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ACTO CUATRO 💫 CAPITULO CUARENTA Y CINCO ALHENA Y EL ARREBATO DE HARRY
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Una tarde, poco después de Año Nuevo, Alhena, Harry, Ron y Ginny se pusieron en fila junto a la chimenea de la cocina para regresar a Hogwarts. El ministerio había organizado esa conexión excepcional a la Red Flu para que los estudiantes pudieran volver de manera rápida y segura al colegio.
Tía Molly y Teddy eran los únicos presentes en La Madriguera para despedir a los muchachos; Remus había vuelto a su misión con los hombres lobo, Samantha se encontraba en su casa curando a algunos heridos, y el resto ya se había ido al trabajo.
Su madrina se deshizo en lágrimas en el momento de la partida, haciendo llorar a Teddy igualmente. Desde que Percy se fue apresuradamente el día de Navidad, estaba mucho más sensible.
—No llores, mamá —la consoló Ginny, y le dio palmaditas en la espalda mientras tía Molly sollozaba con la cabeza apoyada en el hombro de su hija—. No pasa nada...
—Sí, no te preocupes por nosotros —agregó Ron, y permitió que su madre le plantara un beso en la mejilla—, ni por Percy. Es un imbécil, no se merece que sufras por él.
—Sí, tía Molly. No vale la pena llorar por un mal agradecido —los apoyó con Teddy en sus brazos—. No te preocupes por nosotros —sonrió y tocó el hombro de tía Molly—. Estaremos bien... nada malo sucederá mientras estemos en Hogwarts.
Pero eso pareció ser peor, porque apenas se iba a despedir de ella, tomó a Teddy de sus brazos y se lo pasó a Harry. Tía Molly la abrazó aun más fuerte y le dijo que se cuidara, que tuviera cuidado y que no se metiera en líos. Alhena se sintió un poco nerviosa, pero rió y le dijo que todo estaría bien.
—Pórtense bien, chicos...
Alhena le dio un último beso a su hermano y le susurró «te amo los ocho días de la semana». Pero Teddy solo la llamaba «Al» sin parar. Entre risas y con algunas lágrimas en sus ojos se metió en las llamas verde esmeralda y gritó: «¡A Hogwarts!». Tuvo una última y fugaz visión de la cocina y del lloroso rostro de tía Molly y los gritos de Teddy, antes de que las llamas se lo tragaran. Poco a poco empezó a reducir la velocidad y finalmente se detuvo en seco en la chimenea del despacho de la profesora McGonagall. Ésta apenas levantó la vista de su trabajo cuando ella salió arrastrándose de la chimenea.