CAPITULO NUEVE

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Selin

Llevo exactamente dos semanas luchando contra mi propia mente; tengo pesadillas. Pesadillas horribles, incontrolables, lamentables. Y me siento como una prisionera de mi misma, porque aunque lo intente, no puedo dejar de pensar en lo que pasó. Le doy vueltas todo el tiempo, cambio mil veces el final y sigo volviendo al principio y lo hago mil veces más hasta que siento como si una mano apretara con fuerza mi garganta y entiendo que es el momento de parar, que debo detenerme.

La vida sigue aunque yo me haya convertido en un dibujo mal hecho. Todo continúa como antes, Emir debe ir a la escuela y yo tengo que buscar la forma de ganar dinero sin necesidad de salir de noche. Necesito estar con Emir, protegerlo, protegerme. Y cada día me rompo la cabeza buscando una forma, pensando en una forma y no la hay, no está, no existe. Entonces me desespero y solo quiero llorar y que mis lágrimas llenen la casa y yo ahogarme en ellas.

En este momento me encuentro mirando por la ventana, a la triste calle, a la gente que pasa de vez en cuando, todos ajenos, inconscientes, van por ahí sin saber que la maldad se esconde tras una piedra, sin saber que los monstruos existen, que son reales, ellos no saben que estuve cara a cara con uno de ellos. Cada vello de mi cuerpo se encrespa ante ese pensamiento y de repente me siento insegura dentro de mi propia casa.

Tomo aire y lo suelto, y repito el proceso un par de veces más. Me calmo casi, realmente nunca logro estar tranquila, siento que las esquinas tienen ojos, que me observan todo el tiempo. Y estoy siempre nerviosa, aterrada, con el corazón en la boca, repitiendo mantras en silencio, como una loca.

Loca, loca, no sé si estoy loca, quizás es eso, quizás mi cabeza ya no funciona de la misma forma, ellos rompieron algo dentro de mí y ahora no soy más que un montón de piezas mal reconstruidas y ya no doy la hora, como el reloj que cuelga de la pared de la sala. Me detuve, olvidé cómo caminar y ahora ya no hago tic tac.

Me quedo en blanco por un momento, completa y totalmente en blanco, pero regreso enseguida —por desgracia— y me obligo a parar. Cierro los ojos con fuerza, hago puños las manos, me clavo las uñas en las palmas y suspiro, un gran suspiro, cargado con suficiente aire para alimentar a mis pulmones. Entonces me alejo de la ventana y voy hacia el baño, en donde termino quitándomelo todo, la ropa y los pensamientos.

Abro la llave y el agua fría comienza a caer sobre mí. Me sobresalto primero, porque está realmente fría, pero luego me voy acostumbrando hasta que comienzo a disfrutarla. Las gotas se deslizan por mi cuerpo, recorren cada parte de él y me hacen sentir limpia, como si me estuviese quitando cien capas de barro de encima. Pasa una hora y salgo, envuelta en una toalla, camino hasta la habitación y elijo un vestido muy sencillo, de color naranja y hasta las rodillas. Me seco y luego me recojo el cabello con una banda elástica. Me pongo unas sandalias de cuero y agarro una bolsa vieja y gris que solía usar mucho antes de que pasara... todo lo que pasó.

Miro la hora en un pequeño reloj de mano antes de salir de casa, para estar segura de aún tener tiempo antes de que tenga que ir a la escuela por Emir. Cierro la puerta y echo las llaves en la bolsa, entonces miro a mi alrededor, a las casas, a los vendedores que pasan de vez en cuando y miro y escucho a los pajaritos cantar y retozar en el aire, y no puedo creer que vaya a hacer esto, que esté a punto de hacerlo.

Doy el primer paso, mi corazón latiendo rápido dentro de mi pecho, loco, desesperado, asustado, como toda yo, pero no me detengo y continúo dando pasos hasta que me encuentro caminando al lado de personas... como antes, como si nada. Me dirijo a la parada del autobús, decidida, dispuesta, consciente de lo fuerte y valiente que soy.

Buscaré un trabajo, ganaré dinero, sobreviviré, sobreviviremos. Basta de los lamentos, basta del miedo. Ahora es momento de luchar... no importa si muero en batalla.

MaeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora