Parte IX: Protegiendo al defensor

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- Por enésima vez, mi buen señor, le digo que nadie se llevó a la muchacha de la celda. Salió por su propio pie y se marchó...- dijo Aziraphale, ya algo irritado.

Se removió en el duro asiento en el que llevaba instalado casi todo el día, esperando, junto a un ausente Crowley, que parecía infinitamente aburrido y se sentaba también en otro mueble similar. A diferencia del ángel, como el que estaba formalmente acusado era él, le habían puesto unos pesados grilletes en las muñecas pero de algún extraño modo se las apañaba para hacerlos parecer un elegante complemento a su vestuario. Hacía sólo un rato que sus captores se habían dignado a empezar el interrogatorio, pero los cinco hombres de la Inquisición a los que se les había asignado el examen no habían hecho más que preguntar una y otra vez lo mismo. Y todo para conseguir que les miraran ceñudos y poco convencidos.

- ¿Puede indicarnos entonces como es posible que una simple mujer saliera de un calabozo cerrado y atravesase un pasillo vigilado hasta llegar a la calle en la que tenía una montura preparada, hermano Felo?

- Yo puedo decíroslo, si es que me dejáis...- empezó Crowley mirando hacia el techo.

- ¡Silencio! El acusado solo hablará cuando se le ordene –espetó el jefe del tribunal.

- Entonces, os quedaréis sin saber el final de la historia...

Uno de los jueces hizo un gesto y dos guardias armados se acercaron a Crowley. Aziraphale los miró con aprensión.

- Si el acusado vuelve a hablar sin permiso, pónganle el acial – les ordenó el interrogador a los guardias. Uno de ellos sostuvo ante el demonio una espantosa mordaza metálica cubierta de oxidadas púas. Crowley miró el instrumento y luego miró al Inquisidor con cara de aburrido, como si lo que le estuviese mostrando fuera un tratado sobre la vida monástica del piojo de las gallinas.

- El uso de ese artilugio no será necesario en absoluto – dijo el ángel con prontitud y una nota de pánico en la voz- Yo les explicaré de nuevo lo ocurrido todas las veces que quieran.

- Si, por favor. Explíquenos que hacía el acusado en la casa Inquisitorial.

- Ah, eso. Si, por supuesto. Pues... tal parece que él...- el Principado ensayando su mejor sonrisa, señaló a su amigo- se hallaba en una zona cercana y... bueno, tan cercana que se podría considerar dentro del edificio, claro, porque la cercanía si es coincidente con el lugar es más como estar allí, podría decirse... aunque si esa coincidencia no es consciente pues... aunque se esté allí tal vez no pueda considerarse como personarse en el lugar propiamente dicho, aunque tal vez...

Uno de los hombres, exasperado, levantó la mano para pedirle silencio. Crowley miró a Aziraphale por el rabillo del ojo, y con disimulo, le dijo moviendo sólo los labios:

- "Ángel!-diles-la-maldita-verdad"

Aziraphale sacudió una mano sin que apenas se notara, para negar las palabras del demonio.

- Vaya de una vez al grano, hermano. ¿Qué hacía su amigo en ese lugar? Le advierto que este tribunal tiene formas de interrogar diferentes que hacen que las respuestas sean mucho más sintéticas.

- "Como te toquen un solo pelo pienso tirarles encima el maldito edificio"

- Por favor, no perdamos las formas, respetables caballeros. Es cierto que mi... que el señor Crouli se encontraba en la casa Inquisitorial ya que le fue franqueado el paso, al igual que a mí un poco antes. En ningún momento entró por la fuerza...

- ¿Por qué motivo entró? – intervino con voz fúnebre otro interrogador

- Presumo que porque el portero abrió la puerta, naturalmente – indicó el ángel, atento.

Malleo AngelorumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora