Enzo
Se levantó como cualquier otro día, se lavó los dientes, se cambió la ropa y se dirigió hacía la escuela con unas ojeras que le llegaban hasta el piso.
En la entrada, se encontró con Agustín, quien revisaba su celular como casi todos los días.
— ¿Qué haces hermano? — saludó Enzo, dándole una palmada en la espalda a su compañero
Agustín se volteó rápidamente y le devolvió el saludo.
— Todo bien boludo ¿A qué hora te dormiste? Pareces zombie.
— A las 4 o 5, no me podía dormir.
Agustín se encogió de hombros y entró junto a su compañero. Subieron al aula al darse cuenta de que ya casi comenzaba el horario, y al entrar se encontraron con Julián, quien estaba preparando la clase de ese día.
— Hola Muñoz... Fernández — una sonrisa brotó de su boca al decir el nombre de Enzo
— Buen día, profe.
— Sientense. Ya van a tocar el timbre.
Ambos asintieron con la cabeza y se dirigieron a sus asientos. Enzo no podía tener una conversación de más de tres minutos sin pensar en Julián. Hacia que su cuerpo se estremeciera el solo pensar en la petición de aquella noche.
La clase se mantuvo normal, hasta que en un momento sus compañeros comenzaron a molestar al profesor, interrumpiendo su clase.
— Che profe pelotu... ¿Cuántos años tenes?
— Veinticuatro.
— Te pusieron ¿Llegas y te pensas que me podes dar órdenes? Ubicate, cuatro ojos.
A Enzo ya se le notaba la vena de lo enojado que estaba, pero intentaba controlarse al igual que Julián, quien maldecía para adentro.
Se paró en su banco y comenzó a defenderlo, arriesgándose a ser expulsado.
— Si, si, cállate tanque de grasa. Igualito a tu vieja saliste Lisandro.
— Cerra el orto Enzo. Nadie te llamó.
— ¿Sabes quién me llamó? — preguntó con una leve sonrisa — Tu vieja. Me dijo que me quería ver esta noche.
Con cada palabra, con cada insulto, con cada minuto, todo se volvía más y más tenso. Julián no quería tener que frenarlos, pero sabía que si no lo hacía le podría ir mal a el.
— ¡Fernández, Martínez, a dirección! — demandó firme
Los dos salieron avergonzados, mirándose de reojo con cara de pocos amigos. Llegaron a la dirección y ambos entraron con la cabeza mirando al suelo. Enzo estaba nervioso, sabía que si el director se daba cuenta que era el iba a asociar mal las cosas e iba a tener graves consecuencias.
— Fernández, así te quería agarrar. Yo sabía que no tenías buenas intenciones — dijo con un tono de burla — Sientense y cuéntenme que pasó.
Ninguno de los dos tenía intención de hablar, pero Lisandro aprovecho la oportunidad y mintió.
— ¡Estábamos en la clase del profesor y este se puso a molestar al profe interrumpiendolo! — gritó con firmeza