Un PÉSIMO Día

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La mañana gris se filtraba por las persianas de mi oficina, un presagio del día que me esperaba. Solté un suspiro de frustración mientras me agachaba para limpiar el café derramado a los pies de mi escritorio.

-Hoy es un pésimo día- murmuré para mí mismo, observando cómo el líquido marrón se extendía por mis documentos importantes. Si hay algo que detesto más que las manchas de café, sin duda alguna sería el papeleo. Para mi mala suerte, ahora tenía una enorme mancha de café por todo mi papeleo.

Mientras daba lo mejor de mí intentando quitar el café de la alfombra, mi secretaria Alexandra irrumpió en la habitación sin previo aviso. La impresión hizo que levantara rápidamente la cabeza, golpeándome contra el borde del escritorio. Un dolor punzante se extendió por mi cráneo, incrementando mi racha de mala suerte.

-¡¿Qué es lo que pasa?! ¿Por qué diablos no tocas?- le dije exaltado mientras me sobaba la cabeza.

Alexandra, con el rostro pálido y la respiración agitada, soltó la bomba:

-Señor, tenemos problemas. El proyecto de Gilmore Co. ha sido cancelado. Los dueños dicen haber encontrado una mejor compañía y que están dispuestos a llevar la cláusula del contrato lo más pronto posible-.

El tiempo pareció detenerse. Gilmore Co. iba a ser el proyecto que mantendría a flote mi empresa. Con ese contrato, tendríamos una oportunidad de seguir adelante. Las cosas no han ido bien últimamente; todos son proyectos menores que no dan abasto con los gastos que tenemos. Con su cancelación, la empresa solo tendría un mes de vida restante antes de tener que declararla en bancarrota.

Alexandra me miraba desde la puerta, inmóvil, sin decir nada. Al igual que yo, podría decirse que estaba en estado de shock total. Estaba a punto de perder una de mis empresas por la falta de clientela. Sentí cómo comenzaba a sudar frío, mi corazón incrementaba su ritmo y en mi pecho se instalaba una sensación de agobio total. En mi cabeza navegaban mil y un escenarios diferentes. ¿Qué se supone que haré ahora?

Ni siquiera lo noté, pero estuve inmóvil, consumido por mi ansiedad, durante al menos dos horas. Lo único que me regresó a la realidad fue Alexandra, que se acercó al escritorio con una montaña de carpetas. Esto solo podía significar una cosa: mis empleados estaban renunciando.

No podría decir qué fue lo que me dolió más: la inminente bancarrota de mi empresa, la traición de mis posibles clientes, el abandono de mis trabajadores o el golpe que me di en la cabeza.

El resto del día transcurrió en una nebulosa de llamadas a abogados, despidos y trámites para disolver la empresa antes de caer en bancarrota. Mi mente vagaba entre todas mis preocupaciones, tanto que ni siquiera recordaba que tenía examen con el grupo de Isabela.

Salí corriendo para llegar a la universidad a tiempo. El lado bueno entre todo lo malo que me estaba pasando es que ya había hecho todo lo que tenía que hacer con ellos. Había preparado el examen, lo había cargado a la plataforma y analizado qué alumnos quedaban exentos y cuántos puntos extras tenía cada uno. Solo tenía que llegar y aplicar el examen para regresar al sufrimiento de mi derrota empresarial.

Llegué a la universidad y he de admitir que me veía fatal. Mis alumnos no están acostumbrados a verme así, por lo que fui víctima de sus miradas analíticas. Cuarenta pares de ojos escrutando cada uno de mis movimientos, lo que solo alimentaba mi ansiedad y mis pensamientos negativos.

-Por favor, den la vuelta a sus sillas- di la indicación con un tono firme. La verdad no lo hacía para evitar que copiaran, sino para evitar que me siguieran mirando.

Isabela estaba batallando para darle vuelta a su silla. Yo, un poco harto la verdad, me acerqué a ella, levanté la silla y la dejé como ordené que se colocaran. Acción que fue juzgada por todos en el aula. He de admitir que se vio un poco extraña esa escena, pero no tenía tiempo para esto.

