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Un, dos, tres disparos resonaron en aquella bodega abandonado a mitad de la madrugada. El cielo aún era oscuro, las estrellas seguían brillando, pero el ambiente era pesado. Los sollozos ahogados de una mujer rompían el silencio después de las detonaciones; un ruido seco se oyó consiguiente a causa de aquel cuerpo que caía aparentemente inerte sobre el suelo, y a su alrededor un charco de rojo escarlata se formó.
─ Takemicchi...
El nombre salió de los labios resecos de aquel tipo que aún sostenía el arma. Sus ojos carecían de luz, totalmente obscuros como un pozo del cual no había posibilidades de salir. Las manos pálidas del sujeto empezaron a temblar; de su mano cayó la pistola el cual aún se distinguía aquel hilo de humo ante su reciente uso.
─ Takemicchi... Takemicchi...
Repetía aquel nombre con desesperación, mientras sus ojos por fin se posaron sobre el bulto en el piso del cual aún se notaba aquella sangre escurrir de sus heridas.
El de cabello blanco se arrodilló rápidamente a la altura de Takemichi, levantandolo lo suficiente para tenerlo entre sus brazos.
─ Mikey...
La pronunciación era débil, apenas audible, en un susurro tan bajo que el nombrado Mikey acercó lo más que pudo su oreja a los labios de Takemichi.
─ Takemicchi, sigues vivo. ─la voz de Mikey pasó de miedo y desesperación, a uno alegre pese a que su expresión no era distinguible.
─ Basta... Por favor. ─suplicó Takemichi, mientras miraba débilmente a Mikey a los ojos.
Aquellas palabras no parecían haber agradado a Mikey, puesto que aquel tan efímero momento de felicidad pasó rápidamente a uno de molestia y desagrado. Pese a carecer de emociones su rostro, su voz era notable, incluyendo su mirada la cual era más intimidante de lo normal.
─ ¿Qué estás diciendo, tonto-michi?
A pesar al apodo infantil, la manera de pronunciarlo no lo era para nada. Takemichi por su lado lucia inmutable, como si éstos repentinos cambios de humor fueran algo ya muy común. Aquello era alarmante.
─ Déjala vivir... ella no tuvo nada que ver, no fue su culpa... y lo sabes. ─aunque su voz sonará débil, se podía percibir también la determinación en Takemichi. Pronto un quejido escapó de sus labios.
Las manos de Mikey que estaban alrededor de Takemichi, al tenerlo en su regazo, ahora lo apretaban de manera que le hacía daño.
─ ¿Qué yo lo se, dices? No importa si estaba enterada o no, su esposo fue un maldito traidor. Así que todo su familia debe pagar el precio-
