todo iba bien, bueno, más o menos porque se había ido aquel chico
pero la situación empeoró cuando perdió a tiago de su vista porque rápidamente sintió unos dedos enredándose en su cabello, jalándolo con fuerza, haciendole doler claramente y provocando que retroceda algunos pasos.
papá, ¿quién más sería?
—mierda, ¿qué pasa?— preguntó soportando la gran molestia que le ocasionaba aquel para nada suave agarre
—¿ahora te hacés el que no sabés nada? te vi con otro pibe, ¿quién es?, ¿ese es el famoso "tiaguito"?— preguntó con un deje de burla pero predominando su enojo sobre todo
—si, es él... mi único amigo— le aclaró susurrando, cerrando los ojos con fuerza por el miedo.
—¿amigo? los acabé de ver mauro, juntitos, abrazaditos y cómo te dió un beso en el cachete o quién sabe dónde, ¿amigo decís?— lo jaloneó de manera que lo tenía en frente ahora, desafiandolo pero sin soltar aquel brusco agarre.
—¡nomás era un abrazo! ¿tanto drama te vas a hacer?— comentaba llorando, se volvía insoportable el dolor.
— ¡no me mientas! y tampoco llorés, que ya se acabó tu jueguecito. no tengo hijos maricones, así que no vas a volver a verlo a ese chico, ¿entendiste?— lo retó, enpujándolo con brusquedad contra el tronco del árbol, como si estuviera intentando intimidarlo.
—¡no! es lo único que tengo, no me jodás— le gritó molesto también.
—no es pregunta pelotudo, es una orden que debés cumplir porque no sos más que alguien débil, yo como tu padre tengo todo el poder sobre vos, te puedo hacer lo que quiera. obedecé— le susurró fríamente, de cerca.
—¡no es de gay abrazarse o mostrarse cariño con tus amigos, que a vos nadie te haya demostrado ni una pizca de cariño en tu vida no es asunto mío!— este discurso solamente sirvió para que mauro reciba una fuerte piña en su nariz, haciendo que sangre rápidamente.
—¡no me hablés así mocoso insolente!, ¡andate a dormír ya, dale!— le ordenó a los gritos, sacándole el celular de paso, tirándolo contra una piedra y partiéndolo. luego lo soltó para volver a casa.
no pudo seguir hablando más, simplemente subió a la casa del árbol y se limpiaba la nariz con una servilleta, ahogándose por el llanto y las lágrimas.
lo dejó asustado y malherido, todo adolorido y sabía que esas marcas iban a notarse rápidamente, si no es que ya se notaban ahora.