Aún en estado de estupor por lo sucedido, Aziraphale tardó un tiempo en reaccionar, solo y arrodillado en aquel sótano ruinoso. Todavía no era consciente de que se encontraba atrapado y solo en terreno maldito, asediado por el brazo secular del cielo y abandonado por aquel al que acababa de declararle su amor. No era consciente aún de que el sol empezaba a salir ya en el último día del plazo concedido para presentar sus alegaciones y que el expediente de la Soberbia, considerada como padre de todos los pecados, aún no se había resuelto.
Lo único que sabía era que amaba a Crowley, que siempre lo había hecho; le amó desde aquella vez en que el Hacedor de Estrellas le había pedido que detuviese su fulgurante vuelo y le ayudara a poner en marcha la maquinaria celestial necesaria para crear el universo. Fue consciente de que cada vez que se encontraban en la Tierra, en su corazón florecía la primavera y que cuando debían separarse, la nieve invernal volvía a cubrir su alma, haciéndola dormir hasta el siguiente encuentro. La importancia de aquella revelación le había golpeado quitándole la respiración, volviendo su mundo del revés y todo lo que creía conocer hasta entonces, dando sentido a cada uno de sus actos y reduciendo a la nada la importancia de todo lo demás.
Aziraphale nunca supo decir cuanto tiempo duró aquel estado de trance casi místico. Podría haber durado un minuto lo mismo que podían haber transcurrido horas, pero si supo que lo que le sacó de él fue el sonido de algo escarbando fuera, junto a la pared agujereada. Y la tristeza que había dejado la ausencia silenciosa de su adorado demonio fue sustituida por una inmensa alegría cuando escuchó su afinada voz al otro lado del muro.
- J*der!!! Ya me he clavado otra astilla! Ángel, haz el favor de dejar de echarte la siesta y ayudarme a sacar tu trasero sensiblero de ahí!!
- ¡Oh, Crowley! – exclamó Aziraphale alborozado- ¡Has vuelto!
- Pues claro que he vuelto! Como puedes creer que voy a dejarte ahí tirado? Venga, a ver si puedes apalancar con algo desde dentro el ventanuco ese de la derecha... es el único sitio por el que vas a poder salir de esa letrina – le contestó gruñendo su poético amigo.
El Principado se puso en pie y sacudió sus ropas antes de agarrar con fuerza un viejo madero y acercarse al punto marcado por el demonio. Encontró una grieta muy a propósito para meter su improvisada palanca y una vez encajada, cargó todo su peso sobre ella. El marco salió de sus goznes y alguien lo retiró rápidamente desde fuera. Aziraphale parpadeó como un gato cuando la luz de fuera le deslumbró, y una mano blanca entró por el hueco, ofreciéndole ayuda para salir.
Sin embargo, cuando Aziraphale salió arrastrándose y se puso en pie sonriendo, pudo ver que la mano de quien le había ayudado a salir no era de quien él esperaba. Un ángel delgado y altísimo, con un manto gris con capucha que le cubría los ojos, se irguió mientras el Principado se enderezaba. Junto a él, ardía una carpeta dorada.
- Tu confesión secular ha finalizado. Estás libre de pecado, Aziraphale- las palabras fueron dichas con tanta determinación como rabia.
Con un sonido de batir de alas, el ángel encapuchado desapareció. El rubio Principado miró los restos de la carpeta del último pecado, tirados en el suelo junto a la hierba alta.
- "No se puede acusar de orgullo por no pecar a alguien que no tiene pecados en su haber" – fue la frase que llegó a la mente de Aziraphale en ese momento. Sin embargo, no supo muy bien si el pensamiento era propio o...
Con un siseo, la hierba alta se movió un instante, y el ángel captó algo rojo en ella. Cuando se agachó a ver de qué se trataba, descubrió una hermosa rosa escarlata.
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El ritmo hipnótico del tambor, combinado con la intrincada melodía de la gaita, fue aumentando poco a poco, subiendo de ritmo como un corazón acelerado por una huida desesperada. El fuego de las hogueras se reflejaba en la piel sudorosa de los danzarines, trazando ríos de fuego que chorreaban por la carne desnuda, por los cuerpos agitados por la danza cada vez más frenética y con las voces elevándose en cantos y gritos de júbilo y lascivia.
Los bailarines unieron sus manos y formaron un círculo en torno al demonio que, sentado en un sitial, presidía el aquelarre. Hombres y mujeres desnudos bailaron al unísono participando, henchidos de gozo y hierbas prohibidas, en la ceremonia de iniciación del joven candoroso que se unía por primera vez a las filas de la brujería. Vestido de blanco, el chico fue conducido por una hermosa mujer y un apuesto hombre ante el representante de su satánico señor.
Se hizo el silencio al enmudecer los instrumentos a la vez que los asistentes. El círculo se abrió para dejar paso a los tres, que llegaron hasta los pies del trono y se postraron ante la criatura que les miraba indolente, con sus ojos de reptil semicerrados tras un extraño ingenio que él llamaba gafas de sol.
- Quién eres, mortal? – preguntó el demonio utilizando la fórmula habitual.
- Me llaman Manuel, pero deseo que se me pueda llamar Servidor de Satán, gran señor- respondió el chico, también en la fórmula habitual.
- Si esa es tu libre voluntad, entonces demuestra que vuelves la espalda a la Luz para adorar a las Tinieblas – contestó Crowley, levantándose del trono y dándoles la espalda.
Con reverencia, el muchacho se acercó y besó con devoción las duras nalgas del demonio. El grito de júbilo de todos los presentes rasgó la noche. La orgía había empezado.
Crowley se volvió y tomó entre sus brazos al joven que acababa de entregar su alma al infierno. El ritual debía continuar con la posesión carnal del aspirante, y Crowley no podía, so pena de enfrentarse a los más terribles castigos en el infierno, dejar de cumplir con esta obligación como portavoz de Lucifer. A su alrededor, los demás brujos y brujas se acariciaban, besaban y enlazaban sus cuerpos saboreando los placeres más prohibidos de la lujuria. Hombres con hombres, mujeres con mujeres, una mujer con tres hombres, un hombre rodeado de mujeres, un solitario mirando a todos... las combinaciones eran muchas y todas quedarían bien exploradas esa noche... Crowley suspiró de modo casi doloroso y se centró en su trabajo. Sus recursos no debían fallarle al hacer lo que tenía que hacer, de modo que dejó a un lado sus sentimientos personales y buscó la inspiración necesaria en otro lugar. Las manos finas de largos dedos despojaron al muchacho del ropón ceremonial dejando al descubierto su blanca y suave carne. El chico bajó la mirada.
- "Su piel es tan blanca como la del ángel"- pensó mientras acomodaba al chico sobre su regazo, con las piernas abiertas- "Y su cuerpo es cálido y nuevo"- bajó una mano para alinear su duro sexo con la entrada del joven- "Como desearía que fueras tú..."
Mientras la música volvía de nuevo y las risas eran sustituidas rápidamente por gemidos de placer, la mente de Crowley estaba muy lejos de allí; y aunque su cuerpo físico se encontraba en ese momento poseyendo lascivamente al joven recién iniciado, que pronto unió sus jadeos a los de los demás, la mente del demonio pelirrojo estaba en esa cama iluminada por el sol donde podía contemplar el rostro de Aziraphale y su maravillosa sonrisa llena de amor.
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Malleo Angelorum
Historical FictionA finales de la convulsa Edad Media española, la brujería y los pecados estaban de moda. Y como no podía ser de otro modo, la pareja inefable entiende un montón de esto...