Había una vez un perrito llamado Hugo, cuyas pequeñas patas siempre parecían tropezar con los hilos oscuros del destino. Cada tarde, bajo la pálida luz de un sol que se negaba a calentar, su dueño, Princerut, lo llevaba al parque para columpiarse. Pero el destino, cruel y caprichoso, siempre encontraba una manera de enredar a Hugo en las cadenas oxidadas del columpio, como si una fuerza maligna jugara con él. Su llanto resonaba cada noche, un eco desesperado que flotaba en el aire sombrío, mientras Princerut lo desataba, una y otra vez, del abrazo metálico.
Los vecinos, fríos y vacíos como las casas en las que vivían, despreciaban a Hugo sin razón aparente. Tal vez, en sus almas oscuras, encontraban placer en la tristeza que envolvía al pequeño perro. Y así, un día, Princerut y su familia, con corazones desgarrados, fueron forzados a regalarlo. El silencio de la despedida fue pesado, como un sudario cayendo sobre una tumba. Pero incluso en su ausencia, Hugo los visitaba, sus patas dejando huellas invisibles en las sombras, su amor persistente, más allá de las ataduras del tiempo.
Con el tiempo, llegó a la casa una perrita llamada Nena, una compañera que parecía iluminar las noches oscuras que Hugo había dejado atrás. Pero el ciclo del abandono y el dolor aún no había concluido, pues en esa misma zona, una pobre gata llamada Miau fue abandonada por su familia, quienes, en la fría desesperación de la pobreza, la dejaron atrás como un recuerdo olvidado.
Miau, sola y perdida, vagaba por las calles oscuras y vacías, buscando con sus ojos espectrales a aquellos que la habían dejado. El mundo a su alrededor era un vasto vacío, un escenario donde las sombras se alargaban y el frío se clavaba como agujas en su piel. No entendía por qué la habían dejado, solo sabía que el amor que alguna vez tuvo, ahora no era más que un eco en la distancia.
Pero, como si el destino quisiera redimirse por su crueldad, la familia regresó, atraída de nuevo a aquel lugar donde la oscuridad los había tocado una vez. Encontraron a Miau, cuyos ojos brillaban en la penumbra. No había rencor, solo el ronroneo bajo la luna llena, que parecía sonar como una melodía de perdón. En ese momento, el abandono fue olvidado, y los corazones heridos se curaron, pero la cicatriz del tiempo siempre permanecería, recordando que incluso en el amor, la oscuridad acecha.
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Susurros de lo Olvidado: Relatos desde las Sombras
HorrorAntiguos relatos, polvorientos y olvidados, que se remontan a tiempos oscuros, mucho antes de 2014, han permanecido sepultados en el silencio. Algunas de estas historias, concebidas para concursos que jamás vieron su participación, se desvanecieron...