Un día lluvioso

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Hoy es uno de esos días en los que desearía poder desaparecer y evitar mis responsabilidades. Como cada 28 del mes, tengo reuniones en mis empresas para analizar la situación actual y planificar estrategias a futuro, o bien, tomar decisiones inmediatas. Estas reuniones suelen extenderse, durando un mínimo de cuatro horas. Para mi desgracia, ha ocurrido un accidente en una de mis empresas—un parque privado donde la gente paga su entrada o lo renta para eventos especiales. Un niño resultó herido por uno de los animales en el parque, lo que significa que la reunión se alargará para discutir todos los aspectos legales involucrados. Detesto la vida empresarial cuando se trata de resolver situaciones moralmente complicadas.

Para mi sorpresa, hoy todo se resolvió mucho más rápido de lo esperado, lo que ha trastornado por completo la organización de mi día. Ahora, no tengo nada que hacer hasta las 8 p.m., así que decidí pasar por la universidad a ver qué se cocía. Habría optado por otra cosa, pero me acordé de que en el centro de profesores y administradores había una junta "obligatoria" a la que debía asistir. Generalmente no asisto, a menos que me necesiten específicamente o que el tema tenga que ver con mi materia, pero dado que no tenía nada mejor que hacer, decidí entrar.

Para mi sorpresa, el tema principal de la junta giraba en torno a mis alumnos. Los demás profesores que les dan clases por la tarde comenzaron a quejarse de la falta de socialización entre ellos. Desde el principio noté algo raro, pero no estaba seguro de por qué se estaba dando este distanciamiento.

—El grupo A de sexto semestre no muestra nada de simpatía por el trabajo en equipo, lo cual es sumamente preocupante, considerando que su carrera se basa en aprender a trabajar en equipo y convertirse en los líderes del mañana —dijo un profesor. Ellos son el único grupo de sexto que hay, después de un abandono masivo de estudiantes, por lo que es crucial que esta generación salga lo mejor preparada posible, para no manchar la reputación de la universidad.

—Concuerdo con lo que dice mi colega. El ambiente en el grupo siempre es tenso, y aunque reforzamos las actividades en equipo como acordamos en la junta pasada, los alumnos siguen interactuando con los mismos grupitos de siempre —añadió otro profesor. Creo que debería asistir a estas juntas más seguido; ni siquiera sabía que teníamos que enfocarnos en actividades en equipo.

—¿Ninguno de ustedes ha intentado abordar esta visible brecha en el grupo? —preguntó la decana del centro, en un tono que invitaba a la reflexión.

—Yo he hablado con algunas alumnas, y me han contado que tuvieron problemas en semestres anteriores y ahora prefieren mantener las distancias. Dicen que todo ha sido un ir y venir de información distorsionada, y que ahora están más cómodas conviviendo temporalmente —dijo una de las maestras.

—¿Y usted no sabe nada, profesor De la Torre? —me preguntó la decana, volviéndose hacia mí—. Usted suele tener una cercanía con los muchachos. ¿No ha notado algo extraño?

—La verdad es que he notado... —mi respuesta se vio interrumpida por la puerta de la sala de juntas. Para mi sorpresa, Isabela entró con un folder lleno de documentos.

—Lamento la interrupción —dijo, mirando al suelo, y dejó el folder en manos del tutor del grupo, quien le susurró algo al oído antes de que ella se dispusiera a salir. Antes de cerrar la puerta, me miró por un segundo. Definitivamente, tengo que asistir a estas juntas más seguido.

—Perdonen la interrupción —dijo el tutor, apenado—. Le encargué a mi muchacha de servicio social que me entregara estos documentos apenas los terminara.

—No se preocupe —respondí, tratando de mantener la compostura. Ver a Isabela era un deleite para la vista, una obra de arte digna de admiración. Aunque, he de admitir, me sorprendió enterarme de que estuviera haciendo su servicio social aquí en el centro. Realmente, no estoy al tanto de nada.

—He notado que hay un chico rechazado por todos. Nadie quiere acercarse a él, y las interacciones con él son mínimas. Se llama Roberto Bolaños —dije, retomando la conversación.

La junta prosiguió, discutiendo cómo podríamos fomentar una mejor convivencia entre los alumnos. Decidimos forzarlos a trabajar en equipos estratégicamente planeados. Cuando la reunión terminó, aún tenía toda la tarde libre, así que me resigné a esperar hasta la hora de mi clase.

La hora finalmente llegó, pero para mi desgracia, comenzó a llover. Por suerte, no era una lluvia muy fuerte, así que decidí caminar con mi maletín cubriendo mi cabeza. Mientras me dirigía al salón, me encontré con Isabela parada afuera del edificio, cerca de los baños. Como todo buen caballero, me acerqué para ofrecerle mi ayuda.

—Vamos al salón —le dije, mientras me quitaba el saco para dárselo.

—No, profe, no tiene por qué hacerlo. Mejor corro. No se quite su saco —respondió ella, visiblemente apenada.

¿Qué clase de hombre sería si no la ayudara? Aunque la lluvia no era intensa, podría empaparse si no se cubría con algo. Llevaba puesta una falda negra larga, tacones de aguja negros, y una camisa blanca. Entendía perfectamente por qué no quería mojarse.

—No sería un caballero si permito que te vayas corriendo en tacones y mojándote —le dije, colocándole el saco sobre los hombros y sujetándolo para cubrirla mejor.

Ambos corrimos hacia el salón. La ayudé a sortear algunos charcos, tomándola de la mano para darle estabilidad. Se veía espectacular con su atuendo de secretaria, pero sin duda, era una mala elección para correr bajo la lluvia.

Cuando llegamos al salón, yo estaba casi completamente mojado. Mi camisa azul se había vuelto transparente, lo que sólo hizo que Isabela se apenara aún más. Se disculpó una y otra vez, agradeciéndome por haberla ayudado. Se veía verdaderamente abrumada por la situación, incluso llegó a ruborizarse un poco. A mi parecer, se veía adorable, casi tierna. Lo repito: es como una obra de arte digna de admiración.

Hoy les di a mis alumnos el aviso sobre el proyecto que deberán hacer este parcial. Son proyectos pequeños, nada complicado, solo quiero cumplir con lo acordado en la junta, así que formé los equipos de manera completamente aleatoria. Sin querer, junté a Isabela con Roberto y otras dos personas del salón. Isabela se quedó seria, pero no se quejó; solo miró a sus amigas, quienes parecían incómodas con la decisión. Creo que empiezo a tejer estos hilos: al parecer, el problema es Roberto. Pero, ¿por qué? Es cierto que lo he visto mirándolas de manera incómoda, pero eso no explica por qué todo el salón lo evita. Tendré que esperar un poco más antes de emitir un juicio.

Enigma de una ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora