3 | El tiempo

133 23 21
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


1936

No sabía si irse a Inglaterra dejando a sus amigos, para estudiar aquellas ciencias que más le emocionaban de la raza humana, había sido la mejor de las ideas.

Había aprendido que podía permitirse tener sueños, anhelos y expectativas fuera de Asgard, le encantaría quedarse en la Tierra. Quizás podría llevar a cabo el plan que había querido realizar hace trescientos años.

Sacudió la cabeza para despejarse y miró la botellita de jugo de mora en sus manos.

No podía estar pensando en eso como una posibilidad remota ¿O si?

Había regresado a Nueva York durante las vacaciones para visitar a sus amigos y volver al lugar que se sentía como un hogar para ella. Apenas llegó fue a visitar a Lincoln Wallace en su departamento en Queens para después volver a Brooklyn, sin embargo, Steve no estaba en su casa y vio a Bucky entrar en su departamento con una linda chica pelirroja.

Le causó un amargo sentimiento en el estómago al que no dio demasiada importancia.

En aquel momento se encontraba observando las calles de Nueva York desde la azotea del edificio.

La voz de Bucky sonó a sus espaldas.

—Hey ¿Cuándo llegaste?

—Hoy.

—¿Por qué no me dijiste? —preguntó confundido mientras se acercaba al lado de la rubia.

—Estabas ocupado, no quería molestarte —murmuró sin mirarlo.

—Nunca estoy ocupado para ti, Frey.

Freya arrugó la nariz y al fin lo miró, sus ojos claros chocaron contra los de él. Tenían el mismo color de ojos pero siempre se sentía diferente mirar su rostro reflejado en los suyos.

—Odio ese apodo —admitió.

—Lo amas —contradijo Bucky.

—No es cierto, es horrible. Creí que eras mas creativo.

—Al menos tengo un apodo para ti, tu me llamar igual que todos los demás y no me quejo.

—Te estás quejando ahora —se burló Freya —Te llamaré James, para que no te quejes.

Bucky se rio ligeramente.

—Eso es aún peor, solo mi madre y mi hermana me llaman así.

—¿No dijiste que todos te decían Bucky?

—Touché —admitió riéndose. Pasaron unos momentos en silencio en el que Bucky aprovechó para observarla más de cerca, aún irradiaba luz y bondad, era una chica preciosa a su parecer y, bueno, era una diosa en toda regla. Pero se veía cansada y decaída —¿En qué pensabas?

𝐓𝐡𝐞 𝐖𝐡𝐢𝐭𝐞 𝐖𝐢𝐭𝐜𝐡 | 𝐁𝐮𝐜𝐤𝐲 𝐁𝐚𝐫𝐧𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora