Capítulo 2

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La luz de la luna estaba brillante el día anterior a la partida de Aemond, como si ignorara la tristeza que el omega sentía ante el abandono a su hermano, Angel, quien entró a su cuarto, cerrando la puerta tras de el.

Con una mirada casi inexpresiva este, luego de una incansable lucha de miradas entre ambos, habló.

- Tu padre tiene mucho que contarte, pero yo te diré lo importante, cuídate, de todos, cada sirviente, cada caballero, cada noble con su cara incogible y no olvides también cuidarte de ti mismo, mi perla - así como se fue, como un zombie que vio piel qué quería comer pero que al final no le apetecio, se marchó, con esa mirada inexpresiva qué en el sonriente Angel causaba miedo, pánico qué se transmitió a Aemond, quien estaba a solo un día de llegar a Driftmark.

Habían pasado mucho tiempo dentro de aquel barco que parecía ser pesquero, según su padre era por los piratas, temían qué al ver uno hermoso y brillante, los atacaran, aún así, Aemond sabia que a su padre le chupaba un huevo esos piratas, ya había matado a varios que osaron lastimar siquiera un poco a su hijo, el omega dudaba de la verdad entre los labios de un guerrero, pero era su padre ¿como no podría creer en el?.

Las miradas de alrededor cada vez que el peli blanco salía eran muy diferentes a las de las tierras libres, allá eran miradas de envidia e cariño, aquí, tan solo en un viejo barco, todos lo miraban como si fuera una mierda de algún animal que la vida puso en sus vidas, como algo asqueroso que pisaron.

"Los extranjeros son vistos como algo inusual y aveces como una plaga" fue la respuesta de su padre cuando se quejo, luego solo beso su frente y se alejo hacia su habitación, donde por un momento pudo ver, una mesa repleta de papeles, mapas.

El tiempo sin habla era largo cada día, ningún tripulante quiso dirigirle la palabra, solo una niña lo hizo, una vez, hasta que su madre la llevó lejos de Aemond y sus gritos le hicieron saber, ella nunca hablaría de nuevo con el. Una tortura era lo que era, pasar mucho tiempo en medio de nada, ignorando todos esos abucheos silenciosos en la mirada ajena, el silencio era aterrador, más el de su padre, quien solo le preocupaba la llegada al gran destino que el proclamaba como "nuestro hogar".

- ¿Nuevo hogar? - se pregunto Aemond acostado, en la habitación dentro del barco, el peli blanco se reía ante la idea de un nuevo hogar - Soy un hombre de las tierras libres, no se sobre los nuevos hogares - se repetía cada día luego de las palabras, hasta ahora cuando el barco se detuvo y lo despertó de su mente llena de pensamientos que eran lo único que lo mantenían cuerdo.

Su padre entró a la habitación con una sonrisa que le hizo olvidar, a Aemond, que había entrado sin tocar.

- Alístate mi perla, ponte hermoso, bueno... Mucho más hermoso de lo que ya eres, veras a tu prometido - Era extraño, lo decía como si ya no lo hubiera visto, hace tiempo, cuando visto el burdel con su mirada de asco a todos, especialmente... A él.

- Si, padre - respondió sin más, no tenía ganas de pronunciar palabras, su garganta estaba tan seca de ellas, por el largo tiempo sin habla.

Antes, el había empacado un pequeño equipaje, qué se convirtió en un gran baúl de ropa, toda comprada por su padre, quien presumía "era la moda de westeros", dudaba mucho del buen gusto de su padre, el era bueno en todo, menos en lo que otros usaban, o si quiera en lo que el mismo había llegado a usar.

Al final, con un suspiro, agarro un vestido rojo apegado a su cintura y se atrevió a salir así, pudiendo apreciar así, las miradas de todos atónitos ante su impecable belleza.

- Todos ellos me miraban como escoria, ahora sonríen como sí hubieran ganado mil monedas ¿les diste mil monedas? - susurro algo nervioso el omega menor a su padre, quien solo sonrió orgulloso de su hijo, por ser un hombre de buena vista, aunque le dolió que se haya dado cuenta - por lo general ellos estarían muertos al llegar.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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La Dama de la calle de seda (Lucemond) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora