Prologo

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Con fuego y acero, el ser humano dominó la superficie...

Con su cerebro y corazón, esclavizó, robó e incluso mató... pero también ofreció libertad, amor y vida.

Avanzó... cayó. Se levantó, solo para volver a caer.

Pero el ser humano no tropieza dos veces con la misma piedra, ¿verdad...?

No...

Porque el ser humano no puede levantarse de aquello que lo arrastra al vacío.

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En una tranquila noche de invierno, un joven de estatura media caminaba por las oscuras calles de Londres. Una mochila negra colgaba de su espalda, y una gabardina del mismo color cubría su cuerpo, dejando solo a la vista unas botas marrones, manchadas de barro y nieve.

Una bufanda desgastada rodeaba su cuello, cubriendo la mitad de su rostro. Sobre su cabeza, unos goggles con uno de sus cristales rotos, remendado con cinta negra, añadían un toque descuidado.

El joven caminaba tarareando suavemente una canción, mientras leía un pequeño libro titulado: 

"¿Por qué amar es dejar de ser humano...?"

Sus pasos resonaban en las vacías calles de la ciudad mientras avanzaba, sin prisa, hacia su destino. una vieja choza destartalada, que se alzaba solitaria, como si el tiempo la hubiera olvidado.

Guardó el libro en su mochila y sacó unas llaves desgastadas de su bolsillo. Al introducirlas en la cerradura, escuchó un clic familiar y empujó la puerta. 

"¡Ya llegué!", dijo, su tono apenas animado, como si no esperara una respuesta.

Dejó su mochila en el suelo y colgó la bufanda y el abrigo en un perchero casi desecho cerca de la puerta. 

Avanzó por la casa, notando cómo cada tabla bajo sus pies crujía de forma inquietante, mientras las paredes húmedas chorreaban agua de algún escape no reparado. Pero no le importaba en lo más mínimo.

Al final del pasillo, una cortina reemplazaba lo que alguna vez fue una puerta. Se detuvo frente a ella, encendiendo una vela.

"Ya llegué, mamá..." murmuró con suavidad, como si fuera parte de una rutina. No esperó respuesta.

"Sí... sí... me fue bien hoy, mamá. Nada interesante realmente," continuó mientras se deslizaba hacia un viejo asiento en la esquina de la habitación. 

Giró la silla y se sentó, apoyando sus brazos en el respaldo, su mirada perdida en cualquier rincón que no fuera el centro de la estancia.

"Sabes, mamá... hoy me dijeron que por mis buenas notas podré ir a una escuela privada," añadió, con un toque de emoción en su voz.

"¿No es genial?"

Hizo una pausa, como si esperara una reacción, pero el silencio era su única compañía.

"Todo mejorará, mamá. Me graduaré con honores, conseguiré un buen trabajo, y te compraré esa casa con jardín que siempre quisiste..."

El joven bajó la vista, sonriendo con una leve timidez

"Ya sé, mamá... sé que estás orgullosa de mí. Siempre lo repites," dijo, casi en un susurro, sintiendo una vergüenza inexplicable por sus propias palabras.

El silencio persistió. Ninguna respuesta.

"Lo que sea, mamá," murmuró con una risa nerviosa, levantándose de la silla. 

Inhumanamente Raro (Murders Drones x Lector)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora