Parte 3 Cadenas invisibles

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El silencio que siguió a las palabras de Lan Xichen parecía envolver la habitación, sofocante, pesado. Jiang Cheng, con el corazón latiendo desbocado, sabía que estaba a punto de cruzar una línea peligrosa. Sentía la presión de las manos de Lan Xichen en sus hombros, suaves pero firmes, y el fuego oscuro en sus ojos. Ya no se trataba solo de liberar a un hombre de sus cadenas, sino de lidiar con las consecuencias de esa liberación.

Jiang Cheng siempre había sido el que vivía al límite, el que rompía las reglas y desafiaba las expectativas. Pero ahora, frente a un Lan Xichen tan desesperado, tan fuera de sí, sintió por primera vez el miedo de haber empujado a alguien demasiado lejos.

-Xichen, esto no es libertad -susurró Jiang Cheng, intentando mantener la calma mientras su cuerpo temblaba ligeramente bajo la mirada intensa de Lan Xichen-. La libertad no se trata de tener a alguien bajo tu control. No es... esto.

Lan Xichen entrecerró los ojos, como si estuviera intentando entender lo que Jiang Cheng estaba diciendo, pero había algo en él, una oscuridad que lo envolvía, que lo hacía incapaz de ver con claridad. Algo que Jiang Cheng había encendido sin darse cuenta.

-No quiero controlarte -dijo Lan Xichen con una voz rota, sus ojos fijos en los de Jiang Cheng-. Quiero estar contigo. Quiero que me necesites como yo te necesito. No es control... es amor. ¿No lo entiendes?

Jiang Cheng tragó saliva, sintiendo cómo la desesperación en la voz de Lan Xichen lo envolvía. "Amor". Esa palabra resonaba como un eco en su mente.

¿Era esto amor? ¿O se trataba de algo más oscuro, algo que había nacido de la liberación de todas las ataduras que habían mantenido a Lan Xichen cuerdo?

-El amor no es una jaula, Xichen -murmuró Jiang Cheng, su voz baja, casi como una súplica-. El amor es libertad, es dejar ir cuando es necesario. No puedes hacerme prisionero de lo que sientes.

Las palabras parecieron cortar el aire, y Lan Xichen lo soltó bruscamente, dando un paso atrás como si hubiera sido golpeado. Durante un instante, la vulnerabilidad en su rostro fue palpable. Parecía perdido, confundido, como si no supiera qué hacer con todo lo que sentía.

-¿Prisionero? -susurró, con la voz temblando-. Yo... yo no quiero eso. No quiero que te sientas atrapado. -solo temblo- Solo... solo quiero que me mires como yo te miro a ti.

Jiang Cheng se quedó en silencio. Había empujado a Lan Xichen a descubrir una parte de sí mismo que jamás había explorado, pero no había anticipado lo que vendría después. Se había convertido en su libertad, sí, pero también en su obsesión. Y ahora, ambos estaban atrapados en esa red de emociones contradictorias.

-Te miro, Xichen -dijo Jiang Cheng con un suspiro, sus palabras suaves, pero firmes-. Te veo. Pero lo que estás haciendo ahora no es amor. Esto no es lo que yo quería para ti. Quería que sintieras la libertad de ser tú mismo, de vivir sin restricciones... pero no que te perdieras en mí.

Lan Xichen cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso. La tensión en su cuerpo parecía desvanecerse por un momento, como si las palabras de Jiang Cheng hubieran encontrado un resquicio en su coraza.

-¿Y qué hago ahora? -preguntó Lan Xichen, con un tono más suave, vulnerable-. ¿Cómo vivo sin sentir esto? Sin sentir que te necesito a cada segundo.

Jiang Cheng se acercó lentamente, esta vez con cautela.

Levantó una mano y la colocó suavemente sobre el pecho de Lan Xichen, sintiendo los latidos acelerados de su corazón bajo sus dedos.

-Vivir es un equilibrio -dijo Jiang Cheng en voz baja-. tienes que aprender a vivir sin depender de mí para sentirte libre.

Lan Xichen lo miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y comprensión. Las palabras de Jiang Cheng lo golpearon como una verdad innegable, y aunque no quería aceptarlo, sabía que tenía razón. No podía seguir aferrándose a esa obsesión, no si quería verdaderamente ser libre.

-No sé cómo hacerlo -murmuró finalmente, bajando la mirada.

Jiang Cheng le sonrió suavemente, una sonrisa que contenía tanto tristeza como esperanza.

-Te enseñaré -dijo, en un tono firme pero cariñoso-. Así como te enseñé a liberarte de las cadenas que te impusieron, te enseñaré a vivir sin las que tú mismo te has puesto.

Lan Xichen levantó la mirada, buscando consuelo en los ojos de Jiang Cheng. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió vulnerable, expuesto. Pero también sintió un pequeño rayo de esperanza. Quizás, solo quizás, había una manera de liberarse de su propia oscuridad.

Esa noche, ambos se sentaron en la azotea del edificio donde solían encontrarse. Jiang Cheng, con su habitual aire despreocupado, miraba las estrellas mientras Lan Xichen, más tranquilo que antes, observaba el horizonte, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una sensación de paz.

-¿Crees que algún día podré sentirme libre sin esta necesidad de tenerte a mi lado todo el tiempo? -preguntó Lan Xichen, rompiendo el silencio.

Jiang Cheng lo miró de reojo y sonrió.

-No será fácil. Pero si realmente quieres vivir de verdad, sin cadenas, tendrás que aprender a amar sin poseer. No es imposible, Xichen. Solo tienes que quererlo.

Lan Xichen asintió lentamente, sus ojos fijos en el cielo nocturno. Sabía que el camino por delante no sería sencillo, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía una dirección. Y aunque el deseo de tener a Jiang Cheng completamente para sí mismo aún ardía dentro de él, supo que debía aprender a soltar. Porque, al final, la verdadera libertad era amar sin ataduras.

-Te necesito, Jiang Cheng -susurró, como si las palabras fueran un suspiro en el viento-. Pero lo intentaré. Por ti... y por mí.

Jiang Cheng le dio una palmada suave en la espalda, con una sonrisa cómplice.

-Eso es todo lo que pido, Xichen. Que lo intentes.

Y así, bajo el cielo estrellado, Lan Xichen dio el primer paso hacia una nueva libertad.

Una libertad compartida, sin cadenas, sin posesiones. Solo ellos dos, caminando juntos en ese extraño y caótico viaje que era la vida.

IN(PERFECTO) XICHENG Donde viven las historias. Descúbrelo ahora