El plañir de una deidad amputada

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Proemio

Escucho una voz aleatoria, una voz sin rostro. Una voz de hombre, voz de mujer: no importa. Es una voz que repite y repite lo mismo. Siempre dice lo mismo. Escucho la voz en mi casa, en la escuela, desde la televisión al otro lado del cuarto. La escucho siempre que me descuido porque siempre ha estado ahí, susurrando su verdad y su mentira, predicando un amor que me sabe a odio.

¿Por qué esa voz puede hablar? Pero mis palabras son irrelevantes. No importa si grito, no importa si lloro. Siempre me señalan, soy el maleante. Siempre me señalan, soy la otredad. Soy la otredad, deben erradicarme. La voz ha sido forjada para erradicarme, ha sido así desde que decidieron callarme

a mí,
a mis ancestros,
a mis mujeres
y nos criaron
en el miedo.





Susana y los viejos

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Susana y los viejos.
Pintura de Artemisa Gentileschi.

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