1 | Sinfonía.

34 4 0
                                    

Aurora

Necesitaba un descanso.

Mi cuerpo ya no soportaba más, pero en mi mente algo insistía en no parar. No podía detenerme, no debía detenerme.

No podía permitirme parar. No ahora.

Cada segundo de descanso se sentía como una traición, como si fallar a la disciplina fuera una mancha imposible de limpiar.

El sudor se deslizaba por mi cuello, empapando el borde de mi leotardo, mientras mis pies, agotados pero disciplinados, dibujaban líneas perfectas en el suelo de madera desgastada. La sala estaba sumida en una penumbra serena, solo interrumpida por los rayos de sol que se filtraban a través de las ventanas altas, creando un contraste entre luz y sombra. Pero esa paz no existía dentro de mí.

La música era todo lo que mi alma necesitaba, el único latido que mi cuerpo obedecía.

No te detengas.

Mi respiración, mis músculos, mis pensamientos, todos se alineaban en una sinfonía perfecta de movimientos precisos. Cada giro, cada salto, cada arabesque eran más que pasos; eran promesas, compromisos con mi propia alma de que no podía existir de otra forma.

El ballet no solo era mi vida, era mi única salvación.

Mis zapatillas de punta, ya desgastadas por la batalla constante de la perfección, crujían en el suelo, testigos mudos de horas, días, semanas de sacrificio. No me importaba el dolor en mis pies, ni el agotamiento que se acumulaba en cada fibra de mi cuerpo. Todo desaparecía cuando la música comenzaba, cuando me perdía en los movimientos, cuando el dolor físico se convertía en un eco distante, casi irrelevante.

Pero entonces, la calma de la sala fue atravesada por una voz que me sacó de mi trance.

—¿Eso es todo lo que tienes, Aurora? —La voz de mi entrenadora rebotó en las paredes, fría y calculada, como siempre—. Es decepcionante.

Sentí cómo un nudo de frustración se apretaba en mi estómago. Intenté ignorarla, dejar que sus palabras se disolvieran en el aire como el polvo que flotaba en los rayos de sol, pero no podía. No con ella observando cada fallo, cada mínima imperfección. Mi corazón latía más rápido, no solo por el esfuerzo, sino por la ira contenida, esa furia que nunca podía expresar.

—Estoy dando todo lo que tengo, señora Volkov —murmuré, sin atreverme a mirarla. Mis piernas temblaban, pero no quería detenerme.

—¿Todo lo que tienes? —Se acercó, y sentí su sombra proyectarse sobre mí—. Entonces no es suficiente —su tono era afilado, casi cruel—. Si eso es lo mejor que puedes hacer, entonces estamos perdiendo el tiempo, Aurora. Y yo no tengo tiempo que perder.

La rabia me atravesó el pecho como un puñal.

¿Cómo podía decir eso?

Ella no veía las horas que había puesto, el dolor que había soportado, las veces que mi cuerpo se había roto y yo lo había levantado una y otra vez. Mis movimientos eran mi respuesta, cada giro, cada salto, una afirmación de que no había otro camino para mí.

—Debes entender algo, Aurora —continuó Elena, caminando lentamente a mi alrededor como un depredador acechando a su presa—. La danza no es solo hacer los movimientos. Es sacrificarlo todo: tu cuerpo, tu mente, tu vida entera. —Sus ojos me miraron con una mezcla de frialdad y decisión—. Y si no mejoras pronto, no tendré más opción que darle el papel a otra. No estamos aquí para ser mediocres.

Mi corazón se detuvo por un momento. Había escuchado esas palabras antes, pero siempre que se dirigían a mí, sentía cómo me atravesaban.

—La forma en que te cuidas influye directamente en tu rendimiento —continuó, pausando para asegurarse de que cada palabra calara hondo—. Tu figura debe reflejar tu compromiso. A partir de hoy, quiero que pongas especial atención a lo que comes. Mantente ligera, ágil... no es una cuestión de privación, sino de disciplina. Todo lo que haces fuera del estudio afecta lo que logras aquí dentro.

Mi cuerpo se tensó ante la mención de la comida, un tema delicado que ya había sido difícil en el pasado. Pero incluso con mis esfuerzos por mejorar, parecía que nunca era suficiente.