Di la indicación de que accedieran a su examen en la plataforma escolar cuando un alumno dijo:

-Profe, el examen no aparece en la plataforma-.

Su comentario me dejó en shock. -Imposible- murmuré.

Isabela, que estaba frente a mí, me extendió su teléfono para mostrarme su plataforma escolar. En efecto, no estaba el examen. Aún con el celular de Isabela en mi mano, comencé a buscar en mi propio teléfono si acaso solo no lo había habilitado, o si no se había subido. Para mi desgracia, no había rastro del examen, ni en mi teléfono ni en la plataforma.

Tomé un respiro profundo y le devolví a Isabela su teléfono. Me di la vuelta hacia mi escritorio y, en un impulso de rabia, azoté mi teléfono contra este. Inmediatamente me di cuenta de lo inapropiado de mi conducta y traté de excusarme con mis alumnos, pero el daño ya estaba hecho.

Todos mis alumnos estaban en silencio, asustados y expectantes.

-Perdónenme, chicos- dije, tratando de controlar mi voz. -Hoy ha sido un pésimo día y lamento muchísimo no haber cumplido con mi palabra de hacer su examen. Lamento que hayan presenciado este arranque de ira. Me comprometo a que una situación similar no volverá a pasar-.

Nadie decía nada. El silencio era ensordecedor.

-Mañana les aplicaré el examen. De recompensa por mi fallo, tienen un punto extra. Los veré mañana, ya pueden retirarse- concluí, para luego derrumbarme en mi escritorio y poner mis manos en mis sienes.

El aula se vació mientras yo me lamentaba de mis desgracias en mis adentros, hasta que noté una presencia frente a mí. En completo silencio, solo observándome ser el patético, fracasado y solitario hombre que era en ese momento.

Al mirar, vi que se trataba de Isabela, la cual me miraba con empatía, en completo silencio.

-¿Necesitas algo, Isabela?- le pregunté solo por compromiso. En realidad, no deseaba saber nada de nadie en ese momento.

Isabela se acercó hacia el costado del escritorio, se agachó y dijo con voz suave:

-Lo que pasó el día de hoy tuvo que haber sido algo muy horrible para tenerlo así. Recuerde que los problemas son pasajeros y que de los errores aprendemos-.

Lo decía con tanta paciencia y dulzura que me sentí genuinamente consolado.

-Lo que pasó hoy fue una reacción humana completamente normal. Créame que ninguno de sus alumnos lo juzgaremos por esto. No quiero que nosotros seamos una razón más por la cual se encuentra así- me dio una sonrisa genuina, se puso de pie y me tocó el hombro.

Antes de que ella pudiera seguir su discurso, la abracé. Fue un abrazo tan reconfortante que por un momento olvidé mis problemas. Su dulce perfume me envolvió y sentí la paz que tanto necesitaba. Su piel suave y la delicadeza de su cuerpo hacían que abrazarla fuera todo un placer.

Pero casi instantáneamente recordé que eso fue muy poco profesional de mi parte. Me alejé de ella sumamente apenado.

-Disculpa, Isabela. Lo que hice fue inapropiado. Lamento si te hice sentir incómoda y comprenderé cualquier acción que quieras tomar por haber hecho eso- dije cabizbajo por la vergüenza. Las cosas no paraban de salir mal.

Ella solo me dio una sonrisa sincera, tomó su mochila y dijo:

-Descanse, profe. Lo veo mañana- y se marchó.

Conduje hasta mi casa en un estado de aturdimiento. Una vez dentro, estallé en llantos y gritos. Reconozco que este no es el fin de mi carrera, soy muy joven aún. Dicen que cuando tocas fondo solo puedes crecer, pero nadie habla de lo difícil que es ver cómo vas a tocar fondo.

No me queda más que hacer, solo puedo por el momento pensar en qué otras ideas de negocios puedo desarrollar. Este es el inicio de un final y el comienzo de algo grande, lo puedo presentir. Mientras me hundía en el sofá, exhausto y derrotado, una pequeña chispa de determinación comenzó a arder en mi interior. Mañana sería otro día, y con él, la oportunidad de levantarme y comenzar de nuevo.

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Enigma de una ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora