Una pequeña y obesa casualidad

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Ya ha concluido formalmente el periodo de evaluaciones del primer parcial. La verdad, no fue nada muy impresionante. Creo que ya entiendo por qué los demás profesores no le tienen mucha fe al grupo de Isabela. De los 40 alumnos, solo 10 sacaron un 10 limpio (entre ellos, Isabela), 5 sacaron 10 con puntos extras, otros 5 se quedaron en 9, 15 estudiantes salieron con calificaciones entre 8 y 7, y otros 5 reprobaron. La verdad esperaba algo mejor, creo que sus calificaciones fueron mediocres para lo fácil que es mi materia.

No hay nada que hacer por ellos, así que hoy les daré las instrucciones para su proyecto final. Usualmente, me emociona mucho, pero con el grupo de Isabela, después de ver sus calificaciones, tal vez resulte algo... aburrido.

Mi llegada al aula fue distinta a lo normal. No todos mis alumnos me saludaron como de costumbre; supongo que están un poco sentidos por sus notas. Algo bastante inmaduro, si me preguntan. Comencé a darles las nuevas ponderaciones para este parcial: el avance de su proyecto final tendrá un 20% de peso y el examen un 80%.

El proyecto final consistirá en un simulador de gestión empresarial. Ellos deberán formar equipos y tomar las decisiones correctas para lograr que su empresa ficticia sea la mejor dentro de esta pequeña competencia interna. Su primer avance será un documento explicando cómo surgió su empresa, el desempeño que esperan, y las decisiones futuras que tomarán basadas en los resultados de este parcial. ¡EMOCIONANTE!

Cuando di la gran noticia, el grupo se dividió en tres: los que amaron la idea, los que tuvieron miedo, y los que odiaron el nuevo formato de evaluación. Es comprensible, considerando que sus calificaciones dependerán de sus decisiones e inexperiencia, lo que podría definir si pasan o no mi materia.

Dejé que se organizaran en equipos y comenzaran a planificar sus empresas, ya que al día siguiente empezaríamos con el simulador.

El salón quedó dividido en cinco equipos: el equipo rojo (donde está Isabela), el equipo azul, verde, amarillo, y el equipo negro (donde está Rogelio). Le tengo mucha fe al equipo de Isabela, espero que las cualidades que ha mostrado hasta ahora se luzcan en estos últimos parciales.

Después de explicarles cómo funcionaba el simulador, la clase terminó y todos los alumnos se fueron... menos una. Isabela. Sin dudarlo, se quedó hasta el final esperando que los demás se fueran.

—¿Por qué no te has ido? —le pregunté, genuinamente intrigado. No era común que se quedara sin sus amigas, y la última vez la terminé abrazando, cosa que me genera algo de nerviosismo.

—Profe, quería hacerle unas preguntas sobre cómo funciona el simulador, ¿cree que podría quedarse un rato para explicármelo? —inquirió con un tono suave que no pude resistir. No solo porque me gusta ayudarla, sino también por mi deber como docente.

Me quedé a solas con Isabela en el salón, explicándole todo lo que necesitaba saber. Y cuando digo todo, me refiero a cada pestaña, cada detalle del simulador. Me impresionaba cómo comprendía las cosas y mostraba un interés genuino. Es por este tipo de estudiantes que me encanta ser profesor. Ella fue más astuta que el resto por preguntar primero antes de jugar.

Nos quedamos ahí hasta las 10:30 de la noche, cuando el conserje vino a cerrar el edificio. Me ofrecí a llevarla a casa, pero ella se negó, diciendo que ya había pedido un Uber. No me deja del todo tranquilo que se vaya sola, pero insistir en llevarla se vería muy raro.

Me fui a casa con la esperanza de que llegara bien. No puedo preguntárselo directamente, pero si la veo mañana en clase, eso será suficiente.

