29. Recta Final.

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Adriana y Lorena llegaron al acogedor aparta estudio donde Lorena se había instalado temporalmente. A pesar de su tamaño modesto, el espacio estaba decorado con un toque personal y elegante que reflejaba la personalidad de Lorena. La luz suave que se filtraba por la ventana iluminaba la habitación, destacando los colores cálidos y la textura de los muebles.

—Vamos, Adriana, ¡apresúrate! —dijo Lorena con una sonrisa pícara y un tono juguetón—. ¿O es que ya no puedes seguir mi ritmo?

Adriana se detuvo en seco y se cruzó de brazos, su ceja izquierda arqueada en un gesto de indignación mientras clavaba una mirada penetrante en Lorena. Su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y ofensa.

—Adri —corrigió Adriana, su voz llena de indignación y una pizca de coquetería—, no soy señora. Al menos, no para ti. Esta señora es tu mujer, y no te olvides.

—¿La espalda todavía te está molestando? —preguntó Lorena, su voz suave y preocupada, mientras se acercaba a Adriana con una sonrisa burlona.

—Mocosa, te voy a enseñar a respetar —le dijo Adriana, su voz juguetona pero con un toque de advertencia.

—Lo decía porque pensaba que podría hacerte un masaje —replicó Lorena, su sonrisa inocente y seductora.

—No me voy a negar a eso… —dijo Adriana, sonriendo perezosamente mientras se sentaba cómodamente frente a Lorena—. Pero si crees que estoy vieja, tendrás que hacer todo el trabajo. —Sus ojos brillaron con picardía—. Desvísteme.

Lorena sonrió, su mirada ardiente, y se acercó a Adriana con prisa, como si estuviera sedienta de sentir su piel. Con dedos expertos y delicados, desabotonó la camisa de Adriana, revelando poco a poco la suavidad de su piel. Cada botón que se abría era como una promesa de placer, y Lorena se demoraba en cada gesto, saboreando la anticipación.

Aunque el dolor de Adriana no era tan intenso como para requerir un masaje, no pudo resistirse a la idea de sentir las manos de Lorena sobre su piel, tocándola con cariño y delicadeza. La sola perspectiva de su contacto la hacía sentirse relajada.

Lorena susurró, su voz baja y sensual, como una caricia en la oscuridad. Su mirada recorrió el cuerpo de Adriana con una lentitud deliberada, prendiendo fuego a cada centímetro de piel. “Túmbate, mi amor”, murmuró, su aliento cálido en la oreja de Adriana. “Te voy a dar un masaje que te hará olvidar el dolor y el cansancio del viaje. Un masaje que te hará olvidar todo menos mi tacto, mi respiración, mi amor.

Adriana se tendió en la cama, su cuerpo entregándose a la experta manipulación de Lorena. La mirada de Lorena se posó en su espalda, como si estuviera estudiando cada curva y contorno. Luego, con dedos suaves y precisos, comenzó a masajear su columna vertebral, trazando un camino de relajación y placer. La presión de sus dedos era justo lo suficiente para liberar la tensión, pero también lo suficiente para despertar una respuesta más profunda.

—Ay, Dios… —susurró Adriana, su voz un jadeo de placer y deseo, mientras su cuerpo se arqueaba bajo las manos expertas de Lorena—. Tus manos son una delicia, me hacen sentir viva.

Lorena sonrió, su mirada fija en la espalda de Adriana, sus tatuajes y la suavidad de su piel. Sus manos también estaban disfrutando de un placer inmenso, como si estuvieran viviendo la experiencia junto a Adriana.

—Me alegra que te guste —dijo Lorena, su voz baja y seductora—. Yo también sé cómo consentir a mi mujer. Cómo hacerla sentir amada y deseada.

Adriana se estremeció de nuevo, sintiendo cómo su tensión se disipaba bajo el calor de su tacto. —Eres la mejor masajista del mundo —dijo, su voz llena de admiración y deseo.

Profesora Valencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora