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«I would drive on, to the end with you.
A liquor store or two keeps the gas tank full.
And I feel like there's nothing left to do
But prove myself to you, and we'll keep it running»
(conduciría hasta el final contigo.
una o dos reservas de licor mantendrían el tanque lleno.
siento que no hay nada más por hacer, pero me probaré ante tí y haremos que esto funcione)

El sonido del motor reverberaba en el silencio de la noche mientras la vieja camioneta de Stanford avanzaba por la carretera desierta.
El paisaje que los rodeaba parecía desdibujarse en sombras, mientras las líneas del pavimento se difuminaban bajo los faros.
Ford mantenía las manos firmes sobre el volante, su mirada fija en el horizonte, pero su mente en otra parte. Sentía la presencia de Bill a su lado, silenciosa, expectante, como una fuerza que lo envolvía cada vez más.

—Así que... -la voz de Bill rompió la quietud. —¿Hasta dónde crees que podemos llegar, Ford? -preguntó con una sonrisa que Stanford no necesitaba ver para saber que estaba ahí.
—Con suficiente combustible, podríamos seguir para siempre.

Ford no respondió de inmediato.
Sabía que Bill no hablaba solo de gasolina o de la distancia física que los separaba de cualquier otro lugar. Hablaba de algo más profundo, algo más oscuro. Y, aunque no quisiera admitirlo, sabía que estaban avanzando hacia un destino que, tarde o temprano, los consumiría.

—No se trata de hasta dónde lleguemos -contestó finalmente, sin apartar la vista de la carretera. —Sino de cuánto tiempo podemos seguir antes de que todo se derrumbe.

Bill soltó una risa suave, su tono burlón, pero no del todo insincero.

—Vaya, Sixer, qué pesimista. -se recostó en su asiento, cruzando los brazos.
—Pero te equivocas. No se trata de cuánto tiempo nos queda, sino de lo que haremos cuando lleguemos al final. Y créeme, hay mucho que podemos hacer antes de que eso ocurra.

Stanford suspiró. Sabía que Bill estaba hablando en metáforas, como siempre lo hacía, pero detrás de cada palabra había una verdad que se volvía cada vez más difícil de ignorar.
Conducían hacia el abismo, y Bill estaba decidido a llevarlo con él.

Unas luces parpadeantes a la distancia captaron su atención, una pequeña licorería a un lado de la carretera.
El tanque de gasolina estaba casi vacío y, aunque el alcohol no estaba en sus planes, la parada era inevitable.

—Necesitamos repostar -dijo Ford, señalando la tienda mientras desaceleraba.

—Oh, ¿otra parada? -Bill sonrió, enderezándose. —Me encanta cómo piensas, Ford. -su voz era suave, pero cargada de un doble sentido que no se molestaba en ocultar.

La camioneta se detuvo frente al pequeño establecimiento, y Stanford apagó el motor. El cartel de neón parpadeaba intermitentemente, y la tienda, aunque abierta, parecía desierta.
Ford bajó del vehículo sin mirar a Bill, pero sabía que el demonio lo seguía de cerca.

—Espero que encuentres algo interesante ahí dentro —comentó Bill, paseando a su lado como si estuvieran de compras casualmente en una tarde soleada.

Dentro de la tienda, el ambiente era casi tan lúgubre como afuera.
Estanterías polvorientas y una iluminación tenue que apenas iluminaba las botellas de licor barato.
Un hombre detrás del mostrador los observaba con ojos cansados, sin decir una palabra.

—Solo gasolina —murmuró Ford, acercándose al mostrador y dejando unos billetes.

Bill, mientras tanto, se paseaba entre las botellas, tomando una y mirándola como si estuviera evaluando su valor. Sus ojos brillaban con ese azul característico mientras se volvía hacia Ford.

—¿Qué dices, Sixer? ¿Nos llevamos una o dos de estas para el camino? -su tono era despreocupado, pero Stanford podía sentir la tensión subyacente en sus palabras.
Bill no estaba hablando de licor, estaba hablando de algo más.

Ford lo ignoró, concentrándose en llenar el tanque. Pero mientras el combustible fluía, no pudo evitar sentir esa creciente sensación de inutilidad, de vacío.
¿Qué más quedaba por hacer?
Habían llegado tan lejos, y sin embargo, todo se sentía como si estuviera al borde del colapso.
Sabía que no podía seguir ignorando lo que estaba pasando.

Cuando el tanque estuvo lleno, volvió a la cabina del vehículo, encontrándose nuevamente con la mirada penetrante de Bill.
El demonio tenía una botella en la mano, aunque Stanford no pudo recordar si la había pagado o simplemente la había tomado. No importaba. Nada de eso parecía importar más.

—¿Y ahora qué, Ford? -preguntó Bill, su tono más serio de lo habitual.
—¿Qué queda por hacer? Has pasado años resistiendo, y sin embargo, aquí estamos. Sigues conduciendo. Sigues huyendo. ¿Cuándo admitirás que no puedes escapar de esto?

Stanford lo miró, sintiendo el peso de sus palabras. En cierto sentido, Bill tenía razón. Habían pasado por tanto, y aún seguía resistiéndose, tratando de encontrar una manera de detenerlo. Pero en el fondo, había algo más: la inevitable atracción hacia la destrucción, hacia el caos que Bill representaba.

—No estoy huyendo —murmuró Stanford, aunque las palabras sonaron huecas incluso para él.

Bill sonrió, acercándose un poco más.
Su mano descansó en el borde del asiento de Ford, como si estuviera a punto de tocarlo, pero manteniéndose justo al borde de esa línea.

—No tienes que probarme nada, Ford -dijo Bill en un tono suave, casi íntimo.
—Pero sé que sientes lo mismo que yo. Que no queda nada más que hacer excepto seguir adelante. Demuestra lo que siempre has querido demostrarme: que estás listo para abrazar lo inevitable. Y mientras lo hagas, te prometo que no habrá final.
Solo seguiremos conduciendo juntos.

Ford sintió el aire volverse denso a su alrededor, el peso de las palabras de Bill hundiéndose en su pecho.
Bill estaba jugando con su mente, como siempre lo hacía. Pero por primera vez, algo en esas palabras resonaba en él de una manera que nunca antes había sentido.
La resistencia se hacía más difícil.
La línea entre lo correcto y lo inevitable se desdibujaba.

—Vamos a seguir adelante -dijo finalmente, su voz firme, pero con una nota de rendición oculta. —Pero no te equivoques, Bill. No he terminado contigo.

—Oh, Sixer. -Bill se recostó de nuevo, satisfecho. —Nunca he esperado que lo hagas. De hecho, cuento con ello. -sonrió, esa sonrisa oscura y peligrosa que Stanford conocía tan bien. —Y mientras sigas intentándolo, seguiremos conduciendo hacia el final. Tú y yo.

Con el tanque lleno y la carretera extendiéndose frente a ellos, Stanford arrancó el motor de la camioneta y aceleró, dejando atrás la pequeña licorería. Pero mientras las sombras de la noche los envolvían nuevamente, no pudo sacudirse la sensación de que, en ese momento, algo había cambiado.
Algo dentro de él se había rendido, aunque no quería admitirlo todavía.

Demolition Lovers | Billford Donde viven las historias. Descúbrelo ahora