Sois insoportables

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Chiara se encontraba en su piso, cocinando, o intentando cocinar, porque lo único que sabía preparar era su plato estrella: cereales con galletas del supermercado más cercano que encontrara. No sabía cómo aún no había quemado la cocina al intentar crear un simple filete de pollo.

La cosa no iba muy bien que digamos, pero bueno, ¿para qué saber cocinar cuando tienes a un bohemio bigotudo y a una pelirroja de bote a tu disposición? Lo importante era que tenían extintores por si ocurría alguna desgracia.

Ruslana, la mejor amiga de Chiara desde el instituto, estaba sentada en la isla de la cocina del piso "Marruski", con un ordenador y 13,278,525 papeles esparcidos por ahí. Estaba buscando la composición perfecta para su próximo single; aún no tenía título, solo ideas que intentaba plasmar en el ordenador sin mucho éxito.

Por otro lado, estaba Martín, otro de los mejores amigos de Chiara.

La historia de su amistad era un poco curiosa, pues sus abuelas eran amigas de toda la vida y los obligaban a acompañarlas a exposiciones de sombreros. A ninguno de los dos les gustaban los sombreros. ¿A quién podría parecerle una buena idea ir todos los domingos a una exposición de sombreros? Eso pensaban ellos. Pero como coincidían tanto esos domingos, al final no les quedó otra que llevarse bien. Esa relación, desde luego, era algo que Chiara no podría haberse perdonado perder. Entablar conversación con ese chico era uno de los pilares fundamentales en su vida, junto a Ruslana y su madre.

Chiara, aunque no sabía cocinar, siempre se sentía afortunada de tenerlos a ambos a su lado. Mientras observaba cómo el filete de pollo empezaba a chisporrotear en la sartén, miró de reojo a Ruslana, quien seguía sumergida en sus papeles, tarareando una melodía que probablemente no llegaría a su canción final.

—Rus, ¿algún avance? —preguntó Chiara, con una sonrisa de complicidad.

—¿Avance? Sí, hacia la desesperación —respondió Ruslana, sin apartar la vista de la pantalla mientras garabateaba algo en uno de los papeles dispersos.

—Bueno, al menos no has incendiado nada —bromeó Martín, entrando en la cocina con una guitarra en la mano. Se sentó en un taburete junto a Ruslana y comenzó a rasguear suavemente las cuerdas, llenando el ambiente con un sonido relajante.

—Eso es porque todavía no he cocinado nada —respondió Chiara, levantando las manos en señal de inocencia, mientras el humo empezaba a salir de la sartén.

Martín soltó una carcajada y se levantó rápidamente para apagar el fuego. Con un toque experto, tomó el control de la situación y movió el filete de la sartén a un plato.

—¿Ves? Por eso nos tienes a nosotros, Kiki. Si no fuera por mí y Rus, vivirías de cereales para siempre.

—Tampoco me quejaría —dijo Chiara, dándole un mordisco a una galleta que había dejado al lado de sus cereales—. Pero bueno, para eso os tengo aquí. Además, soy buena en otras cosas... como enseñando inglés, por ejemplo.

—¡Shhhhhh! —A alguien le había llegado la inspiración de repente—. ¡TODO EL MUNDO CALLADO, ME HA LLEGADO LA SANGRE AL CEREBRO! —gritó Ruslana, levantando las manos asombrada—. ¡CREO... CREO QUE TENGO ALGO! —Los demás no pudieron decir nada porque salió tan rápido por la puerta como Martín cuando veía una cucaracha.

—Adiós, ¿eh? —dijo Chiara sarcásticamente.

—¡Adiossssss! —se escuchaba la voz de Ruslana mientras bajaba las escaleras, rumbo al estudio musical de uno de los amigos de su padre, quien también compartía su pasión por la música, especialmente si era rock. Eran tal para cual.

—¿Y ahora qué? —preguntó Martín, rasgueando distraídamente la guitarra mientras disfrutaba del aroma del pollo cocido.

—No lo sé, pero yo tengo reuniones en el instituto, así que te vas a quedar solito —dijo Chiara, riendo, mientras le daba un beso en la cabeza y le servía el maravilloso plato que, para qué engañarnos, había salido un poco quemado—. Llámame si necesitas algo, ¿okey?

La profesora de inglés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora