Donde el silencio nos encuentra...

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Pov Bella

El sonido suave del motor llenaba el silencio del auto mientras atravesábamos la carretera sinuosa que nos llevaba al bosque. Las montañas se dibujaban en el horizonte, y el cielo, teñido de un suave color anaranjado, comenzaba a despedirse del sol. Todo parecía tranquilo, perfecto… menos mi cabeza, que estaba dando vueltas con mil pensamientos.

Miré de reojo a Ale, que estaba concentrada en el camino, sus manos firmes en el volante. Bueno, una de ellas, porque la otra descansaba con naturalidad en mi pierna, acariciando ligeramente mi muslo con su pulgar. Cada vez que lo hacía, sentía una corriente cálida recorrer mi cuerpo. Esa era Ale, siempre buscando una forma de hacer contacto, de recordarme que estaba allí, conmigo. Sonreí para mis adentros, preguntándome cuándo me había acostumbrado tanto a sus gestos.

—¿Estás bien? —su voz rompió el silencio, grave pero suave, con ese tono que siempre me hacía sentir segura.

Asentí, evitando que mi mirada se quedara demasiado tiempo en su perfil. Sus ojos marrones me miraron de reojo, buscando alguna señal en mi rostro.

—Sí… solo estaba pensando en lo raro que se siente todo esto, ¿no? —respondí, sintiendo que mis palabras apenas hacían justicia a lo que realmente sentía.

Ale soltó una pequeña risa, una que resonó en mis oídos como una melodía familiar.

—Raro no es malo, Bells. Después de todo lo que ha pasado… esto es justo lo que necesitamos. Solo tú y yo. Lejos de todo.

Sentí cómo su mano apretaba un poco más mi pierna, su calidez traspasando mis jeans, y no pude evitar sonreír. Ella siempre tenía esa manera de hacer que todo pareciera simple, incluso cuando no lo era.

El camino seguía siendo tranquilo, pero mi mente no lo estaba tanto. El roce de su mano seguía presente, como un recordatorio constante de lo que éramos ahora. Un par de años atrás, jamás habría imaginado que estaríamos así, juntas, alejadas de las peleas, de los malentendidos, y de las personas que nos habían alejado tanto. Ahora, solo estábamos nosotras dos. Y aunque ese pensamiento aún me resultaba extraño, también me daba una paz que no había sentido en mucho tiempo.

Después de un rato, el paisaje comenzó a cambiar, los árboles se volvieron más densos y altos. Estábamos cerca. Ale se inclinó un poco hacia adelante, mirando el camino como si buscara algo.

—Estamos llegando —anunció con entusiasmo.

Miré por la ventana, y allí estaba. Un pequeño claro rodeado de árboles altísimos y el sonido suave de un arroyo cercano. El sol se filtraba entre las ramas, creando sombras y destellos de luz que hacían todo parecer más mágico.

—Es hermoso… —murmuré, casi sin darme cuenta.

Ale sonrió y apagó el motor. No tardó en inclinarse hacia mí y dejar un suave beso en mi mejilla antes de salir del auto.

—Vamos a hacer esto inolvidable, Bells.

Me quedé allí unos segundos, sintiendo el calor de su beso y la promesa en sus palabras. Si algo había aprendido en todo este tiempo, era que cuando Ale decía algo, lo cumplía.

Después de un rato, terminamos de armar el campamento. La tienda estaba lista, y Ale había hecho una pequeña fogata en medio del claro. El fuego crepitaba suavemente, lanzando sombras danzantes por los árboles cercanos. La noche ya había caído, y el cielo estaba cubierto de estrellas, más de las que había visto en mucho tiempo viviendo en la ciudad.

Me dejé caer en una manta junto a la fogata, estirando las piernas y mirando el cielo. La paz del bosque, con el crujir de las ramas y el suave murmullo del arroyo cercano, me envolvía por completo. Era un descanso necesario, un respiro después del caos de las giras, los ensayos y… todo lo demás. Ale se sentó a mi lado, su hombro rozando el mío mientras me pasaba una botella de agua.

—¿Sabes? —dijo ella, rompiendo el silencio mientras miraba el fuego—. Creo que no hemos hecho algo así desde… bueno, desde nunca.

