Rosario

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He decidido tomar el camino de la soledad, y no me arrepiento. Prefiero mantener mi distancia, alejarme de las personas que intentan acercarse a mí, pues tarde o temprano me abandonarán, ya sea porque lo deciden o porque la muerte vendrá a buscarlas. Últimamente, lo he aceptado: aquí, en Panamá, no puedo permitirme enamorarme de nadie, no cuando soy tan impredecible y albergo tantas dudas sobre quedarme.

Me gustaría conocer nuevos amigos, pero me resulta difícil. El miedo me paraliza, aunque sé que no puedo vivir eternamente atrapado en él.

Conozco a Rosario desde febrero. Es una mujer en quien puedo confiar, y aclaro esto desde el inicio. Tiene 47 años, dos hijas, y un maravilloso esposo. Nunca antes había reparado en ella de manera tan profunda, pero esta semana algo cambió. La vi, la escuché, y quedé fascinado. Sus ojos me atraparon; había algo en su mirada que no había notado hasta ahora, algo que me atraía irremediablemente.

Aunque la conozco desde hace meses, nunca la había visto de verdad. Nunca la había escuchado expresarse con esa claridad. Es una madre ejemplar, una esposa dedicada, una profesora excelente y, además, mi supervisora. Hablar con ella es un placer. Le gusta leer, y sorprendentemente, comparte los mismos intereses que yo, aunque nunca lo había notado. Tal vez porque sé que está fuera de mi alcance. Es imposible, está casada, tiene una hermosa familia, y podría ser mi madre. Es hermosa, correcta, inteligente. Jamás había sentido este tipo de atracción hacia una persona mayor.

No es que nunca me hayan gustado mujeres mayores, pero nunca me había sentido así. Rosario me gusta más allá de un simple momento. Me gusta tanto como, o incluso más que, Amparo. Jamás lo había pensado de esta manera, pero ambas tienen algo en común: son amores imposibles.

Hoy la vi, y sonrió al verme. Yo sonreí también. Estaba con sus hijas. Me siento irremediablemente atraído por mi supervisora, y me parece extraño que, después de siete meses de conocerla, haya sido ahora cuando comencé a verla de verdad. Durante el viaje a Colombia la conocí más a fondo, y supe que quería una mujer con sus características. Es tan linda, pero tan imposible.

Sentí celos de su esposo; es tan afortunado. Y lo curioso es que no me importa que hayan tenido dos hijas. Siempre pensé que no querría ser padrastro, pero con ella no me importaría. Es perfecta. No sentía algo así desde Amparo, pero con ella es diferente. Con Amparo siempre creí que podría haber una posibilidad, pero con Rosario, sé desde el principio que no funcionará.

**Confesión de hoy.**

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