Melodía para dos

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Matías

Desperté temprano, antes del amanecer. La brisa fría que se filtraba por la ventana me erizó la piel, pero no me importó. Me gusta empezar el día así, con el aire fresco y la quietud del mundo todavía dormido. Me senté en mi estudio. Al apoyar las manos sobre las teclas, el frío del plástico bajo mis dedos me despertó completamente. Toqué algunos acordes. La música salió suave, deslizándose por la habitación como un susurro. Sentí cómo el peso en mi pecho comenzaba a aliviarse.

Después de un rato, comencé a repasar las canciones del show. Cada nota resonaba en mis oídos, cada vibración atravesaba mi cuerpo. Podía sentir la música en la piel, en las yemas de los dedos. A medida que avanzaba el día, el aire se volvía más cálido, la tensión crecía. El sudor se acumulaba en mis palmas, pero lo ignoré. Solo estaba concentrado en cómo mis dedos se deslizaban sobre las teclas, en cómo mi voz vibraba en mi garganta.

Almorcé sin hambre. Apenas sentí el sabor de la comida en la boca, como si mi mente estuviera tan ocupada que no podía procesar otra cosa que no fuera la música. Puse algunas de las canciones de mis artistas favoritas. El sonido invadió la habitación, cada nota chocaba contra las paredes y rebotaba en mí. Cerré los ojos, dejando que los ritmos me atravesaran. Era como si estuviera buscando la textura de su música, intentando incorporarla en la mía, sintiéndola bajo la piel.

Por la tarde, hice un ensayo general. Me imaginé en el escenario, la luz golpeándome el rostro, la expectación en el aire, densa como una niebla. Mi corazón latía rápido, más rápido de lo que quería. Mi mente seguía en los detalles: el eco de mi voz en la sala vacía, los acordes resonando en mis huesos. Cada error, cada pequeño fallo, lo sentía en el cuerpo como una punzada. Pero también sentía esa energía, esa electricidad en el aire que prometía algo más.

Finalmente, después de horas, me levanté del piano. El suelo bajo mis pies se sentía firme, pero en mi cabeza todavía había algo flotando, una duda que no terminaba de disiparse. Me estiré los brazos, sintiendo los músculos tensos por la postura, pero obligué a mis labios a curvarse en una sonrisa. Esta noche iba a ser especial. Lo sentía en el cuerpo.

La noche cayó con rapidez. Agarré mi mochila y el tacto del tejido áspero me reconfortó, una pequeña ancla en medio de mi creciente nerviosismo. Me puse mi buzo favorito, el algodón suave contra mi piel ayudaba a calmar los nervios, aunque seguía notando el cosquilleo bajo la piel. En el camino al bar, el frío de la noche me envolvía, el aire fresco quemaba un poco en mis pulmones, pero me mantenía despierto, enfocado. Mateo caminaba a mi lado, con su guitarra colgando perezosamente.

—Mati, eu, va a salir todo bien.—Dijo Mateo, con su voz baja y relajada, dándome una palmada en la espalda. Era ese tipo de gesto que siempre lograba calmarme, aunque solo fuera un poco. Su tono tranquilizador me sacó de mis pensamientos, como un ancla que me devolvía a la realidad.

—Gracias, de verdad.—Le respondí, soltando una pequeña risa nerviosa. Sentí cómo los nervios comenzaban a aflojarse, solo un poco, pero lo suficiente para recordar que no estaba solo en esto. Mateo siempre sabía qué decir, y en ese momento, eso era justo lo que necesitaba.

El bar en Palermo nos recibió con un olor denso, una mezcla de madera envejecida, alcohol derramado y algo más, tal vez humo de cigarro. Había algo casi reconfortante en esa atmósfera cargada, como si todos esos aromas formaran parte de un ritual antiguo, el olor de la música en vivo. Al tocar el teclado, el frío del plástico bajo mis dedos fue como un recordatorio de por qué estaba allí. Hicimos una prueba de sonido, ajustando cada instrumento a la perfección. Cada vez que el sonido vibraba en el aire, lo sentía resonar en mi pecho, como si estuviera ajustando algo más que el teclado; estaba ajustando mis emociones.

Mientras acomodábamos todo en el escenario, el calor de las luces que apenas comenzaban a encenderse me hizo sudar. El sudor bajaba lentamente por mi espalda y mi cuerpo estaba tenso, como un resorte a punto de soltarse. Me recogí el cabello en una coleta, sintiendo la presión tirando de mi cuero cabelludo, y me acomodé los lentes. Estaba listo.

El bar estaba lleno, la gente charlaba y reía. El sonido de las voces era como un zumbido constante, mezclado con el tintineo de los vasos chocando entre sí. Mis dedos comenzaron a moverse sobre las teclas casi por inercia, pero mis sentidos estaban en otro lugar. El ruido de fondo se difuminaba, y mis pensamientos se volvieron borrosos. Entonces, la vi.

Entre el bullicio, había una chica de cabello corto por los hombros, castaño claro con algunos mechones rubios que captaban la luz tenue del bar. El buzo violeta le caía flojo, contrastando con sus calzas negras que parecían absorber la luz. Estaba sentada sola, un lienzo frente a ella. Algo destacaba en ella, su soledad se sentía palpable; como una burbuja que la rodeaba y aislaba del ruido del bar. A pesar del caos a su alrededor, ella estaba inmóvil. Pareciese como si estuviera esperando algo, algo que aún no había llegado.

La luz suave del bar bañaba su figura, resaltando el brillo en su cabello y la quietud en sus movimientos. En ese momento, todo el aire que me rodeaba cambió, como si algo en su presencia lo hubiera transformado. Mi corazón comenzó a latir más rápido, pero no por los nervios. Había algo en ella que me atraía, una especie de calma, un silencio entre todo ese ruido que de alguna forma resonaba con lo que yo sentía.

La música que tocaba comenzó a cambiar. Mis dedos seguían las teclas, pero mi mente estaba con ella. El peso de la música se sentía más ligero, como si de repente estuviera tocando para ella, y no para la multitud que llenaba el bar. El frío bajo mis dedos ya no me importaba. Lo único que importaba era esa conexión silenciosa, esa sensación misteriosa de que no estaba tocando solo para mí.

Sonreí. Tal vez esta noche realmente sería especial.

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