Reí y tomé un sorbo de agua, sintiendo lo cierto de sus palabras. Siempre habíamos estado rodeadas de ruido, de gente, de problemas. Esto, esta tranquilidad, era nuevo.

—Supongo que siempre nos faltaba tiempo. O quizás, antes no sabíamos que lo necesitábamos —respondí, apoyando mi cabeza en su hombro sin pensarlo demasiado.

Ale movió una mano hacia mi pierna de nuevo, esa costumbre suya de siempre estar tocándome de alguna manera. Acarició mi rodilla con suavidad mientras asentía.

—Tal vez… —su voz se volvió un murmullo—. Pero ahora lo tenemos. Ahora es solo nuestro.

Sentí el peso de sus palabras, lo que significaban realmente. Habíamos pasado por tanto, por tantas discusiones, tantas veces que casi nos alejamos para siempre. Pero de alguna manera, siempre volvíamos la una a la otra. Como si, sin importar cuán lejos tratáramos de correr, siempre termináramos encontrándonos de nuevo.

Levanté la cabeza de su hombro y la miré. La luz de la fogata iluminaba su rostro, haciendo que sus ojos marrones brillaran de una manera especial, cálidos y protectores, pero también cargados de una vulnerabilidad que pocas veces dejaba salir. Sonreí, y antes de darme cuenta, mis dedos ya estaban acariciando su mandíbula, subiendo hasta enredarse en su cabello castaño.

—Es raro… —dije en voz baja—. A veces me pregunto cómo llegamos hasta aquí, después de todo lo que pasó.

Ale me miró, y por un segundo vi algo en sus ojos, una mezcla de culpa y alivio.

—Yo también lo pienso, Bells. Pero lo importante es que llegamos, ¿no? —Su mano se deslizó por mi espalda, atrayéndome un poco más cerca de ella—. Estamos aquí. Tú y yo.

Mi corazón se aceleró un poco, y mi respiración se volvió más pesada mientras sus palabras se asentaban en mí. Estaba en lo cierto. Después de todo el caos, después de todo el dolor, estábamos juntas. Eso era lo que importaba.

No había más dudas en mi mente cuando me incliné hacia ella y la besé. Esta vez, el beso no fue suave como antes. Fue más intenso, más necesitado. Sentí sus manos recorrer mi espalda, atrayéndome aún más cerca, como si no pudiera soportar que hubiera ni un solo centímetro de distancia entre nosotras. El calor de la fogata, el susurro del viento en los árboles, todo desapareció por un momento. Solo existía Ale, sus labios contra los míos, su respiración acelerada mezclándose con la mía.

Cuando nos separamos, ambas estábamos respirando con dificultad, nuestras frentes apoyadas la una contra la otra. Ale me miró con una sonrisa en los labios, pero sus ojos mostraban algo más profundo, algo que hizo que mi corazón diera un vuelco.

—Bells… —susurró—. Te amo, ¿sabes? Nunca voy a dejar de hacerlo.

Mi pecho se apretó al escucharla decirlo de nuevo, y supe que esas palabras significaban más que todo lo que habíamos dicho antes.

—Lo sé… y yo a ti, Ale. Te amo más de lo que puedo explicar.

Nos quedamos abrazadas por un rato, simplemente disfrutando de la cercanía, del calor que compartíamos. La noche estaba tranquila, y por primera vez en mucho tiempo, todo se sentía en paz. Sabía que este momento era solo nuestro, y aunque volviéramos al caos del mundo real, siempre tendríamos esto.

Finalmente, Ale rompió el silencio con una pequeña risa.

—¿Sabes? Si me lo hubieras dicho hace unos años, cuando estábamos peleando por cada maldito ensayo… jamás habría creído que terminaríamos aquí.

Sonreí y le di un pequeño empujón con mi hombro.

—Bueno, lo que pasa es que a veces los bajos necesitan un poco más de tiempo para encontrar la melodía correcta.

Ale rió, esa risa profunda y sincera que siempre hacía que mi corazón diera un pequeño salto.

—O tal vez… solo necesitaba que alguien me enseñara a escucharla.

𝙎𝙏𝙄𝙇𝙇 𝙄𝙉𝙏𝙊 𝙔𝙊𝙐  (𝙾𝚗𝚎 𝚂𝚑𝚘𝚝𝚜)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora