Capítulo 31

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Maximiliano Harper

2 semanas después...

Abro los ojos de golpe y mis dedos se cierran sobre el lugar donde late mi corazón, agitado como si quisiera reventar mis costillas. El sudor me empapa la espalda, pegándome la camiseta al cuerpo. Miro a mi alrededor, tratando de ubicarme, pero la oscuridad solo me devuelve las mismas sombras de siempre.

Bianca sigue dormida del otro lado de la cama, su cabello negro desparramado sobre la almohada. Respira tranquila, ajena a la tormenta que me devora. Debería sentirme aliviado de que no se haya despertado, pero no lo estoy. El nudo en el pecho sigue apretando.

Respiro hondo y me levanto con cuidado, haciendo todo lo posible por no hacer ruido. Mis pies descalzos pisan la alfombra, pero todavía siento el temblor en las piernas. Camino hacia la ventana y corro un poco la cortina. La calle está quieta, en calma, tan jodidamente tranquila. Pero yo no.

Apoyo la frente en el cristal frío, esperando que me saque de este estado. Pero las imágenes del sueño siguen ahí: Samantha, su rostro con esa expresión de dolor.

—Mierda —murmuro, me aparto de la ventana y me dirijo a la puerta.

Necesito despejarme. Salgo de la habitación, bajo las escaleras en silencio, como un ladrón en mi propia casa. Me meto en la cocina y busco un vaso limpio.

El agua helada me quema la garganta, pero no calma nada. "Estás perdiendo la cabeza, Harper", me digo, observando el reflejo borroso de mi cara en la ventana. Ella se fue por su propio bien. No debería importarme. No debería estar sintiendo esto. Pero la verdad es que nunca pude sacarla de mi sistema.

Samantha.

Mierda, ni siquiera con Bianca aquí, en mi cama, puedo dejar de pensar en ella. Todo este tiempo debía ser para arreglar las cosas, para concentrarme en lo que yo mismo acordé: tener a ambas. Pero desde que Samantha se fue, no hay nada que funcione. Han pasado casi cuatro semanas y no sé si está bien, si alguien la está cuidando, si está sola o si hay alguien más ocupando mi lugar.

Eso es lo que me jode más. La idea de que alguien esté ahí para darle las cosas simples, las pequeñas, como su maldito omelet. Nadie más debería conocerla así, saber qué le gusta, qué la hace reír en las mañanas o cómo se muerde el labio cuando se concentra. Nadie. Eso debería ser mío.

La relación poliamorosa que acordamos parecía tener sentido al principio. Bianca y yo intentábamos darle lo que necesitaba: espacio, libertad, un lugar seguro donde no sintiera que debía elegir. Pero lo que no vi venir fue cómo me destrozaría verla irse. ¿Cómo diablos me convencí de que podría soportarlo?

Porque la verdad es esta: ya no siento lo mismo por Bianca. No como antes. Ella lo sabe, y cada día se hace más evidente. Me sorprende que siga aquí, intentándolo, cuando ambos sabemos que esto es un intento fallido.

El vaso de agua está vacío antes de darme cuenta y lo dejo en el fregadero con más fuerza de la necesaria. Me paso las manos por el cabello, mi respiración pesada en la cocina vacía. No sé dónde está, ni con quién, y eso me está volviendo loco.

Escribo su número una vez más, pero no puedo llamarla. Ni siquiera sé qué decirle. ¿Que la extraño? ¿Que me estoy volviendo un maldito loco sin ella? El orgullo me lo impide, pero también el miedo. Miedo de que haya seguido adelante y yo... no.

Miro la pantalla del teléfono, mi dedo titubeando sobre el botón de llamada. En su lugar, escribo un mensaje rápido:

"¿Dónde estás? Por favor, dime que estás bien."

ESCLAVA DEL ENGAÑO [EN CORRECCIONES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora