Naruto abrió los ojos . El techo blanco y vacío lo cegó por un segundo. No había rastros de dónde estaba ni cómo había llegado allí. A su lado, una figura familiar respiraba suavemente: Hinata . Ella también comenzaba a despertar, sus ojos llenos de confusión y temor.
—Naruto-kun... ¿Dónde estamos? —preguntó Hinata con una voz temblorosa mientras se aferraba a su brazo, buscando seguridad.
—No lo sé —respondió él, con el ceño fruncido—. Pero no te preocupes, Hinata. No te dejaré sola.
Los días se convirtieron en semanas. No había respuestas. Ni amenazas ni señales de una salida. Solo ellos dos, atrapados en un vacío interminable que carecía de un horizonte visible. Aunque tenían comida, agua y luz ilimitadas, lo que faltaba era algo más profundo: la conexión con otros seres humanos. Y eso empezaba a afectarlos.
La soledad empezó a desgarrarlos .
Hinata, siempre callada y tranquila, se volvió más dependiente de Naruto. Ella no podía soportar la idea de estar sola en ese lugar. Se aferraba a él constantemente, y Naruto, a su vez, empezó a sentir una necesidad similar de tenerla cerca. Ambos se obsesionaron el uno con el otro, no por amor, sino por la desesperación de no tener nada más.
Pasaron meses , o al menos eso creían. No había forma de medir el tiempo en ese vacío. Su relación, una vez tierna y genuina, ahora estaba distorsionada. Hinata había dejado de hablar de sentimientos; en cambio, solo murmuraba sobre su miedo a estar sola. Naruto, que siempre había sido el protector, comenzó a perder su esencia, cada día más dependiente de la presencia de Hinata para mantener su cordura.
—Naruto-kun... —Hinata rompió el silencio un día, su voz apenas un susurro.
Él giró la cabeza hacia ella, sus ojos vacíos pero fijos en los de ella.
—Hinata... ¿Qué pasa?
Ella se mordió el labio, y tras unos segundos de vacilación, le dijo:
—Creo que deberíamos... tener un bebé.
Naruto la miró fijamente, como si sus palabras no tuvieran sentido. Al principio, pensó que estaba bromeando, pero el tono en su voz lo hizo saber que hablaba en serio.
—¿Qué? ¿Por qué... dirías eso? —preguntó, confundido.
—No podemos seguir así. No hay nadie más... solo nosotros. Y si tenemos un bebé, no estaremos solos. Podremos tener una razón para seguir adelante —dijo ella, sus ojos llenos de una desesperación tan profunda que Naruto no podía ignorarla.
No había lujuria en sus palabras . Tampoco había amor en la propuesta. Era pura desesperación. Un instinto primitivo que hablaba de una necesidad de llenar el vacío que los consumía desde adentro. Naruto entendió, en ese momento, que el miedo de Hinata no era solo al vacío físico, sino a la idea de que, sin otra compañía, su humanidad se desvanecería.
Él no quería estar solo tampoco. Ambos estaban al borde de la locura , atrapados en ese vacío inmenso y sin salida. Lentamente, su cabeza avanzaba, aunque no sentía emoción alguna al hacerlo. El instinto lo empujaba más que cualquier otra cosa.
—Está bien —dijo, con una voz desprovista de cualquier sentimiento.
Esa noche, se unieron. No hubo pasión, no hubo deseo. Era un acto puramente mecánico, impulsado por la urgencia de la supervivencia emocional, de aferrarse a algo más que el vacío que los rodeaba. Ambos lo sabían. Ninguno de los dos lo disfrutaba; simplemente lo hacían porque en su mente, la única manera de luchar contra el vacío era traer una nueva vida que les diera una razón para no perderse.