Devoción Oscura

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DARKO

No podía apartar los ojos de ella. El silencio entre nosotros era denso, tan palpable que casi podía sentirlo apretando mis pulmones. Allí estaba, mi pequeña Koala, con esos ojos que intentaban fingir resistencia, pero cuyo brillo traicionaba el tumulto que le recorría el cuerpo. Sabía que estaba cerca de romperse. Podía sentir su lucha interna, su respiración entrecortada, cada pequeño indicio de que estaba al borde del colapso.

Di un paso hacia ella, disfrutando de cómo su cuerpo reaccionaba, un ligero temblor que recorría su piel, desde el cuello hasta los labios. Me miraba como si fuera a devorarla. Y lo haría. De eso no había duda. Pero antes, ella tenía que comprenderlo... tenía que rendirse.

—Bebé... —gruñí, dejando que mi voz se impregnara de esa oscuridad que sabía que la volvía loca—. Es hora de que te arrodilles y le reces a tu nuevo dios.

Sus labios se entreabrieron, y pude ver cómo su pecho subía y bajaba en un ritmo descontrolado. La tensión en el aire era insoportable, una cuerda que sabía que estaba a punto de romperse. La forma en que sus ojos se clavaban en los míos, buscando algo, cualquier cosa a la que aferrarse, solo hacía que me resultara más difícil contenerme. Quería verla caer, verla rendida.

—Vamos. —Mi voz salió más suave, un susurro cargado de promesas que ella no podría rechazar—. Es hora de que confieses que has pecado.

Vi su lucha, vi la forma en que su cuerpo quería ceder, pero su mente intentaba aferrarse a algo de control. Una parte de mí quería reír, admiraba su tenacidad, aunque sabía que no le serviría de nada. Ya era mía, lo había sido desde el principio. Sus rodillas temblaban, sus dedos apretaban los bordes de la silla como si eso pudiera anclarla a la realidad. Pobre de mi pequeña Koala... no sabía que ya no había escapatoria.

—¿Por qué? —Su voz era un susurro, apenas audible, pero suficiente para hacer que mi sonrisa se ensanchara.

Me incliné más cerca, hasta que mi aliento rozó su piel. Podía ver cada detalle de su rostro, cada pestaña, cada línea de tensión que se dibujaba en su expresión. Estaba al límite.

—Porque no puedes resistirte a mí. —Mi mano rozó su mandíbula, suave, pero firme, obligándola a mirarme a los ojos—. Y porque, mi pequeña Koala, me perteneces.

Sus labios temblaron, y pude ver la lucha interna reflejada en su mirada. Lo sabía. Sabía que yo tenía razón, pero su orgullo era lo último que quedaba en pie. Un orgullo que, dentro de poco, también sería mío. Despacio, deslicé mi pulgar sobre su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel. Quería arrancarle esa última chispa de resistencia, hacerla entender que no había escapatoria.

—Arrodíllate. —Lo dije en un susurro, cargado de la misma intensidad con la que la miraba.

La vi titubear, pero al final, hizo lo inevitable. Con un suspiro tembloroso, sus rodillas tocaron el suelo. Mi pequeña Koala, rendida ante mí. La victoria sabía mejor de lo que había imaginado. Sus ojos seguían fijos en los míos, esa mezcla de deseo, miedo y resignación brillando en ellos. No había nada más hermoso que ese momento.

—Así está mejor —murmuré, inclinándome sobre ella mientras mi mano seguía trazando su rostro, como si quisiera grabar cada centímetro en mi memoria—. Ahora, reza.

El silencio entre nosotros se hizo más pesado. Sabía que en su interior luchaba contra lo que acababa de hacer. Pero también sabía que no había vuelta atrás.

Mientras la miraba, arrodillada ante mí, no podía evitar pensar que esto no era solo una victoria física. Era algo más. Algo que corría mucho más profundo. Mi pequeña Koala me pertenecía de una manera que jamás había pertenecido a nadie. Y no había nada que ella pudiera hacer para cambiar eso.

ATRACCIÓN PELIGROSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora