Noa fue conducido hacia las profundidades del bosque, donde se encontraban varias carretas de madera con jaulas en la parte trasera. A medida que lo empujaban hacia una de ellas, pudo ver el sufrimiento y la tristeza reflejada en los rostros de niños y jóvenes que yacían atrapados dentro de esas jaulas. Sus miradas vacías se clavaban en el suelo de madera, como si la vida se les hubiera escapado. Aquella visión horrorizó a Noa. Ver a tantos niños cubiertos con harapos, desnutridos y enfermos, le provocaba una mezcla de miedo y rabia. Parecían haber aceptado su destino de convertirse en esclavos, como si la esperanza ya no tuviera cabida en sus corazones.
Todo el lugar estaba custodiado por hombres armados con espadas y dagas, quienes vigilaban atentamente, listos para acabar con cualquiera que osara escapar. Para Noa, la escena era aterradora. El sentimiento de impotencia lo consumía, la incapacidad de ayudar a esa gente que sufría lo corroía por dentro, especialmente después de haber presenciado la muerte del anciano.
Tras caminar unos minutos, llegaron a uno de los carruajes, mucho más grande y en mejor estado que los otros. Antes de que pudiera decir o hacer algo, lo arrojaron bruscamente dentro de una de las jaulas. Dentro, encontró a varios niños y niñas que no parecían tener más de diez años. Lo miraban con ojos apagados, cargados de tristeza, mientras se acercaban lentamente. Noa, aún tirado en el suelo de la jaula, no supo cómo reaccionar ante esas miradas vacías. De repente, entre todos, una chica de cabello rojizo se abrió paso con rapidez, como si lo reconociera. Se lanzó hacia él casi con desesperación, sorprendiendo a Noa con su reacción.
—¡Noa, estás bien! ¿Verdad...? —Nimue lo abrazaba con fuerza, entre sollozos, hasta que lo apartó un poco para observarlo mejor—. Noa... t-tus ojos... —su expresión de tristeza se transformó en una mezcla de horror y asombro, como si hubiera visto a un fantasma.
—¿Qué pasa con mis ojos...? —preguntó Noa, confundido por el repentino cambio de actitud de Nimue. No entendía qué podía haberle pasado para dejarla tan conmocionada. Antes de que pudiera responder, otra chica se acercó.
—Tus pupilas... se volvieron amarillas. Tus ojos son como los de Nimue —dijo Keila, que se encontraba de pie frente a ellos, observándolos con una mirada fría. Su vestido estaba sucio y desgarrado en varios puntos, reflejando las duras circunstancias en las que se encontraban.
—N-no entiendo... —balbuceó Noa, incapaz de asimilar la situación. Su mente estaba hecha un caos, llena de imágenes y pensamientos confusos que lo atormentaban. Apenas podía procesar lo que había sucedido con Baldric, y ahora, la revelación sobre sus ojos lo dejaba en un estado de shock.
—Mi padre murió... ¿verdad? —susurró Nimue, con la voz rota por el dolor, luchando por contener las lágrimas—. Mi padre murió... y te legó sus ojos... —añadió con un suspiro tembloroso antes de romper en llanto. Nimue estaba destrozada. Todo lo que conocía se había desmoronado, y la persona que más amaba ya no estaba.
—P-perdón... fui demasiado débil... —murmuró Noa, apartando la mirada de Nimue, incapaz de sostener la culpa que lo consumía. La vergüenza y el dolor lo invadían, hundiéndolo en un abismo de desesperación del que sentía que no podría escapar. Sabía que no había podido hacer nada, y ese pensamiento lo atormentaba sin cesar.
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Otra Vida, Otro Mundo: La Leyenda de un Otaku
AventuraEn un multiverso donde todos los mundos y tiempos están conectados por las ramas del mítico Árbol del Origen, la paz ha sido destruida por la corrupción de los dioses, conocidos ahora como los Caídos. En medio de este caos, un joven que anhelaba esc...