—¿Lo entiendes? —su tono firme dejó claro que no aceptaría excusas—. Esto es parte de tu perfección. Cada decisión que tomes, desde cómo entrenas hasta lo que comes, determinará tu éxito. No puedes permitirte ningún error.

Asentí, con la garganta cerrada, sin poder pronunciar una sola palabra. Quería gritarle, decirle que no era justo, que estaba dando todo de mí, pero sabía que mis palabras serían ignoradas. Para Elena, la perfección lo era todo, y cualquier desvío del camino era inaceptable.

La música volvió a sonar, pero ya no se sentía igual. Lo que antes me daba consuelo, ahora era una carga. Mis movimientos seguían la coreografía, pero mi corazón estaba atrapado en un torbellino de frustración y agotamiento.

La danza era mi vida, mi única salvación, pero ahora también se sentía como una prisión.

¿Hasta cuándo iba a seguir así?

£

—¿Qué tienes que hacer esta noche?.

La voz de mi mejor amiga, Emma, siempre traía consigo un aire de emoción, pero esta vez había un tono misterioso en ella que me hizo alzar una ceja.

—Nada, supongo —respondí, tratando de dejar atrás el agotamiento del entrenamiento.

Mi mente seguía dando vueltas por las palabras de Victoria, y cualquier distracción parecía bienvenida.

—Perfecto. Ven conmigo —dijo, con una sonrisa traviesa que ya conocía bien.

—¿A dónde? —pregunté, sintiendo una ligera inquietud.

—A una carrera clandestina. —Su tono sugería que era algo de lo más normal, como si me invitara a tomar un café.

—¿Carreras clandestinas? —repetí, sorprendida. Inmediatamente pensé en autos veloces, humo y gente gritando. No era el tipo de lugar donde normalmente recorrida.

—Exacto. Confía en mí, te va a encantar. Será bueno para ti salir de la rutina. No todo en la vida es ballet, Aurora. —Me miró con esa expresión que siempre usaba cuando intentaba convencerme de algo. Y como siempre, funcionó.

Asentí, suspirando. Quizá tenía razón, tal vez necesitaba algo diferente, aunque fuera solo por una noche.

---

Más tarde esa noche, me encontraba en un terreno amplio y oscuro, rodeada de autos y personas que parecían vivir para la adrenalina. El ruido de los motores hacía vibrar el suelo, y el aire olía a combustible. No era mi ambiente, pero había algo en la energía del lugar que resultaba intrigante.

—Mira esos autos —Emma señaló hacia los vehículos alineados en la pista improvisada. Cada uno más impresionante que el anterior, pero uno en particular destacó entre todos: un auto negro, imponente, casi siniestro, como una sombra lista para devorar el asfalto.

—¿Quién conduce ese? —pregunté, intrigada por la atmósfera que lo rodeaba.

—Nadie lo sabe —respondió Emma, encogiéndose de hombros—. Aparece, gana y desaparece. Nadie ha visto su rostro, solo lo llaman "El Fantasma".

Aunque el apodo me parecía exagerado, había algo en ese auto que me hizo fijarme más de cerca. Destacaba entre los demás, como si estuviera cargado de una energía contenida.

Las luces se encendieron y, sin advertencia, los autos salieron disparados. Mi corazón comenzó a latir al ritmo de los motores mientras seguía cada curva y adelantamiento. El auto negro dominaba la pista con una fluidez sorprendente, cada maniobra parecía parte de una coreografía calculada.

No podía apartar la vista.

El control que tenía sobre el vehículo era hipnótico. Había algo en la forma en que se desenvolvía, sin margen para errores, que capturaba la atención de todos.

Cuando la carrera terminó, no fue sorpresa que él hubiera ganado. Sin embargo, mientras los demás celebraban, desapareció sin dejar rastro.

—Vamos a la fiesta antes de que esto se vuelva más caótico —me dijo Emma, tirando de mi brazo.

Mientras nos alejábamos, eché un último vistazo al lugar donde había estado su auto, preguntándome quién era en realidad.

Nina

Perfecta SínfoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora