La vuelta a la rutina nunca se habia sentido mejor

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El sonido del timbre de uno de los institutos más prestigiosos —o no tanto, según a quién se le preguntara— de toda Barcelona, pitaba con fuerza, marcando el comienzo de un nuevo curso. Después de un caluroso verano, tocaba volver a la rutina, algo que a la mayoría de los estudiantes no les hacía mucha gracia. Ya no habría más "ceno y bajo", "me voy a pasar el día entero poniéndome morena", "una carrera hasta la boya", o el típico plan de huida para no echarse protector solar.

¿Dónde había quedado todo eso? ¿Dónde? Ahora solo quedaba una mochila en la espalda y unas ojeras de muerte, mientras intentabas no quedarte dormida en medio de clase. Algunos lo echarían de menos, pero Violeta Hodar Feixas y su grupo de amigos, desde luego, no. Ellos vivían cada día como si fuera 5 de agosto. Y, para qué mentir, sonaba más divertido que estar a las 8 de la mañana intentando entender a la profesora mientras rezabas para que no pusiera un examen la semana siguiente. Era más divertido, sí, pero nada bueno a largo plazo.

El aire fresco de la mañana aún no lograba disipar todo el calor acumulado durante el verano. En la entrada del instituto, Violeta estaba apoyada contra la pared, con los brazos cruzados y una media sonrisa que parecía desafiar al mundo entero. A su alrededor, su grupo de amigos reía, compartiendo cigarrillos a medio apagar.

—Mira a esos —comentó Alex, señalando a los estudiantes que apresuraban el paso hacia las clases—. Tan serios, como si el primer día de clase fuera tan importante.

Alex, un moreno de ojos verdes y una bonita sonrisa que rara vez veía la luz, pero cuando lo hacía, era como si el mundo se iluminara. Era como un hermano de sangre para Violeta. Se llevaban tan bien que a veces se les olvidaba que no eran realmente familia. Habían estado juntos desde pequeños, desde la guardería, pasando por las buenas, las malas, y las MALAS MALAS.

Alex era simpático, de carácter relajado, aunque no lo aparentaba; solo su círculo más cercano lo conocía tal como era. Daba la impresión de ser el típico chico que en cualquier momento sacaría una navaja, pero nada más lejos de la realidad. Era todo lo contrario.

—Y que lo digas —rió una chica de pelo rizado que sostenía un cigarro aún sin encender—. ¿Alguien tiene mechero?

Lucas, un chico uruguayo que se había mudado a Barcelona el año pasado por amor, le tendió a Salma un mechero amarillo desgastado que parecía tener al menos cinco años, pero que, sorprendentemente, aún funcionaba. Lo usaba mucho, para sorpresa de nadie.

—¿En serio, Lucas...? ¿En serio? —dijo la chica, sorprendida, al borde de las lágrimas de tanto reír—. Llevas usando el mismo mechero desde que te conozco, ¡y mira que te conozco bien, eh!

Salma no pudo evitar soltar una risa escandalosa, y sus amigos allí presentes —Violeta, Lucas, Alex, Cris (el hermano de Lucas) y ella— la siguieron. Parecía un concurso para ver quién reía más escandalosamente.

—¿Qué pasa...? No está tan mal, mirad, aún tiene la piedra en perfectas condiciones —dijo Lucas, quitándole el mechero a Salma y enseñándolo al grupo—. Venga, no es tan gracioso.

El grupo, tras unos minutos, logró calmarse. No fue porque ya no tuvieran ganas de reír, sino porque el director anunció que podían pasar a sus nuevas clases: 2º de bachillerato, en la rama de ciencias. Violeta estaba allí porque sus padres querían que estudiara medicina, como la mayoría de sus familiares por parte de padre.

A Violeta, en realidad, no le llenaba la idea. Lo que le apasionaba era la música, perderse en lo que ella llamaba "sus soniditos". También adoraba hablar y, cómo no, el cotilleo. Así que pensó que, si por obligación tenía que estudiar algo, periodismo sonaba bien. El problema era que a sus padres no les gustaba nada la idea. No querían que su hija fuera "la oveja negra de la familia", cosa que a Violeta le parecía una tontería.

La profesora de inglés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora