CAPÍTULO II

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A ti llamamos, los desterrados hijos de Eva.

A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Taehyung evitó salir al pueblo desde su llegada, prefería resguardarse en la seguridad del templo después de su incidente con Jungkook, pero ya estaba aburrido de la tediosa rutina que se vio obligado a seguir por las pocas actividades que había por realizar en su nueva casa.

Se limitaba a rezar, comer, limpiar y rezar de nuevo cuando no encontraba nada mejor qué hacer. Encontró un poco de entretenimiento al intentar reparar la estatuilla de la virgen que se rompió, aunque fue una tarea inútil porque no hubo modo de hacerlo sin las herramientas necesarias. Se resignó a tener las partes de su madre encima del cajón donde guardaba su ropa.

El calor se había ido un poco, lo que significaba que el verano estaba por terminar, era un noticia que lo alegraba bastante ya que odiaba el calor y la humedad de esa época, pero todavía necesitaba un mejor estímulo que lo sacara de su estado depresivo, por lo que decidió salir de su jaula para explorar el mundo en el que estaba atrapado.

Durante el tiempo que llevaba ahí se dio algunos baños en el río, lo que le ofreció la oportunidad de salir, pero eso no bastaba porque el camino hacia allá era directo, estaba muy solo y llevaba a cabo su misión con prisas; la senda que recorría con regularidad estaba rodeada de la tierra de un bosque medio muerto, en el que había tristes flores perdiendo la batalla contra el calor infernal. Eso era lo único que conocía fuera de sus cuatro paredes viejas que casi se caían a pedazos.

Salió de noche, por supuesto, el padre Juan era siempre insistente al advertirle que fuera muy cuidadoso en todos sus movimientos, según él, la gente podría lastimarlo incluso si lo único que hacía era respirar cerca de ellos.

Jungkook fue la prueba de eso.

Los días posteriores a su encuentro con el hombre intentó no pensar en él, pero le fue imposible mantenerlo fuera de su cabeza al girar el rostro hacia la virgen María y verla deshecha por su culpa.

Lo odiaba.

Aún así, esa noche se despojó de todo para tener una velada tranquila. Evitó ponerse el alzacuellos blanco que lo distinguía como sacerdote por si había algún curioso por ahí que pudiera lastimarlo, también usó las prendas de su guardarropa que consideraba normales, de ese modo esperaba pasar desapercibido sin llamar la atención en absoluto.

La mayoría de la gente ya estaba dormida, era alarmante la cantidad de hogares que no contaban con la luz de alguna vela. Las calles desiertas se sumieron en una espesa oscuridad apenas interrumpida por la luna, que se alzaba alto en el cielo.

El pueblo cargaba una gran tristeza que contagió el suave corazón del joven sacerdote. En cada metro que recorría encontraba restos de una pena grabada en todos los rincones. La situación era en verdad alarmante.

Aquello le dio un nuevo motivo para salir adelante, despertó la mañana siguiente con deseos de hacer un cambio y le confió a Dios su misión, pidió su divina intervención para que sus propósitos se cumplieran, de ese modo podría ayudar al prójimo al mismo tiempo que lo acercaba a su padre.

Salió tres días después, en los que se dedicó a rezar sin parar con la esperanza de que María y Jesús pusieran sus ojos misericordiosos en él para permitirle ayudar a esa gente que lo necesitaba.

—Deberías ser más precavido, niño —advirtió el padre Juan al verlo ponerse su sombrero—, no todas las tierras aceptan a Dios.

—No lo entiendo, padre —dijo mientras cerraba su sotana—. Tenemos una misión aquí, vinimos por algo, pero usted sólo se encierra y no actúa. ¿Qué razones tiene para estar aquí, entonces? ¡Somos misioneros de Dios!

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⏰ Última actualización: Sep 21 ⏰

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