Capítulo uno

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Dos horas de viaje.

Dos malditas horas de viaje.

¡Me duele el culo!

Sip, estar sentado dos horas sin detenerse a ninguna parte sería una estupenda tortura. Estoy cansado, con hambre, sed (porque mi madre se tomó todo mi jugo), y estoy aburrido.

Necesito que alguien, quien sea, me salve.

Obviamente, ese milagro no llega, sería demasiado increíble (y estúpido) que un milagro llegara justo en este momento.

Y lo peor, es que aún falta media hora de estar encerrado aquí. Por favor que alguien vaya borracho y nos choque.

Ya va entrando la noche y me voy quedando dormido... hasta que la horrible conducción de mi padre aparece. Frenamos en seco cuando un montón de niños de mi edad pasaron por un paso de cebra. No me quejo, es su derecho pasar. Mis padres claro que lo hicieron, empezaron a tocar la bocina y a gritar incoherencias que los que pasaban dudo que escuchen algo de lo que decía.

—¡No deberían pasarse! ¡Malditos niños!— fue lo único que le entendí a mi padre de todas las maldiciones y garabatos que lanzó al aire. Hasta que terminaron de pasar mi padre dejó en paz la bocina, pasaron rápido y se estacionaron por ahí.

Ahh.

Este es el centro... como es el primer día, todos están llegando, claro. Olvidé que hoy era tres de marzo. Guau, hay mucha gente.

—Ya, Nicolás Wood, escucha, de ahora en adelante vivirás ahí, hasta que te cures no te sacaremos, ¿Escuchaste?— habló mi padre mirándome por el espejo.

—Fuerte y claro, Sargento Mewing— dije, pasando mi mano sobre mi cabeza y poniendo una cara seria, aunque dentro de mí me estaba riendo. Mucho.

Antes de que pudiera gritarme, tomé mi única mochila con todo lo que podría necesitar aquí y salí del auto. Así de simple.

De entre la gente pude divisar a varias personas extravagantes y para nada normales.

Una niña de mi edad que se nota que no quiere resaltar, con su presencia tranquila y sencilla. Su cabello es bonito, es castaño oscuro con unos toques brillosos naturales, se ve que es sedoso y ondulado, le llega más o menos abajo de los pechos y le cae también por lo hombros.

Tiene un moño amarrando su pelo en una colita de caballo alta, si ya es largo su pelo así, no me imagino como será cuando esté suelto.

Tiene los ojos café oscuro que reflejan varios sentimientos, a pesar de los considerables diez o quince metros que nos separan. Su sonrisa ilumina su alrededor con viveza.

Parece que no le gusta ir elegante o extravagante (como la mayoría de creídas que andan por ahí), pues su ropa consta con una camisa roja con algunos detalles cafés y amarillo tirando para dorado. Sus shorts le llegan un poco más arriba de la rodilla y se ve cómoda, como una niña de ocho años atrapada en un cuerpo de diecisiete.

Creo que no busca llamar la atención no deseada, sino ser una más entre los demás, pero la normalidad extrema de los demás no alcanza para superar su normalidad.

En su hombro hay una mochila café que se puede cerrar tirando de un hilito, muy bonita.

Su mano va tomada con un niño, que no supera los doce o trece años, y por su cara, debe estar nervioso. Tal vez sea su hermano, es lo más probable, porque dudo que sea su hijo.

Creo que me vio mirándola mucho tiempo, porque se ruborizó un poco, pero eso no evitó que me saludara con la mano. Miré hacia atrás para verificar que no saludaba a alguien atrás mío, y así evitar una vergüenza horrible de pensar que su saludo se dirigía hacia mí. Al ver que no, devolví mi mirada a ella y sonreí un poquito, la sombra de una sonrisa.

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⏰ Última actualización: Oct 31 ⏰

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