11. El Dolor y la Alegría

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MISHA:

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MISHA:

Todo vuela por mi mente. He llegado de la forma menos esperada a las puertas que dan al escenario. Dije que podría hacerlo por mis propios medios, pero...

Sorbo mi nariz sin darme cuenta, el suspiro que sigue tiene un deje obvio de sentimiento. No había notado las pequeñas gotitas en mis gafas. Las quito rápidamente, frotando suavemente usando el interior de la manga sobre ambas micas, y me las vuelvo a acomodar.

—Ah, solo paso de Guatemala a Guatepeor, y presiento que realmente no es lo peor —susurro para mí misma.

—¿Qué haces aquí afuera?

El sobresalto me encoje los hombros antes de darme la vuelta. Ahí estaba él: Haruka.

¡Perfecto! Yo y mi gran bocota.

Respiro hondo, haciéndome a un lado con la esperanza de que pase de largo. Quizás, si lo uso como escudo, evitaré la pena de cruzar miradas con todos.

—Nada realmente —murmuro.

Intento mantener la cabeza gacha, pero no puedo evitar mirarlo de reojo. Parece un maniquí, como esos androides en Dragon Ball que un día dominarán el mundo. ¿Quién lo absorberá para alcanzar su forma final?

Sostiene una taza oscura de té por la oreja mientras la otra mano permanece dentro del abrigo. Claro, se me olvidaba que hacía frío.

—No creo que estés lista para la siguiente ronda —dice, bajando el tono de voz.

De acuerdo, no sabía que los androides leían la mente.

—¿Bromeas? —rio nerviosamente, palmeando mi pierna—. ¡Estoy lechuga como una fresca!

—No creo que eso tenga sentido —refuta con total seriedad.

Inserte meme de la ranita: Nadie te preguntó, nadie te preguntó... Nadie te preguntó.

Mi estómago da un pequeño tirón, y tengo que contenerme de decir algo mordaz.

—Sí, bueno, es un día horrible —respondó, dando de hombros—. Dejémoslo así.

—Mmm —musita, empujando sus anteojos—. Si no dices lo que te pasa, nadie podrá ayudarte la mayor parte del tiempo.

—¿Qué?

—No leo mentes —su respuesta es más fría de lo que esperaba.

Me llevo las manos a la cabeza, frunciendo el ceño. No puedo creer lo que escucho, y mucho menos viniendo de este patán. Me trata como una gallina de hule del metro, por Dios.

—¡Cinco minutos! —exclamo al borde de las lágrimas—. ¡¿Pueden dejar de darme consejos solo cinco minutos?! ¡La mexicana necesita ahogarse por unos segundos, carajo!

Él ni se inmuta, permaneciendo tan impasible como siempre. Siento el calor en mis mejillas expandirse por todo mi cuerpo, y termino en cuclillas, abrazando mis piernas. Patética. Hace unas horas me sentía tan fuerte, tan segura, y ahora... parezco un simple gato callejero.

Las líneas del TinteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora