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Alondra:

No sé ni por qué puñeta estoy aquí otra vez. Me había prometido no volver tan rápido, pero parece que tengo la maldita costumbre de querer arreglar las cosas que no tienen arreglo. Llegué a la casa de mami después de varios días sin hablarle. Bueno, sin hablarle en serio. Después de esa última visita con Rai, la relación entre nosotras quedó… jodida. Aunque la relación siempre ha sido tensa, lo que pasó ese día me jodió más de lo que quería admitir.

Mientras caminaba por la acera hacia la puerta, sentía cómo la ira me iba apretando el pecho. ¿Por qué carajo siempre tengo que estar yo pidiendo perdón o intentando calmar las aguas? Mami es la que siempre sale con comentarios que no debería. Pero bueno, aquí estoy. Otra vez.

Toqué la puerta, esperando esos segundos que siempre parecen más largos de lo que son. Cuando abrió, ahí estaba: mi madre, con esa expresión mezcla de sorpresa y molestia. No sé si le molestó más que no le avisara que iba o que fuera yo quien estuviera parada frente a su puerta. Me sonrió, pero no de una forma genuina, sino esa sonrisa de cortesía, como cuando uno ve a un vecino al que en realidad no quiere saludar.

—¿Qué haces aquí, nena? —me dijo, abriendo la puerta lo suficiente para dejarme pasar.

—Vine a hablar contigo —le contesté, entrando sin pedir permiso. No estaba de humor para tanta mierda de formalidades.

La casa olía igual que siempre, a café viejo y a alguna vela que seguro tenía prendida desde hace días. Me senté en el sillón de la sala, el que siempre está cubierto con un mantel que parece más viejo que yo. Mi madre se quedó en la puerta unos segundos más, como si dudara de si debía dejarme entrar o no. Finalmente, cerró la puerta y se sentó frente a mí, en su sillón favorito, el que parece un trono.

—¿Y qué quieres hablar conmigo? —preguntó, con ese tono que ya me tenía cansada. Como si todo lo que yo dijera fuera una pérdida de tiempo.

—Quiero hablar de lo que pasó la otra vez —empecé, pero ya sabía que esto no iba a ir bien. No había manera de que una conversación con mami sobre Rai fuera a salir bien.

—Ah, eso… —dijo, mirando hacia otro lado. Sabía que no le gustaba hablar de eso, pero joder, era necesario—. ¿Qué hay que hablar? Ya sabes lo que pienso.

Y ahí estaba. Como siempre, la misma respuesta de mierda.

—Mami, no me vengas con esa. Lo que dijiste estuvo fuera de lugar —le dije, intentando mantener la calma, aunque ya sentía cómo me hervía la sangre—. No tenías que hablar así de Rai.

—¿Cómo quieres que hable, Alondra? ¡Por el amor de Dios! Tú sabes lo que ella es. Tú sabes lo que eso significa. Yo no crié a una hija para que... para que termine con una mujer.

Ahí me explotó la paciencia. Ese "tú sabes lo que ella es" fue como una bofetada. Siempre lo mismo. Siempre los mismos comentarios ignorantes.

—¡¿Qué carajo te pasa a ti, mami?! —grité, levantándome del sillón—. ¡Rai no es una maldita enfermedad ni un maldito problema! ¿Tú te escuchas? ¡Es mi novia! ¡A mí me gusta!

El silencio que siguió fue tan pesado que casi podía oír el eco de mis propias palabras rebotando por la sala. Mi madre se quedó congelada en su asiento, sus ojos abriéndose de par en par como si acabara de decir algo del otro mundo. Claro, para ella, eso era.

—Tú no puedes estar hablando en serio, Alondra —dijo, su voz temblando entre incredulidad y rabia—. ¡Tú no eres así! ¡Esto no eres tú!

—¡No me vengas con esa mierda de "esto no eres tú"! —le respondí, ya sintiendo que las lágrimas me empezaban a subir a los ojos, pero no iba a dejar que me viera llorar todavía—. ¡Soy yo, mami! ¡Soy yo y me gusta Rai! Y no voy a esconderlo solo porque a ti te dé asco o porque pienses que es un pecado. ¡Ya basta con esa mierda!

—¿Cómo que te gusta? ¡Tú no eres lesbiana! ¡Tú no puedes serlo! —gritó ella, levantándose también, pero sin acercarse.

—No, no soy lesbiana. ¡Pero me gusta Rai! —le dije, dejándolo claro. Las palabras salían casi como una explosión que había estado conteniendo por demasiado tiempo—. No sé cómo explicarlo, pero ella me hace feliz. Ella me entiende. Y si tú no puedes aceptar eso, entonces el problema lo tienes tú, no yo.

—Alondra, por favor... —su tono cambió, más suplicante ahora, como si pensara que podía cambiar mi forma de pensar con solo pedirlo—. Esto es un error. Estás confundida. Esa muchacha te ha metido cosas en la cabeza.

Y ahí estaba de nuevo, el maldito "ella". Como si Rai fuera la responsable de todos mis males, como si fuera una influencia maligna que me había lavado el cerebro.

—No estoy confundida, carajo —le dije, con la voz quebrada pero firme. Ya no podía más—. Y te juro que si sigues hablando de ella así, no vuelvo a poner un pie en esta casa.

El silencio volvió a apoderarse de la sala. Mi madre me miraba, su expresión cambiando de incredulidad a algo más oscuro, más profundo. Parecía que por fin estaba entendiendo que esta vez iba en serio. Que esta vez no había marcha atrás.

—No puedo creer que me estés diciendo esto... —susurró, llevándose una mano a la boca—. Que mi propia hija... que tú...

—Sí, mami. Soy yo. Y si no puedes aceptarlo, entonces no sé qué vamos a hacer. Pero no voy a seguir pretendiendo que no está pasando nada, ni voy a seguir escondiendo lo que siento solo porque a ti no te gusta.

Dio un paso hacia mí, como si quisiera acercarse, pero al mismo tiempo no supiera cómo. La confusión y el dolor en su rostro me dolieron más de lo que quería admitir. Pero ya no había vuelta atrás. Lo que estaba hecho, estaba hecho.

—Alondra, por favor... —repitió, pero ya no había más que decir. No podía seguir con esto.

—No. Ya basta, mami. No puedo más. —Di la vuelta, con el corazón en la garganta, y me dirigí hacia la puerta.

Mientras caminaba, sentía cómo me temblaban las piernas, pero no me detuve. No podía permitirme parar ahora. Abrí la puerta con fuerza, respirando rápido, y justo antes de salir, me detuve un momento.

—Te quiero, mami, pero no voy a dejar que me sigas jodiendo la vida por esto.

Y salí de la casa, cerrando la puerta tras de mí. No me detuve hasta que estuve lejos, fuera del alcance de su mirada, fuera de su mundo. Y ahí, en medio de la calle, rompí a llorar. Las lágrimas cayeron como si llevara años aguantándolas, y por un momento, sentí que todo se me venía encima.

No sabía qué iba a pasar a partir de ahora. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba haciendo lo correcto, aunque doliera como el carajo.

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Hola, bebés.
Vamo' a llorar, puñetaaa.
Esto no es una escena ficticia, lamentablemente mucho hemos pasado por el rechazo de nuestros padres, pero vamo' pa' lante, mis nenes.
Rendirse no es opción y ver hacia atras está prohibido.
Espero sus comentario, reacciones, y de más. Espero les haya gustado.
Recuerden tomar agua, comer bien y cuidarse las nalgas.

Besos 💋.

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Under the webcam glowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora