04: by your side

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04: a tu lado

¿Crees que me iría de tu lado, cariño? Me conoces mejor que eso



JUANJO.

Nuestra mesa en el restaurante estaba en silencio. Había una calma en el ambiente, pero también algo indescriptible, como si el aire fuera más denso por todo lo que habíamos vivido en las últimas horas. Los abrazos, las palabras de consuelo, las miradas llenas de pena aún se mezclaban en mi cabeza como un ruido blanco que me dejaba aturdido.

Después de la misa, que había sido breve, y las horas confusas en el tanatorio, vinimos aquí, al restaurante del amigo de mi padre al que solemos venir para eventos familiares.

Nos sentaron en la planta de arriba, una zona normalmente cerrada al público, pero que el dueño siempre preparaba para nosotros. Una única mesa redonda, apartada del bullicio de la planta de abajo. Sin música de fondo. Era como estar en un rincón seguro, aunque nada realmente se sentía seguro hoy.

Isla estaba sentada en su sillita especial al lado de Arantza, comía con gusto una papilla que su abuela le daba con paciencia. De vez en cuando intentaba pillar a su abuela desprevenida para meter el puño entero en el plato y soltaba carcajadas, ajena al silencio tenso que reinaba en la mesa.

El resto de nosotros nos limitabamos a intentar comer. Nadie parecía tener fuerzas para iniciar una conversación, pero creo que al mismo tiempo todos nos sentíamos aliviados de no estar solos.

En algún momento, mi padre rompió el silencio. Su voz sonaba más suave de lo habitual, como si el peso de los últimos días también le hubiera pasado factura.

—Quiero agradecerles por estar aquí —comenzó mirando a los Urrutia con una sonrisa tímida—. Sé que ha sido un día duro para todos, pero para nuestra familia, desde que yo era niño, siempre fue una tradición comer juntos después de un funeral.

Mi madre lo miró con esa mirada de enamorada que aún tenía, sosteniendo su mano sobre la mesa. Mi padre le besó el dorso de la mano antes de continuar.

—Cuando mi abuela murió, mi abuelo nos reunió a todos para cenar juntos, exactamente como estamos ahora. —Hizo una pausa y soltó un leve suspiro. —Lo seguimos haciendo en todos los funerales de la familia, incluso en el suyo, porque él nos enseñó que era importante saber con cuantas personas contábamos para salir adelante.

Me sentí agradecido de que lo dijera, como si por fin alguien hubiera abierto una pequeña ventana en esa habitación llena de dolor.

—Yo siempre pensé que el abuelo en realidad quería vigilar que todos estuviéramos comiendo bien. Le gustaba mucho comer. —Intervine regalándole una sonrisa suave.

Una risa ligera se escuchó a mi alrededor, aunque tenue, como si no supieran si estaba bien reír en este contexto. Incluso Isla, sin entender lo que sucedía, soltó una pequeña carcajada y, ahora sí, nos hizo sonreír a todos.

—También es cierto —respondió mi padre, asintiendo con la cabeza—. Pero creo que más bien era una excusa para hablar de esa persona. Lo más difícil de perder a alguien es no poder hablar de él con quienes lo conocían, por miedo a herirlos.

Su comentario cayó con peso sobre la mesa, pero no era un peso que asfixiara. Era más bien una especie de permiso silencioso para decir lo que teníamos dentro sin sentirnos culpables. Eso era algo realmente especial de mi padre, a veces encontraba las palabras necesarias para permitir que los demás se abrieran con él.

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