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Hace poco me preguntaste porque digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, y en parte precisamente por el miedo que te tengo, y en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo.

Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.

A ti la cosa siempre te ha resultado muy sencilla, al menos en la medida en que has hablado de ella delante de mí y delante —indiscriminadamente— de muchos otros.

Tú piensas más o menos lo siguiente: has trabajado a destajo tu vida entera, has sacrificado todo por tus hijos, muy especialmente por mí, y esto me ha permitido vivir "por todo lo alto" pues he tenido completa libertad para estudiar lo que me ha apetecido, sin ninguna preocupación en cuanto al pan de cada día, es decir, no tengo motivo alguno de preocupación; tú no has exigido a cambio gratitud, conoces "la gratitud de los hijos", pero sí al menos tuviera una cierta deferencia, alguna que otra muestra de simpatía; en lugar de eso yo siempre me he escabullido dos ti presencia, refugio siempre en mi habitación, en los libros, amigos, ideas exaltadas; nunca he hablado abiertamente contigo, nunca me he puesto a tu lado en el templo, jamás te he visto en Franzensbad ¹, ni en general he tenido nunca espíritu de familia, no me he ocupado de la tienda ni de tus demás asuntos, te he endosado la fábrica y después te he dejado plantado, a Ottla ², la he apoyado en su caprichosa testarudez mientras que por ti no muevo un dedo (ni siquiera te traigo entradas para el teatro), pero por los amigos lo hago todo.

Si resumes lo que piensas de mí, el resultado es que no me echas en cara nada propiamente inmoral o malo (a excepción tal vez de mi último proyecto matrimonial), pero sí frialdad, rareza, ingratitud. Y me lo echas en cara de una manera como si fuera culpa mía, como si yo hubiera podido cambiarlo todo con sólo dar un giro al volante, mientras que tú no tienes la menor culpa, como no sea la de haber sido demasiado bueno conmigo.
Esta forma tuya habitual de presentar las cosas la considero acertada sólo en el sentido de que yo también creo que tú no tienes en absoluto la culpa de nuestro mutuo distanciamiento.

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⏰ Last updated: Sep 25 ⏰

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Franz Kafka; Carta a su padre Where stories live. Discover now