II

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Él es un grito sobre mi alegría misma, de la cual jamás estaré satisfecha de escuchar.

- ¿A quien se referiría el jefe? -. Cuestiono una voz femenina.

- ¿Arthit? ¿Quién será él?

- ¿Será su amante? -. Se escuchó cuestionar a otra persona.

- No creo, el jefe no es gay... ¿O si?

- Se sabe de antemano qué está casado, aunque nadie ha conocido aún a su esposa.

Mientras las preguntas seguían en ese lugar, el joven empresario fumaba pacíficamente, recordando lo qué hace algunas semanas había sucedido.

Y es qué juraba qué él era tan parecido al chico de sus sueños, aquel precioso extraño qué se colaba constantemente en sus recuerdos, de algo qué sabía de antemano, había olvidado.

- ¡Arthit! -. La conversación se reprodujo una y otra vez en su memoria.

- ¿Perdón... a quien llama usted? -. Cuestiono su manager -. Oh no jefe, él no se llama así, él es...

Pero antes de escuchar siquiera correctamente su nombre, todo se desvaneció, y en su lugar, solo escuchaba una voz llamando constantemente a él, pero no su nombre, si no el de alguien más.

❤️‍🩹

" -Te amare, en todas las vidas qué me permitas hacerlo -. Le profeso una vez más, mientras sus dulces labios callaban los temores de su mente, y aquella despedida aún no estaba escrita.

- Arthit, por favor, por favor regresa, dime qué todo aquello qué se rumora, es solo una cruel mentira -. Le pedía de rodillas, aquel hermoso chico.

- No Kongphob, es cierto aquello qué se ha publicado, yo me casare con mi primer amor -. Le respondió cortantemente -. Es cierto también lo qué todos ellos dicen en sus reportajes, yo la amo.

Y mientras la desgracia tocaba al borde de su cordura, Kong luchaba constantemente con la dureza de sus palabras.

Aquello no podía ser cierto, no podía imaginarse a su chico, amando a alguien más, no cuando le prometió qué jamás lo abandonaría, y aún así, seguía rompiendo cada milímetro de su ser.

❤️‍🩹


- Joven, joven, despierte por favor -. Pedía alguien al fondo de su mente.

Pero no podía reconocer de quién era esa extraña y placentera voz.

Algo le pedía seguir durmiendo, quería seguir soñando con sus besos, quería seguir enredado entre sus brazos, era una sensación dulce de la cual no quería escapar jamás.

- Joven...

Finalmente pudo abrir los ojos a un nuevo día.

Los acontecimientos pasados, habían hecho estragos en su alma, estaba tan mareado, confuso, no entendía del todo qué estaba sucediendo y aún así, quería seguir en un estado de sedición.

Fue cuando finalmente se encontró con aquella pulcra mirada, qué lo entendió.

Si, aquel muchacho qué estaba a su lado, era el extraño de aquellos sueños.

- Volviste -. Fue lo único qué pudo pronunciar.

Y sin pensarlo dos veces, se quiso incorporar, solo qué no contaba con qué estaría atado a un suero.

Aparentemente había estado bastante tiempo inconsciente, tanto qué el Sol parecía sonreírle, al colarse de forma rebelde sobre aquella habitación.

- ¡No señor, no se incorpore! -. Pido de una forma dulce, como queriendo evitar hacerle más daño.

- Lo siento...

- No, debería ser yo quien le pida disculpas a usted, por todo lo qué he ocasionado -. Hizo una reverencia muy formal y finalmente se presentó -. Señor, yo Krist, quisiera disculparme con usted, director, Singto.

Cuando escucho su nombre de su boca, toda esperanza desapareció de sí mismo, no era él, al menos su cara preciosa le hacía recordarlo, pero su nombre...

Por un momento se sintió estafado, por un momento todo se fue al carajo y lo único qué sentía eran unas ganas tremendas de llorar, de dolor y frustración.

Fue solo en el momento qué él se acercó y lo examinó con esa dulce cara, cuando sus manos tocaron suavemente, como una preciosa prenda, su piel, qué se sintió tranquilo, qué esas dudas se sintieron tan pequeñas y todo volvió a sentirse como en casa, qué todo lo sintió de forma correcta.

- Joven Singto, afuera le está esperando el Joven...

- Deja qué pase -. Le pidió tranquilamente, no dejando qué su secretaria terminara la frase -. Le he estado esperando por bastante tiempo -. Se dijo a sí mismo esto último, mientras tomaba asiento.

Pasaba ya del mediodía, cuando la puerta se abrió finalmente y aquella persona había hecho su entrada en aquella habitación tan lujosa.

- ¿Me mandaste a llamar? -. Cuestiono para nada sorprendido, de hecho, debió suponerlo desde antes, qué en cualquier minuto aquello sucedería.

- Tengo algo qué pedirte...

Cartas a un amor perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora