Capítulo I

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—Abril!! Despierta!! ¿A que no sabes quién ha vuelto?

—Déjame dormir Lucíaaaa!

—Qué es importante!! Además, ya son las 9 de la mañana.

—Maldito el día en que te dí las llaves de mi casa—gruño entre dientes.

—Te escuché—dice entre risas mi mejor amiga del otro lado de la puerta de mi habitación—Abre ya!

—Qué voy qué voy!

Hago mi mayor esfuerzo por abrir mis ojos y la luz de la mañana me deja ciega por unos segundos; pesada, me levanto de mi cómoda cama y abro la puerta de mi habitación, donde me recibe Lu tan radiante como siempre.

—Más vale que sea importante—le digo entrecerrando los ojos.

—Sí que lo es, tenemos que salir.

—Salir?—me tumbo de nuevo en la cama con la esperanza de descansar un rato más.

—AHORAA!!—grita y me lanza una almohada.

—Pero qué pasa? Todo bien con Sofía?

—Sofía está bien, la he dejado con mi madre, pero no tengo todo el día!!! Vístete y en el camino te cuento.

—Bajo en 10—le digo y vuelvo a levantarme.

Luego de que me deje sola en mi habitación, hago la cama y voy a darme una ducha.

Al salir, me coloco mi traje de baño y encima unos shorts blancos con un top azul. Me lavo los dientes, me cepillo el cabello y decido dejarlo suelto.

Bajo las escaleras y me encuentro a mi padre, a quien saludo con un cálido abrazo.

—Buenos días pa.

—Buenos días! Lucía te espera afuera, dice que muevas el culo, que es algo importante.

—Qué elegante papá—río y me da un beso en la frente en forma de despedida.

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—¿Me estás diciendo que Alex está aquí?

—Sí, eso te digo—responde mi mejor amiga mientras conduce a toda velocidad su bicicleta, apenas puedo seguirle el ritmo.

—Ya, y me puedes explicar ¿por qué tanto entusiasmo?

—Llegaremos tarde a su almuerzo de bienvenida!

—Lucía, yo ni si quiera sabía que venía, no hemos hablado durante años, dudo que esté invitada a ese almuerzo—respondo cansada de hablar de él.

—Paolo me ha llamado hoy temprano, dijo que vayamos a su casa.

— No lo sé Lucía, no me parece buena idea.

—Abril, la última vez que lo viste tenías 13 años.

—Sí, y ese día tiré por la borda mi dignidad confesándole que me gustaba desde los 5.

—Son cosas de niños.

—Vale, pero ya el tenía 17, me debe haber visto como una completa estúpida.

—¿Eso qué más da? Cuándo te vea va a babear.

—A mí si que me da igual, dejé de sentir algo por él cuando me enteré de que se iría por 4 años.

—Tú di lo que quieras, pero a mí no me engañas—contesta y frena la bici al llegar a la tienda de regalos.

—¿Qué hacemos aquí?—pregunto confusa.

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