo Jennie. La curiosidad la estaba consumiendo, pero también había una sensación de anticipación. Era como si las semanas de miradas furtivas y sonrisas tímidas finalmente estuvieran llevando a algo más real.

Jennie se levantó de su asiento con el libro y la nota en la mano, caminando hacia la estantería con pasos tranquilos. Al llegar, guardó el libro nuevamente en su lugar, esta vez con la nota bien doblada dentro de él.

Antes de regresar a su mesa, Jennie miró a Lisa directamente a los ojos y le dedicó una sonrisa encantadora, acompañada de un leve gesto con la cabeza, como si la estuviera invitando a descubrir la respuesta.

Lisa, con el corazón a mil por hora, se levantó de su silla tan pronto como Jennie volvió a sentarse. Caminó hacia la estantería con nerviosismo, pero con una mezcla de emoción. Al tomar el libro entre sus manos, su pulso se aceleró.

Sacó la nota, la desplegó y leyó:

"Gracias, Lisa. Tú también te ves muy bonita cuando te sonrojas. Mi nombre es Jennie, por cierto.''

Lisa no pudo evitar sonreír ampliamente, sintiendo un calor agradable en su pecho. Guardó la nota con cuidado en su bolsillo y, al voltear hacia Jennie, sus miradas se cruzaron una vez más. Las dos compartieron una sonrisa cómplice, como si finalmente hubieran roto el hielo que las había mantenido en silencio todo este tiempo.

Todo el día, siguieron hablando a base de notas.


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