"En los momentos de soledad, cuando la realidad parece desvanecerse, lo que no queremos ver de nosotros mismos emerge desde el inconsciente."
Adéntrate en un universo de emociones sutilmente entrelazadas a través de "Ecos Vacíos", una colección caut...
*Dicese de reuniones para lectura o declamación de textos, entre otros
.
Era una tarde sombría, de esas en las que el aire parece cargarse de presagios que aún no se revelan. Bunny y George, envueltos en un silencio denso, hojeaban un antiguo libro de hechizos, uno de esos volúmenes que, olvidados por el tiempo, reaparecen por capricho del azar. Mientras George, incrédulo, leía con desgano, Bunny, en cambio, parecía sumido en una fascinación insondable, como si cada palabra despertara en él algo oscuro y profundo, sepultado en lo más hondo de su ser.
—George, mira esto... —dijo Bunny, su voz entrecortada por la emoción contenida—. Creo que he encontrado algo importante.
A pesar de su incredulidad, George accedió a ayudarlo a realizar uno de los rituales que describía el libro. No creía en lo que leía, pero el tedio de la tarde lo llevó a jugar con lo que consideraba simples supersticiones. En un acto casi mecánico, dispusieron el espacio: encendieron velas que proyectaban sombras indecibles sobre las paredes gastadas, y comenzaron la ceremonia. Bunny murmuraba con fervor oraciones en lenguas olvidadas, mientras George lo observaba desde la distancia con un leve atisbo de burla.
Pero su sonrisa se desdibujó cuando las luces titilaron de repente, el parpadeo errático parecía seguir un ritmo ajeno a la lógica. Las velas vacilaron antes de apagarse, y una luz amarilla, enfermiza, invadió el ambiente. George, hasta entonces impasible, sintió un frío inexplicable recorrer su espalda. Intentó retroceder, pero el aire mismo parecía apresarlo en su lugar.
De pronto, Bunny comenzó a levitar, su rostro desencajado en una expresión de mezcla entre terror y asombro. Sus ojos, ahora completamente blancos, se clavaron en George, que lo miraba con horror. El silencio fue roto por un desgarrador grito que escapó de la garganta de Bunny, quien, en un acto violento, se lanzó sobre él, se abalanzó sobre George, apretando sus manos en torno a su cuello con una fuerza inhumana.
En medio de la lucha, Bunny, como guiado por una voluntad ajena, tomó el cuchillo ceremonial que habían usado minutos antes. George, presa de una angustia que jamás había experimentado, comenzó a suplicar por su vida. Pero entonces, con un gesto tan rápido como fatal, Bunny hundió la hoja en su propio pecho, suspendido aún en el aire, atravesandólo como si la carne misma lo invitara a un destino inevitable, llegando hasta su corazón. Su cuerpo cayó al suelo con un sordo golpe que resonó como un eco en la oscuridad. La sangre manó en torrentes silenciosos dentro de su cuerpo, ahogándolo desde adentro.
Aturdido, George se desplomó junto al cadáver de su amigo, sus sollozos rompiendo el tenso silencio mientras intentaba borrar, frenéticamente, las marcas del ritual en el suelo. Pero su desesperación era en vano; algo había sido despertado, algo que reclamaba más de lo que ambos podían imaginar.
Las velas, como respondientes a una presencia oscura, volvieron a encenderse por sí solas. La luz amarilla se desvaneció, pero la atmósfera seguía impregnada de una amenaza latente. George, temblando, creyó que el horror había terminado. Sin embargo, las sombras que lo rodeaban empezaron a moverse, lentas pero implacables, como si la oscuridad misma conspirara contra él. Las percibía en los rincones, en las paredes, flotando, observando.
De repente, la habitación se tiñó de un rojo profundo, y una sombra mayor, más grotesca y macabra que las demás, emergió ante él. Tenía un rostro cubierto de sangre, un espectro deforme que se acercaba con una lentitud agonizante. George, incapaz de pensar, tropezó con el cuerpo inerte de Bunny y cayó al suelo. Allí, junto a él, el cuchillo ritual brillaba débilmente bajo la luz tenue. Lo tomó, en un acto reflejo, y lo alzó como única defensa.
La sombra se abalanzó sobre él, y George, en un último acto de desesperación, hundió la hoja en la oscuridad, directo a la cara siniestra de aquella figura. Al instante, la habitación volvió a iluminarse como antes, las velas ardían tranquilas y la luz amarilla había desaparecido. Todo parecía haber regresado a la normalidad, pero en el aire flotaba un silencio ominoso.
Los únicos testigos de lo sucedido yacían inmóviles en el suelo: los cuerpos occisos de Bunny y George. Este último aún aferraba el cuchillo, con el cual, en un torpe gesto final, se había perforado el ojo. La hoja había atravesado el globo ocular, penetrando hasta el lóbulo frontal. El impacto lo había sumido en una lobotomía improvisada, condenándolo a morir en una lenta agonía, atrapado en un mar de confusión, mientras su mente se apagaba, desconectada de la realidad que lo rodeaba.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.