A la mañana siguiente, decidí salir a correr un poco. Necesitaba despejarme del vacío que me dejó perder mi empresa. Usualmente, iría al gimnasio, pero preferí el aire fresco del parque para mascotas cercano. Ver a los animales jugar me da cierta alegría mientras corro.

Todo iba bien hasta que vi una pequeña cola tricolor asomarse entre los arbustos. Me detuve para ver si el animalito estaba bien; era una gorda y pequeña gata carey con un collar de perlas. Claramente era una gata de casa, y no parecía acostumbrada al parque. Intenté acariciarla y, para mi sorpresa, ella lo permitió. Muy raro en los gatos, que suelen ser desconfiados.

Llevaba una placa con un número, así que llamé por si la estaban buscando. Al otro lado de la línea, una voz conocida respondió, agitada y preocupada. Le di mi ubicación para que viniera a buscar a su gata, que ahora descansaba en mis piernas.

No le presté mucha atención a la voz hasta que la gata salió corriendo emocionada, y la seguí para encontrarme con una escena que me sacó una sonrisa genuina. Vi a Isabela llorar, abrazando a su gata, aliviada. Al verme, no pudo contener las lágrimas y me agradeció entre sollozos.

Ver a Isabela en esa situación, tan vulnerable y emocional, me conmovió más de lo que esperaba. Me acerqué para ver si podía hacer algo más por ella, pero insistió en que haberla ayudado a encontrar a su gata era suficiente.

—¿Te parece si damos una vuelta? —le propuse, con la esperanza de distraerla un poco. Me explicó que, debido al sobrepeso de su gata, la había sacado a hacer ejercicio.

Así que, durante la siguiente media hora, estuve paseando con Isabela, escuchando sus historias sobre su pequeña obsesión con los gatos y todas las anécdotas divertidas que tenía con Emilia, su gordita minina.

Pasear con ella me distrajo de mis problemas. En realidad, Isabela es más divertida de lo que creí, su compañía es amena y sus pláticas entretenidas. La gata Emilia, por supuesto, también jugaba su papel: parecía ser la excusa perfecta para hacer que Isabela se abriera un poco más conmigo.

Después de un rato, Isabela decidió que era tiempo de llevar a Emilia a casa. Caminamos juntos hasta la salida del parque, donde pidió otro Uber. Nos despedimos de manera casual, pero no pude evitar sentir una especie de vacío cuando la vi alejarse con su gata en brazos.

Mientras corría de regreso a mi departamento, mi mente no podía despegarse de ella. ¿Por qué me sentía tan a gusto con alguien tan joven? Su risa, su forma de hablar, su simple presencia había logrado lo que en semanas enteras yo mismo no había conseguido: hacerme olvidar de mis problemas por un rato.

Tal vez esto es más de lo que parece, pensé. Tal vez Isabela es más de lo que parece.

Llegué a mi edificio con una mezcla de emociones que ni siquiera el cansancio del ejercicio pudo disipar. Mientras subía las escaleras, revisé mi teléfono, aunque no esperaba ningún mensaje, y me detuve en seco al ver una notificación. Era de Isabela.

"Gracias por hoy, profe. Emilia también te agradece 🐾"

Una simple línea, pero suficiente para que el nudo en mi estómago volviera a hacerse presente. Sus palabras, su tono casual pero agradecido, y esa pequeña huella de gato al final... Dios, esto no se siente bien, pero al mismo tiempo, nunca algo tan incorrecto me había parecido tan... inevitable.

Cerré los ojos por un segundo y respiré profundamente. El proyecto universitario, el simulador, todo debería ser mi prioridad, pero esta conexión con Isabela estaba tomando un peso mucho mayor de lo que me atrevía a admitir.

Al llegar a mi departamento, me dejé caer en el sillón y apreté el teléfono contra mi pecho, incapaz de borrar la sonrisa tonta que, sin darme cuenta, se había formado en mi rostro.

Mañana será otro día, me dije. Pero cada día que paso con ella, parece más difícil mantener la distancia.

Enigma de una ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora