PRÓLOGO

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Él sentía rabia, solo eso. Una rabia tan profunda que se le metía hasta los huesos.

— ¿Qué sentido tiene? —dijo con voz cansada.

— Solo tienes que decirnos donde está. Así de simple.

Al escucharla, tomo con fuerza el volante e intento respirar profundo, pero lo único que logro fue un resoplido frustrado.

El sonido de las gotas de lluvia cayendo con fuerza sobre el auto, lo llenaba de cierta tranquilidad. Pero, aun así, sentía que en cualquier momento explotaría.

— No te entiendo. —recalcó.

— No hace falta entender. Solo obedece.

Sus ojos se abrieron de miedo al ver, a través del retrovisor, como la mujer sacaba una pistola de su gabardina azul. Su boca se secó. Ella sonrió con maldad, como si aquel momento lo disfrutara.

Un silencio sepulcral lo invadió.

Intento respirar nuevamente y al casi lograrlo, un espasmo le obligó aferrarse aún más duro al volante. La adrenalina corría tan rápido dentro de él, que su cuerpo de vez en cuando realizaba un movimiento involuntario: espasmos, y en otros casos, la piel se le erizaba hasta tal punto de sentir una oleada de un sudor frío cubrir su cuerpo.

El carro no estaba en marcha, pero aun así tenía las ganas de arrancar y estrellarse a lo primero que mirara para así guardar el secreto.

— Está bien pensar en apagar el dolor y así callar para siempre —rio con simpleza—. Después de todo, ella sabrá la verdad y cuando lo haga. No abra vuelta atrás.

— No la metas en esto.

La mujer rio.

— Lo hubieras pensado mejor antes de actuar a nuestras espaladas.

Dicho eso, la mujer salió del auto y camino hasta llegar a la ventana del piloto. Allí mismo le sonrió con la cara brillante por las gotas de lluvia y añadió:

— Espero que la decisión que tomaste... —lo miro con ojos maliciosos mientras sonreía— te dé cierta... ¿Paz? Bueno, eso ya lo veremos Eliot.

Eliot quedó pasmado. Rígido como una roca. No pudo decir palabra alguna y las ganas de llorar le torturaron cruelmente. Miro a través del parabrisas mientras que las gotas caían ferozmente sobre el cristal, como la mujer caminaba tan tranquila hasta perderse en la oscuridad de la noche. Luego fijo sus ojos en el estanque que estaba a lo lejos. Uno de aguas turbias y sin ninguna señal de vida en él. Tal cual se sentía él.

Y comenzó a hundirse en sus pensamientos.

"Ya no hay escapatoria"

"No creo poder salir de esto"

"Ya no hay salida"

"Tengo miedo, mucho miedo"

Los pensamientos volaban de aquí para allá, como hojas de un árbol sacudido por el viento. Sentía como sus sienes se apretaban en un dolor de cabeza que le obligó a cerrar los ojos.

Intentó respirar profundo, pero no pudo.

Intentó calmarse, pero se le fue imposible.

Ya nada tenía sentido para él.

En un ataque de ira golpeo el volante con fuerza, mientras gritaba histéricamente. Las lágrimas comenzaron a escocer sus ojos. Volvió a ver el lago, tan tranquilo que simplemente sintió envidia. Vio las aguas turbias, tan quietas que parecían un espejo si lo mirabas con ojos entrecerrados; la luna en todo su esplendor se refleja en sus aguas. Todo estaba tan tranquilo, hasta que el rugido del motor, rompió el silencio.

No lo pensó. Solo lo hizo.

La idea surcó su mente de forma tan grande que no lo pudo evitar. ¿Para qué seguir? Pensó como para justificar su decisión.

— Qué sentido tiene... —susurró a la nada. Luego soltó aire por la nariz, como si la tristeza de decir lo que estaba a punto de decir fuera tan doloroso que lo partiría en dos... y créeme que así lo fue— si al final, nada será como parece.

Un escalofrío le recorrió la columna de forma tan horrible que el miedo comenzó a florecer en su interior. La respiración se le tornó agitada y ni hablar del corazón, que comenzó a andar a mil revoluciones por minuto.

Se aferró al volante con fuerza.

La decisión ya estaba tomada en su corazón y en menos de nada, movió la palanca de cambios a D.

El sonido del escape era tenue, pero no duró mucho, porque de repente acelero de tal forma que resonó como un león hambriento por todo el lugar. Se escuchó como los cauchos chirriaron en el asfalto, dejando huellas en el piso.

Todo pareció ser en cámara lenta.

La fuerza del impacto le llevó la frente al volante con violencia y la oscuridad lo envolvió por completo.

Seguramente pensó que sería el fin de todo, pero al final, resultó ser el principio de todo.

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