La mudanza a Hokkaido no era precisamente el sueño que muchos pensarían. No, yo no soñaba con cambiar de escenario, ni con la idea de "empezar de nuevo". Yo iba por lo básico: aire fresco, menos gente y, lo mejor, alejarme de las cosas que me irritaban. Nada de romanticismo. Solo paz.
Izuna, por supuesto, estaba en otra onda. Desde que supo que nos mudábamos, no había dejado de dar saltitos mentales. Lo escuchaba de fondo, hablando con mamá de cómo iba a tener un jardín enorme, árboles, y lirios, ¡los mismos lirios que mamá cuidaba como si fueran un tesoro! Mi hermano estaba a nada de convertirse en un pequeño jardinero zen, o en algo así. Y mientras él soñaba despierto con plantas y macetas, yo solo quería un poco de silencio.
—¡Mira! —exclamó Izuna, interrumpiendo por décima vez mi intento de desconexión mental—. Vamos a tener mucho espacio. ¡Voy a plantar lirios, jazmines y... tal vez hasta un cerezo!
—Sí, Izuna, suena... grandioso —respondí, tratando de ocultar mi entusiasmo léase con tono irónico —. Ya casi puedo ver las hordas de abejas emocionadas.
Izuna me lanzó una mirada, claramente confundido entre emocionarse y preocuparse por mi poca simpatía por su nuevo mundo floral. Decidí ahorrarme más comentarios, y me puse los audífonos apenas volví a tener la oportunidad. Los primeros acordes de Do I Wanna Know? de Arctic Monkeys hicieron su entrada triunfal. Alex Turner sabía cómo arrullarme con su voz, creando una burbuja perfecta lejos de las carreteras interminables y las efusivas charlas de Izuna.
Después de kilómetros y más kilómetros, con el paisaje finalmente evolucionando de aburrido a medianamente interesante, el aire que entraba por la ventana era un respiro en toda regla. Fresco, libre de esa pesadez de la ciudad, como si estuviera diseñado específicamente para lavarte el estrés. Me hundí en el asiento, disfrutando de la sincronización casi poética entre el movimiento del coche y la melodía de mis audífonos.
Cuando por fin llegamos, ya era de noche. La casa que mi padre había escogido era... interesante, al menos. Tenía ese estilo japonés tradicional que solía ver en películas de samuráis, pero bien conservado, como si realmente les importara que estuviera en pie y no solo para posar en Instagram.
—¡Es perfecta! —chilló Izuna con esa voz que estaba a un tono de quebrar cristales—. ¿Viste el jardín? ¡Es enorme!
—Sí, impresionante —murmuré, echándole un vistazo rápido—. Lástima que no incluyan el repelente de mosquitos.
Pero Izuna ya no me escuchaba; estaba demasiado ocupado soñando con las flores que plantaría, como si fuera a crear su propio bosque encantado. En fin, era bueno verlo feliz. A su manera, estaba construyendo algo que lo hacía sentir en casa. Por mi parte, solo me encogí de hombros, me dirigí al interior de la casa y pensé en la paz que podría encontrar en este nuevo rincón perdido en Hokkaido.
—¡Mira, Madara! —Izuna prácticamente salió disparado hacia el jardín, con los ojos más brillantes que un niño en un festival—. ¡Es increíble! ¡Hay hortensias! ¿Te imaginas?
"Hortensias…", pensé, rodando los ojos y soltando un suspiro. Para mí, era un jardín; para él, la octava maravilla. Pero bueno, alguien tenía que heredar el amor por las plantas de mamá. Lo dejé ahí, sumergido en su éxtasis floral, y entré en la casa.
Desempacar, darme una ducha rápida y cenar fueron tareas automáticas, moviéndome como un zombie entre cajas y muebles nuevos. El cansancio pesaba como una mochila llena de piedras, y la idea de una cama nueva me llamaba como un faro en medio del caos.
Mi habitación era... bueno, modesta, pero cómoda. Me acerqué a la ventana y, por curiosidad, miré hacia la casa de enfrente. Las luces estaban encendidas, alguien aún andaba despierto. Por un segundo, me pregunté quién viviría ahí, pero el interés me duró poco. Cerré las persianas, apagué las luces y me desplomé en la cama, sintiendo cómo el sueño me atrapaba de inmediato.
ESTÁS LEYENDO
𝐌𝐢 𝐀𝐝𝐢𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧 ➸ 𝐌𝐚𝐝𝐚𝐫𝐚 𝐔.
FanficClaro que había una diferencia de edad, pero ¿cuatro años? No era tanto, ¿o sí? Yo ya tenía trece, ella diecisiete. No parecía imposible... hasta que me lanzaba esa mirada de "eres solo un crío". Pero bueno, no iba a ser un niño para siempre. Y cuan...