Combustión

4 0 0
                                    

Había una calidez en medio de la áspera noche que se erguía a mis espaldas, luego de tanto implorar me respondió el cielo con un fuerte estruendo que parecía más bien un desdichado y turbulento regaño, en medio de la estrepitosa tormenta que se alzaba en las fueras de la ciudad podía escucharse con añoro el lúgubre llorar del cielo en el techo de plástico que cubría mi patio, la noche hablaba como ninguna otra, silbaba y corrían lamentos a través del viento, parecía estar anunciando un horror desconocido que naufragaría a través de las riberas del diluvio que osaban por llamar lluvia.

Aun así el frío que parecía estar adherido por defecto a esta vil tempestad no evitaba sentir cierta calidez ya mencionada, una que estaba en medio de todo ¿Pero en medio de qué? No había calefacción ni velas encendidas, ni mucho menos nadie cocinando a estas altas horas en la hornilla, solo yo con mi burlesca soledad, pero la calidez seguía allí, cerca, muy cerca de mí.

Intenté levantarme del asiento donde me encontraba divagando e inmediatamente caí al suelo sobre mi propio peso, la calidez se hizo aun mayor, la calidez venía desde adentro de mí, la calidez dejó de ser cálida, la calidez no buscaba protegerme de las gélidas tinieblas, la calidez buscaba hacerme parte de ella.

Un fuego repentino e inexplicable que se abría paso en mis entrañas, un ardiente fulgor melancólico, consumiéndome y envolviendo mi corazón en llamas, el humo empezó a asomar por la comisura de mis labios, gritos inaudibles apagados por el crepitar de la brasa en mis oídos, mis ojos empezaron a salirse de sus órbitas, y poco a poco sentía como me hacía nada en mi interior mientras a su vez iba tosiendo las cenizas que ya era por dentro.

El fuego sube, el fuego arde, el fuego quema, sale desde adentro para devorarme por fuera, ya no hay consciencia ni corazón, ya no hay mente y por tanto no hay temor, poco a poco el dolor se siente menos, poco a poco me acostumbro más al incendio que es mi cuerpo, ya no soy sangre ni huesos, no soy carne ni nervios, no soy humano pero tampoco animal, no soy nada que se pueda ya salvar, no estoy en el infierno pero se sentía como ello, simplemente no soy, no estoy, me destruyo desde adentro, me desmorono y lentamente desaparezco, pierdo la razón, ya olvidé el por qué, me olvidé a mí y lo que solía ser ¿Alguna vez fui?

Con despacio y sigilo la calidez y el frío se despidieron de mí, se habían cumplido los horrores proféticos que murmuraban las corrientes de aire en el caos frenético del exterior, pues yacía en el cemento de un extraño hogar un cuerpo atravesado por un fino metal recubierto de un viscoso plasma carmesí, caras largas y estupefactas lo observaban, yo también lo hacía desde arriba, y por una curiosa razón, aquel cadáver tan similar a mí parecía esbozarme un parsimoniosa sonrisa.

Ecos VacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora